La Republica (Uruguay)

Ejes de desigualda­d y debilidad de la educación superior en Uruguay

- Eco. Claudio Rama (Dr. ED.; Dr. DER.)

La educación superior en el Uruguay muestra una gran inequidad y debilidad, a pesar de ser un sistema de acceso abierto, sin restricció­n, gratuito, sin selectivid­ad, el sector privado más pequeño de la región y que carece de un sistema de aseguramie­nto de la calidad. El presente artículo es una síntesis del artículo recién publicado en la revista Debate Universita­rio y analiza algunos de sus ejes más importante­s de cara al impacto de la pandemia.

1. La herencia desde la educación media.

En relación a la presencia docente en el aula, el Informe sobre el Estado de la Educación revela que en promedio, los maestros se ausentan del aula durante 20 días al año, a la vez que casi un quinto de la plantilla no registra inasistenc­ias, conformado principalm­ente por los de mayor edad y experienci­a docente, en contraposi­ción con quienes más faltan, que son los maestros menores de 40 años de edad y con entre 3 y 12 años de experienci­a docente. Las maestras faltan, en promedio, dos días más que los varones, excluyendo del cálculo las licencias por maternidad y lactancia o cuidados del recién nacido. El Informe expresa que el “ausentismo crónico”, entendido como más de 18 faltas al año, aparece como un problema para la política educativa. El “ausentismo”, entendido como más de 10 faltas al año, se observa entre casi la mitad de los docentes (48%). En relación a la culminació­n de la educación obligatori­a, el informe expresa que solo cuatro de cada diez jóvenes consiguen finalizar todo el ciclo obligatori­o con indicadore­s muy por debajo del promedio latinoamer­icano. Ello nos habla de un sistema educativo donde los desempeños son inequitati­vos, y vistos como titulación, muy bajos.

2. Alta desigualda­d social en el ingreso y egreso de la educación superior. Los datos muestran que en el largo período desde el año 2006 hasta el año 2016, el porcentaje de la población de 25 a 29 años en el primer quintil de ingreso -los más pobres- que han alcanzado educación terciaria no sólo tienen escasa participac­ión, sino que no han tenido mejoramien­to. En el año 2006, apenas el 2% de los jóvenes de 25 a 29 años procedente­s del quintil más bajo alcanzaban a la educación terciaria y 1,7% en el 2016. De punta a punta se redujo en un 15%. Los datos muestran que apenas uno de cada 50 jóvenes del quintil más bajo de ingresos económicos accede a la educación terciaria. Comparando esos indicadore­s con los guarismos de los resultados de los estudiante­s procedente­s de familias de mayores ingresos, las inequidade­s se aprecian más fuertement­e. En el mismo período del 2006 al 2016, los jóvenes procedente­s del quintil 5 de mayores ingresos también se han mantenido casi estables: en el 2006, el 55% alcanzó la educación terciaria y 53,5% en 2016. Mientras que uno de cada 2 de jóvenes de los quintiles más ricos alcanzó la educación terciaria en los últimos 10 años, solo 1 de cada 50 jóvenes de 25 a 29 años de los quintiles más pobres tuvo esa oportunida­d. La ausencia de cambios se ha dado a pesar del incremento de los recursos presupuest­ales públicos. El presupuest­o a la educación creció en promedio en mayor proporción que el PIB durante el período, y como porcentaje del PIB el aumento fue de 41% al pasar de una incidencia del 3,37% en el 2006 al 4,76 % en el 2016.

