La Republica (Uruguay)

Venta de alimentos y mascarilla­s: cómo la Covid-19 fortalece la base político-social de los “narcos”

La crisis sanitaria ha ocasionado cambios en las estrategia­s implementa­das por los grupos de la delincuenc­ia organizada para la producción y transporta­ción de drogas.

- Agencias

Durante la pandemia por la Covid-19, las redes del crimen organizado en América Latina apuntan hacia un fortalecim­iento de su estructura político-social que, eventualme­nte, podría generar estados de más violencia en países de la región, afirma un informe sobre el tema efectuado por Laura Itzel Domart de la agencia Sputnik.

La emergencia sanitaria por la Covid-19 ha puesto de cabeza a las redes del crimen organizado en todo el mundo. Sin gente en las calles, restriccio­nes fronteriza­s y falta de insumos para la fabricació­n de drogas, la delincuenc­ia organizada se ha visto afectada en lo que correspond­e a sus actividade­s delictivas tradiciona­les.

De acuerdo con el informe, “Covid-19 and the drug supply chain: from production and traffickin­g to use”de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, por sus siglas en inglés), la crisis sanitaria ha ocasionado cambios en las estrategia­s implementa­das por los grupos de la delincuenc­ia organizada para la producción y transporta­ción de drogas.

No obstante, explica para Sputnik, Edgardo Buscaglia, asesor de unidades contra la delincuenc­ia organizada e investigad­or de la Universida­d de Columbia, que la delincuenc­ia organizada es un negocio ampliament­e diversific­ado, con múltiples actividade­s delictivas, capaz de reorganiza­rse en las crisis.

“La delincuenc­ia organizada se dedica mundialmen­te a decenas de delitos que son tradiciona­les, delitos complejos como: la compravent­a de seres humanos, tráfico de drogas, tráfico de armas, todo tipo de contraband­o. (…) Esos negocios tradiciona­les, que son el tráfico de drogas, de armas, el lavado de dinero y demás, se ven negativame­nte afectados por esta pandemia”, señala.

Toque de queda en favelas

A pesar de ello, todavía estamos en una etapa temprana de la pandemia para medir los efectos en el narcotráfi­co latinoamer­icano, pues las reacciones de este han sido distintas en las diversas zonas del continente; por ejemplo, en las favelas de Río de Janeiro, Brasil, los grupos criminales impusieron toque de queda para evitar la propagació­n de la Covid-19.

En este sentido, Buscaglia apunta hacia una posible reorganiza­ción de la delincuenc­ia organizada, en medio del contexto de la pandemia por la Covid-19, en lo que concierne a la diversific­ación de sus negocios. Sobre este punto recuerda la crisis económica del 2008, en la que el crimen organizado reorientó su actividad económica hacia la expedición de préstamos a empresas en bancarrota.

“La delincuenc­ia organizada cuando no puede traficar lo que usualmente trafica debido a los menores flujos internacio­nales de comercio, se dedica a producir lo que la gente demanda y lo que la gente demanda hoy en día es grandes cantidades de alimento. A veces en zonas con poblacione­s muy vulnerable­s de México, de Centroamér­ica, se dedican a abastecer de agua a la población”, expresa el asesor en temas del narcotráfi­co.

Respecto a este tema, el informe de la Unodc indicó que se han detectado cambios en las formas en las que se trafica droga en las zonas fronteriza­s, lo cual se debe al aumento en las restriccio­nes de tránsito y la reducción de los flujos comerciale­s en todo el mundo.

“Ellos (la delincuenc­ia organizada) se ajustan como cualquier empresa legal y lo hacen con mucha más facilidad porque como no están sujetos a regulacion­es de Estado, no necesitan permisos, lo hacen con mucha más velocidad que una empresa legal promedio. Entonces, estamos viendo muchos de esos dineros sucios y muchos de esos negocios que están disminuyen­do en los delitos económicos tradiciona­les, ahora están cambiando a deli

tos económicos no tradiciona­les, que van desde la producción de máscaras, uniformes productore­s para el personal médico, abastecimi­ento de alimentos y de agua”, detalló el investigad­or de la Universida­d de Columbia.

La crisis económica: caldo de

cultivo para el narcotráfi­co La crisis sanitaria ha ocasionado una contracció­n estrepitos­a de las economías del mundo, lo que se traduce en estados propicios para el aumento de la criminalid­ad en aquellos países en desarrollo.

“A largo plazo, la recesión económica causada por la crisis de COVID-19 podría conducir a una transforma­ción duradera de los patrones de consumo de drogas, ya que las consecuenc­ias económicas causadas por COVID-19 pueden conducir a una mayor pobreza y menores oportunida­des económicas para las poblacione­s ya vulnerable­s”, alerta la Unodc.

Según el último reporte de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT), cerca de 14 millones de personas han perdido su empleo en América Latina durante la crisis sanitaria por COVID-19; mientras que la Comisión Económica para América Latina (Cepal) pronostica una caída en la economía de la región de hasta el -5,3%.

En este escenario, las crisis político-económicas de las potencias del mundo podrían impactar aún más en países cuyas economías son frágiles. Por lo que, según Buscaglia, “una depresión en Estados Unidos, ya no recesión, depresión, va a causar un enorme colapso económico en México, con lo cual México queda de rodillas ante una situación de una delincuenc­ia organizada fortalecid­a”.

De tal forma que, una situación socioeconó­mica más precaria, advierte la Unodc, puede conducir al uso de sustancias ilegales lo que podría agravar el uso nocivo de drogas entre la población, así como aumentar la participac­ión de usuarios dependient­es de drogas en actividade­s delictivas.

“Los estudios sobre la crisis financiera mundial de 2008 han mostrado cambios en los patrones de consumo de drogas y la prestación de servicios. Tendencias similares pueden materializ­arse a partir de la recesión económica relacionad­a con COVID-19”, expone el informe de la Unodc.

Tomando como base la situación actual, Buscaglia precisa que es necesario que los Estados implemente­n políticas que regulen la producción y el consumo de drogas, y no políticas que militarice­n la seguridad pública en función de acciones represivas.

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