Ejes de desigualdad y debilidad de la educación superior en Uruguay
La educación superior en el Uruguay muestra una gran inequidad y debilidad, a pesar de ser un sistema de acceso abierto, sin restricción, gratuito, sin selectividad, el sector privado más pequeño de la región y que carece de un sistema de aseguramiento de la calidad. El presente artículo es una síntesis del artículo recién publicado en la revista Debate Universitario y analiza algunos de sus ejes más importantes de cara al impacto de la pandemia.
1. La herencia desde la educación media.
En relación a la presencia docente en el aula, el Informe sobre el Estado de la Educación revela que en promedio, los maestros se ausentan del aula durante 20 días al año, a la vez que casi un quinto de la plantilla no registra inasistencias, conformado principalmente por los de mayor edad y experiencia docente, en contraposición con quienes más faltan, que son los maestros menores de 40 años de edad y con entre 3 y 12 años de experiencia docente. Las maestras faltan, en promedio, dos días más que los varones, excluyendo del cálculo las licencias por maternidad y lactancia o cuidados del recién nacido. El Informe expresa que el “ausentismo crónico”, entendido como más de 18 faltas al año, aparece como un problema para la política educativa. El “ausentismo”, entendido como más de 10 faltas al año, se observa entre casi la mitad de los docentes (48%). En relación a la culminación de la educación obligatoria, el informe expresa que solo cuatro de cada diez jóvenes consiguen finalizar todo el ciclo obligatorio con indicadores muy por debajo del promedio latinoamericano. Ello nos habla de un sistema educativo donde los desempeños son inequitativos, y vistos como titulación, muy bajos.
2. Alta desigualdad social en el ingreso y egreso de la educación superior. Los datos muestran que en el largo período desde el año 2006 hasta el año 2016, el porcentaje de la población de 25 a 29 años en el primer quintil de ingreso -los más pobres- que han alcanzado educación terciaria no sólo tienen escasa participación, sino que no han tenido mejoramiento. En el año 2006, apenas el 2% de los jóvenes de 25 a 29 años procedentes del quintil más bajo alcanzaban a la educación terciaria y 1,7% en el 2016. De punta a punta se redujo en un 15%. Los datos muestran que apenas uno de cada 50 jóvenes del quintil más bajo de ingresos económicos accede a la educación terciaria. Comparando esos indicadores con los guarismos de los resultados de los estudiantes procedentes de familias de mayores ingresos, las inequidades se aprecian más fuertemente. En el mismo período del 2006 al 2016, los jóvenes procedentes del quintil 5 de mayores ingresos también se han mantenido casi estables: en el 2006, el 55% alcanzó la educación terciaria y 53,5% en 2016. Mientras que uno de cada 2 de jóvenes de los quintiles más ricos alcanzó la educación terciaria en los últimos 10 años, solo 1 de cada 50 jóvenes de 25 a 29 años de los quintiles más pobres tuvo esa oportunidad. La ausencia de cambios se ha dado a pesar del incremento de los recursos presupuestales públicos. El presupuesto a la educación creció en promedio en mayor proporción que el PIB durante el período, y como porcentaje del PIB el aumento fue de 41% al pasar de una incidencia del 3,37% en el 2006 al 4,76 % en el 2016.
3. Alta deserción y abandono estudiantil.
La educación superior en el Uruguay se caracteriza por su alta deserción y abandono. Es un desgranamiento educativo que se produce desde la educación media, aumenta en la media superior, tiene un incentivo con el pasaje a la educación terciaria y que se continúa y expande en la educación superior. Es un proceso gradual y continuo que finalmente construye un sistema educativo desigual. Esta expulsión educativa tiene su mayor incidencia en los hombres, en los estudiantes procedentes de los sectores de menores ingresos, en la población que estudia y trabaja, casada o divorciada, con hijos y en la que proviene del interior del país. Uruguay tiene la brecha más alta de desigualdad de la región con 52,4 puntos (2016) como diferencia entre la participación de estudiantes del quintil más rico y más pobre. La relación entre la participación de ambos sectores en la educación terciaria constituye el llamado Índice 20/20 de desigualdad que mide la diferencia de accesos entre sectores sociales y que en Uruguay alcanza a 13 veces. En educación estamos entre los países más desiguales de egreso, por causa de ese desgranamiento o expulsión educativa que se produce con más intensidad desde el nivel medio desde los 15 años y que hace que apenas el 40% de los estudiantes que ingresan a la educación media concluyan ese nivel. Esta guillotina en las trayectorias educativas personales se produce en forma más intensa en el sector universitario. Es esta expulsión estudiantil finalmente lo que determina la baja tasa de titulación nacional. El desgranamiento se produce mayoritariamente en el nivel universitario en el primer año de los estudios.
4. Expulsión masculina. La educación es una fuente de construcción de desigualdades sociales marcadas por el desgranamiento continuo de los hombres que ha facilitado una feminización de la matrícula y la conformación de uno de los mecanismos de desigualdades más fuertes. La marginación de los hombres se produce con más intensidad para los varones provenientes de quintiles de ingresos más bajos, de jóvenes que trabajan, de jóvenes de hogares cuyos padres tienen escasa formación y de jóvenes del interior del país. En la educación superior el grado de desigualdad por géneros es el más elevado en todos sus subniveles, y aumenta en el pasaje de un ciclo a otro, tanto en el egreso como en el ingreso al ciclo siguiente y así sucesivamente. La expulsión de los hombres del sistema educativo tiene muchas causas sociales y culturales, tales como el ingreso temprano al mercado de trabajo, más temprano rol como padre de familia, enfoque educativo centrado en los conocimientos y no en competencias, o especialmente un sistema educativo que obliga a los estudiantes a cursar a la vez tanto diurno como nocturno en varias carreras dificultando las trayectorias. Pero especialmente es la falta de atención particularizada, de falta de tutores y de políticas proactivas de compensación atendiendo a los varones.
5. La desigualdad regional. La educación en general en América Latina y la educación superior en particular han sido fenómenos urbanos y la cobertura en el interior de las naciones ha sido históricamente menor respecto a la de los grandes núcleos urbanos. Tal fue y continúa siendo una de las mayores desigualdades en Uruguay. Incluso la escasa educación superior en el interior fue de tipo terciaria y con menor calidad, por inferiores niveles de formación de los docentes, menores niveles de recursos económicos y peores infraestructuras. Esta situación de asimetrías educativas ha sido una de las manifestaciones más fuertes de la inequidad social de nuestros países y ha impactado negativamente en el desarrollo económico por la escasa oferta de egresados universitarios.
Como resultado de lo anterior, existe una baja eficiencia de titulación universitaria y en Uruguay el egreso de educación superior es el penúltimo de América Latina en términos de graduados por cada 100.000 habitantes. Además de los referidos otros elementos inciden en esta realidad, entre los cuales resalta la ausencia de sistemas de selección en el acceso que limiten y orienten a los estudiantes hacia las carreras en las cuales tengan la vocación y competencias; un sistema educativo masivo y además altamente superpoblado en los primeros semestres que carece de la necesaria atención individualizada a los estudiantes y que deriva en alta deserción, así como una escasa diferenciación y regionalización institucional que limita las opciones de los estudiantes o la falta de educación a distancia. También es de destacar las estructuras tubulares, la poca flexibilidad curricular y las exigencias de tesis junto a enormes dificultades de los estudiantes para conseguir tutores o apoyos. Esta situación debe verse ahora dentro del escenario de la pandemia donde cabe prever que aumenten las desigualdades y debilidades y que requerirá acciones correctivas significativas.