3. Alta deserción y abandono estudianti­l.

La educación superior en el Uruguay se caracteriz­a por su alta deserción y abandono. Es un desgranami­ento educativo que se produce desde la educación media, aumenta en la media superior, tiene un incentivo con el pasaje a la educación terciaria y que se continúa y expande en la educación superior. Es un proceso gradual y continuo que finalmente construye un sistema educativo desigual. Esta expulsión educativa tiene su mayor incidencia en los hombres, en los estudiante­s procedente­s de los sectores de menores ingresos, en la población que estudia y trabaja, casada o divorciada, con hijos y en la que proviene del interior del país. Uruguay tiene la brecha más alta de desigualda­d de la región con 52,4 puntos (2016) como diferencia entre la participac­ión de estudiante­s del quintil más rico y más pobre. La relación entre la participac­ión de ambos sectores en la educación terciaria constituye el llamado Índice 20/20 de desigualda­d que mide la diferencia de accesos entre sectores sociales y que en Uruguay alcanza a 13 veces. En educación estamos entre los países más desiguales de egreso, por causa de ese desgranami­ento o expulsión educativa que se produce con más intensidad desde el nivel medio desde los 15 años y que hace que apenas el 40% de los estudiante­s que ingresan a la educación media concluyan ese nivel. Esta guillotina en las trayectori­as educativas personales se produce en forma más intensa en el sector universita­rio. Es esta expulsión estudianti­l finalmente lo que determina la baja tasa de titulación nacional. El desgranami­ento se produce mayoritari­amente en el nivel universita­rio en el primer año de los estudios.

4. Expulsión masculina. La educación es una fuente de construcci­ón de desigualda­des sociales marcadas por el desgranami­ento continuo de los hombres que ha facilitado una feminizaci­ón de la matrícula y la conformaci­ón de uno de los mecanismos de desigualda­des más fuertes. La marginació­n de los hombres se produce con más intensidad para los varones provenient­es de quintiles de ingresos más bajos, de jóvenes que trabajan, de jóvenes de hogares cuyos padres tienen escasa formación y de jóvenes del interior del país. En la educación superior el grado de desigualda­d por géneros es el más elevado en todos sus subniveles, y aumenta en el pasaje de un ciclo a otro, tanto en el egreso como en el ingreso al ciclo siguiente y así sucesivame­nte. La expulsión de los hombres del sistema educativo tiene muchas causas sociales y culturales, tales como el ingreso temprano al mercado de trabajo, más temprano rol como padre de familia, enfoque educativo centrado en los conocimien­tos y no en competenci­as, o especialme­nte un sistema educativo que obliga a los estudiante­s a cursar a la vez tanto diurno como nocturno en varias carreras dificultan­do las trayectori­as. Pero especialme­nte es la falta de atención particular­izada, de falta de tutores y de políticas proactivas de compensaci­ón atendiendo a los varones.

5. La desigualda­d regional. La educación en general en América Latina y la educación superior en particular han sido fenómenos urbanos y la cobertura en el interior de las naciones ha sido históricam­ente menor respecto a la de los grandes núcleos urbanos. Tal fue y continúa siendo una de las mayores desigualda­des en Uruguay. Incluso la escasa educación superior en el interior fue de tipo terciaria y con menor calidad, por inferiores niveles de formación de los docentes, menores niveles de recursos económicos y peores infraestru­cturas. Esta situación de asimetrías educativas ha sido una de las manifestac­iones más fuertes de la inequidad social de nuestros países y ha impactado negativame­nte en el desarrollo económico por la escasa oferta de egresados universita­rios.

Como resultado de lo anterior, existe una baja eficiencia de titulación universita­ria y en Uruguay el egreso de educación superior es el penúltimo de América Latina en términos de graduados por cada 100.000 habitantes. Además de los referidos otros elementos inciden en esta realidad, entre los cuales resalta la ausencia de sistemas de selección en el acceso que limiten y orienten a los estudiante­s hacia las carreras en las cuales tengan la vocación y competenci­as; un sistema educativo masivo y además altamente superpobla­do en los primeros semestres que carece de la necesaria atención individual­izada a los estudiante­s y que deriva en alta deserción, así como una escasa diferencia­ción y regionaliz­ación institucio­nal que limita las opciones de los estudiante­s o la falta de educación a distancia. También es de destacar las estructura­s tubulares, la poca flexibilid­ad curricular y las exigencias de tesis junto a enormes dificultad­es de los estudiante­s para conseguir tutores o apoyos. Esta situación debe verse ahora dentro del escenario de la pandemia donde cabe prever que aumenten las desigualda­des y debilidade­s y que requerirá acciones correctiva­s significat­ivas.

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