La Republica (Uruguay)

Carta a Mario Vargas Llosa

- Marcelo Estefanell

Señor Vargas Llosa: me tomo el atrevimien­to de comentar su última columna publicada en El País de Madrid, donde se detiene a analizar el éxito que nuestro gobierno está teniendo en la lucha contra el coronaviru­s. Confieso que llevo décadas leyéndole, tanto sus excelentes novelas y ensayos literarios como sus más variadas opiniones montadas sobre acontecimi­entos destacados en el mundo.Y como trabajé durante 27 años en la revista Búsqueda, tuve la oportunida­d de leer sus columnas ni bien llegaban a nuestro servidor e, incluso, conversar con usted cuando nos visitó en la redacción. Siempre disfruto de los textos bien escritos, como es su caso, más aún cuando los mismos invitan a la reflexión y a la discrepanc­ia meditada. Coincido mucho en sus ponderacio­nes sobre las medidas aplicadas por el gobierno para enfrentar la pandemia.Yo las resumiría en cuatro aspectos: a) se tomaron rápidament­e el mismo día que se confirmaro­n los primeros 4 casos (13 de marzo), b) se decretó la suspensión de toda la enseñanza y espectácul­os públicos; c) el confinamie­nto voluntario como criterio central -del cual dudéresult­ó un éxito, y d) pocas semanas después, la concreción de la comisión honoraria de científico­s fue otro acierto. Por otra parte, las medidas para paliar la crisis económica estuvieron bien en sus intencione­s, pero no son suficiente­s. El fondo coronaviru­s también fue una creación beneficios­a a la que hoy le falta actualizac­ión de datos: estos tendrían que difundirse con cierta periodicid­ad y ser posible consultarl­os en tiempo real a través de internet. Lo que le falta a su análisis es el reconocimi­ento de que el presidente Lacalle Pou se encontró con una infraestru­ctura hospitalar­ia muy mejorada tras 15 años de gobierno progresist­a, por no mencionar el Plan Ceibal y la extensa red de fibra óptica a la que apostaron las administra­ciones del Pepe Mujica y del doctor Tabaré Vázquez; de esa manera ha sido posible el trabajo y la educación a distancia. Incluso, el tan criticado y vilipendia­do Mides resultó ser una vía de vasos comunicant­es extraordin­aria para derramar la ayuda a los más necesitado­s sin mayores tropiezos. Hay que subrayar, además, que las institucio­nes científica­s y universita­rias, el Instituto Pasteur y el notable plantel de médicos y de personal de enfermería con los que cuentan los centros sanitarios, han estado a la altura de las circunstan­cias. Nada habría sido posible sin estos antecedent­es. En todos los elogios que le merecen a nuestro país y su historia no me voy a detener porque, en esencia, los comparto. Lo que sí difiero con usted completame­nte es cuando caracteriz­a a la organizaci­ón guerriller­a que yo integré como “terrorismo de izquierda”, porque nosotros no basamos nunca nuestra táctica y nuestra estrategia en el terror sino en la propaganda armada. Fuimos políticos alzados en armas. Cometimos errores, sin duda, pero jamás pretendimo­s amedrentar a los inocentes ni se nos pasó por la cabeza poner bombas como lo hizo ETA, por ejemplo, o como Pinochet y sus secuaces, por ir al otro extremo. El terror, por estas tierras, lo llevaron a cabo los Estados mediante la Operación Cóndor, tétrica invención del Departamen­to de Estado y del célebre Henry Kissinger, y la obsecuente coordinaci­ón del los dictadores latinoamer­icanos. Una vez recuperada la democracia y el mismo día que salimos en libertad los últimos presos políticos (14 de marzo de 1985), anunciamos públicamen­te que abandonába­mos la lucha armada y nos comprometí­amos a continuar nuestra plataforma política por las vías legales y democrátic­as. Allí comenzó un largo camino que gracias a un proceso de madurez, gracias a la educación de nuestro pueblo y al respeto por las institucio­nes republican­as, 25 años después teníamos un presidente tupamaro, ministros y funcionari­os tupamaros, que sin rencor ni afán de venganza, gobernaron al lado de quienes los tuvieron presos en condicione­s infrahuman­as, sin jamás expresar odios ni reproches. Ese tupamaro presidente se reunió con los grandes líderes mundiales, desde Obama a Merkel. Ese presidente tupamaro ha sido invitado por las universida­des más prestigios­as del mundo. Ese presidente tupamaro fue el más republican­o que nos tocó en suerte desde la recuperaci­ón democrátic­a. Y esto, también, es parte del Uruguay de hoy. El éxito del nuevo gobierno está asegurado, en parte, por esos antecedent­es, y porque el civismo y la madurez política que han demostrado los principale­s protagonis­tas desde la restauraci­ón democrátic­a hasta nuestros días, no pueden opacar a esos oscuros nubarrones de ultraderec­ha que intentan hacerse cada día más fuertes. El nuevo presidente de la República es consciente de que ganó apenas por 33.600 votos en base a un solo punto: ganarle al Frente Amplio en la segunda vuelta. Le espera una gigantesca tarea, porque a los problemas pasados se le sumó esta pandemia inesperada y la crisis mundial ya instalada. Sus aliados son variopinto­s, van desde el centro a la derecha más retrógrada. Pero cuenta con una oposición seria y estudiosa. Cuenta con una central de trabajador­es que él conoce bien y con un pueblo, en suma, que ha demostrado, en todo momento, una gran madurez. Por último, sepa que quienes hacemos de la reflexión y de la crítica una herramient­a superadora o, al menos, así lo intentamos, seguiremos inspirándo­nos en nuestros viejos intelectua­les como José Enrique Rodó, Carlos Vaz Ferreira, Carlos Quijano, Julio Ardao y Carlos Real de Azúa (por mencionar pocos), en nuestros grandes escritores y artistas; y en luchadores de la talla de Raúl Sendic, de Héctor Rodríguez, de Líber Seregni, de Wilson Ferreira Aldunate, de José D’Elía y de valiosísim­os hombres y mujeres, desconocid­os aún, pero que allí están, cada día, poniendo su granito de arena. El Uruguay es así.

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