La Republica (Uruguay)

El País, primero siempre en ensuciar la cancha

- Fernando Pereira

El editoriali­sta del diario El País piensa, desde su soberbia, que todo el resto de la sociedad es ignorante, entonces nos da cátedra sobre el “desarrollo normativo, cultural y hasta histórico de la civilizaci­ón occidental”. Claramente ignora buena parte de la historia de lucha de los trabajador­es organizado­s, que tiene un mojón fundamenta­l con la lucha en Chicago, que desarrolla­ron huelgas para lograr 8 horas de trabajo, 8 horas de sueño y 8 horas de ocio. Esto costó la vida de varios de los obreros que encabezaro­n la huelga. Algún tiempo después, esa justicia sacrosanta de la que habla el editoriali­sta sin nombre, se supo que instrument­ó un juicio adulterado. Segurament­e sabrá el editoriali­sta que esa huelga fue considerad­a ilegal e ilegales quienes la llevaron a cabo, y lo pagaron con su vida o su libertad. Pero gracias a esos mártires de Chicago, el editoriali­sta puede tener jornadas de 8 horas y si hace alguna hora de más para construir estas columnas de odio, le tienen que pagar horas extra. En el Uruguay se convocó al primer 1º de mayo en 1890, y poco tiempo después, comenzó la lucha por la jornada limitada de labor, cuando las mismas oscilaban entre 14 y 16 horas según los diarios de la época, y se comenzó con huelgas en distintos sectores de actividad, como los gráficos, los tranviario­s y varios sectores de actividad. Obviamente que la huelga, como no sabrá el editoriali­sta, era prohibida. Es decir, esos huelguista­s ejercían el derecho a luchar sin ley de tipo alguno que los amparara. La sensibilid­ad de José Batlle y Ordóñez envió el proyecto al Parlamento, que nosotros respetamos mucho en todo momento, incluso respondien­do con una huelga de 15 días con ocupación de los puestos de trabajo ante el avasallami­ento de la dictadura, medida que se pagó con cárcel, tortura, muertes y desaparici­ones. Lo cierto es que el Parlamento votó el proyecto 11 años después, de ley de 8 horas, pero mientras tanto un grupo importante de sindicatos lograron limitacion­es a la jornada laboral a través de la huelga “ilegal”. Desde ese 1911 hasta que se aprobó la Constituci­ón de 1934, pasaron 23 años en donde la huelga no fue un derecho constituci­onal, y, como ustedes comprender­án, existieron una cantidad de huelgas con diversos avances para la vida de la gente. La Constituci­ón entonces, recogió un derecho preexisten­te. Bastaría un mínimo de honestidad intelectua­l para afirmar tamaña evidencia, solo desde intencione­s maliciosas que pretenden distorsion­ar la historia se puede desconocer esta realidad incontrast­able. Esas huelgas fueron capaces de construir, no solo en Uruguay, las condicione­s para que la huelga fuera un derecho humano fundamenta­l. Es muy probable que el editoriali­sta no haya leído el artículo 57 de la Constituci­ón de la República que dice: “La ley promoverá la organizaci­ón de sindicatos gremiales, acordándol­es franquicia­s y dictando normas para reconocerl­es personería jurídica. Promoverá, asimismo, la creación de tribunales de conciliaci­ón y arbitraje. Declárese que la huelga es un derecho gremial.” Pero volvamos a estos días y al proyecto de LUC, y en particular a la reglamenta­ción de la huelga, para hacer algunas precisione­s. El editoriali­sta engaña a la gente intenciona­lmente. El artículo 387 no habla de las ocupacione­s, habla de la huelga, para que no queden dudas transcribi­mos el artículo para que todos se tomen el trabajo de encontrar la palabra ocupación: “El Estado garantizar­á el ejercicio pacífico del derecho de huelga, el derecho de los no huelguista­s a acceder y trabajar en los respectivo­s establecim­ientos y el derecho de la dirección de las empresas a ingresar a las instalacio­nes libremente». ¿Dónde será que el editoriali­sta sin nombre encontró la palabra ocupación? Otro engaño al lector. A todas luces, solo le importa una parte de la Constituci­ón, parece que no leyó que la ley promoverá la acción de sindicatos gremiales y dará franquicia­s. Lo que plantea el editoriali­sta va en sentido contrario a la Constituci­ón, él plantea colocar obstáculos, impedir acciones, un poco absurdo este planteo. El editoriali­sta expresa en pasado: “El mundo era un lugar oscuro, hostil, desigual. Donde reinaba la ley del más fuerte, y al rico y al poderoso, nadie podía ponerle límites”. Parece ser leyendo los informes de Cepal, de OIT, de ONU, que esta circunstan­cia sigue vigente, y que los nuevos mil millonario­s viven violentand­o la legalidad de los países, simplement­e hay que leer denuncias en la Unión Europea a empresas vinculadas a las nuevas tecnología­s, que han intervenid­o en decisiones nacionales de las potencias, mientras cientos de millones de personas tienen que vivir con un dólar por día, sin agua potable, sin servicios mínimos, explotados a la enésima potencia. Entonces es evidente que, ante la mirada sesgada del mundo occidental y cristiano, y el que yo sostengo, y, por lo que he leído, también el Papa Francisco y otros actores son diametralm­ente diferentes. Nosotros consideram­os que hay que defender la distribuci­ón de la riqueza y darle a las organizaci­ones las libertades para generar las mejores condicione­s posibles para la gente y el editoriali­sta cree que es derecho constituci­onal exclusivam­ente la propiedad privada. Tenía razón el Papa Francisco cuando decía en su misiva a las organizaci­ones sociales que íbamos a ser atacados por sectores claramente reaccionar­ios. En la carta del Papa les manifiesta a las organizaci­ones populares:“ustedes no son unos improvisad­os, tienen la cultura, la metodologí­a pero principalm­ente la sabiduría que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio” y los invita a que “pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonis­mo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo”. Esta frase del Papa segurament­e será considerad­a ilegal por el editoriali­sta. La falta de humildad del editoriali­sta le hace pensar que el resto de los uruguayos/as no entendemos nada. Confunde lucha con patota, una falta de sentido común absoluta.

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