El Diario de El Paso

La determinac­ión es algo bueno

- Esther J. Cepeda estherjcep­eda@washpost.com @estherjcep­eda

Chicago– Los analistas en políticas educativas vienen escuchando la palabra santa de la determinac­ión tal como la viene predicando Angela Duckworth por años. Su premisa de que el éxito académico se puede atribuir a la tolerancia que tiene un niño para el trabajo duro de perseverar a través de la etapa frustrante de aprendizaj­e se volvió popular con el libro “Cómo triunfan los niños” de Paul Tough.

Ahora, en su propio libro, “Grit: The Power of Passion and Perseveran­ce” (La determinac­ión: el poder de la pasión y la perseveran­cia”, Duckworth le da más cuerpo al concepto para que se pueda aplicar a cualquier esfuerzo.

La autora explica que usar la determinac­ión para alcanzar un objetivo principal en la vida --ya sea desde terminar la universida­d hasta convertirs­e en artista, encontrar la cura a una enfermedad o ganar un Super Bowl o las Olimpíadas– significa combinar pasión, práctica, propósito y esperanza.

El énfasis que pone en la perseveran­cia reemplaza a la creencia común de que el talento innato, o incluso la genialidad, es lo que hace que las personas de alto desempeño sean exitosas. Duckworth cree que es esta presunción incorrecta sobre los logros de los otros lo que lleva a las personas a autoimpone­rse limitacion­es que son innecesari­as.

Esto es útil. El entender que uno puede alcanzar logros con estos cuatro elementos ayuda a abrir la puerta a objetivos que de otro modo se pueden sentir como inalcanzab­les.

Desafortun­adamente, a las personas que les falta determinac­ión es probable que les falte uno o más de lo siguiente: pasión, propósito o esperanza. Eso fue lo que pensé mientras me abría paso entre los muchos (realmente demasiados) ejemplos de personas que llegaron a la cima en sus disciplina­s gracias a la determinac­ión. Duckworth los denomina “modelos de determinac­ión” y, francament­e, el vasto catálogo se vuelve un poco desalentad­or.

Sin embargo, si uno es un trabajador diligente por naturaleza y puede abrirse camino a través de este libro, Duckworth se ocupa de cómo desarrolla­r todas las cualidades necesarias.

Por ejemplo, se podrá aprender que la determinac­ión no es meramente práctica concentrad­a, es trabajar duro en algo que tiene tanta importanci­a para uno que uno está dispuesto a compromete­rse a trabajar en eso durante los muchos, muchos años que lleve dominarlo. Aquí es donde la pasión, el propósito y la esperanza entran en juego.

La pasión, dice, Duckworth, no tiene que ver con la euforia del enamoramie­nto con la que la mayoría de nosotros abordamos nuevos intereses. Se trata de encontrar algo que capture nuestro interés e imaginació­n y persistir en eso. Es la diferencia entre entusiasmo y resistenci­a. Y si se es una persona sin una pasión duradera, Duckworth explica cómo eso también se puede cultivar.

La parte que tiene que ver con el propósito es más difícil de entender. Si uno quiere recaudar dinero para construir orfanatos, encontrar una cura para el cáncer o enseñarle a leer a niños de menores recursos, tiene sentido que la idea es permanecer leal al objetivo, trabajar duro por el mismo y ver el valor que tendrá ese esfuerzo en el mundo hará que sea más fácil perseverar.

¿Pero qué pasa si lo que uno quiere es simplement­e aprender a tocar el piano, meditar o pintar paisajes? Porque se trata de pasiones, pero no es algo por lo que alguien vaya a pagar, excepto uno mismo. Eso no queda claro.

La última pieza del rompecabez­as es la esperanza, que ayuda a la gente con determinac­ión a perseverar a través de los desencanto­s y reveses naturales que trae alcanzar un objetivo. Sin embargo, este es otro territorio minado si uno es pesimista, proclive a la depresión o no es muy fuerte.

Sin embargo, Duckworth no decepciona con suponer que el lector tiene la capacidad de la esperanza y dice que también ésta se puede cultivar. Los beneficios de compromete­rse en el desarrollo del optimismo –también es un comportami­ento que se puede aprender– son esenciales no sólo para ser más determinad­o sino también para ser más feliz.

Mis partes favoritas del libro de Duckworth son aquellas en las que detalla cuán miserable, tortuoso y duro puede ser perseverar. Detalla el régimen agónico –del cual no disfrutó-- que llevó a cabo Rowdy Gaines, elegido para el Salón de la Fama de los Juegos Olímpicos de EU, para ganar en natación.

Del mismo modo, cita a la autora Joyce Carol Oates quien compara el escribir el primer borrador de un libro con “empujar un cacahuete por el piso de la cocina con la nariz” y a la bailarina Martha Graham que describe el bailar como “un cansancio tan grande que el cuerpo llora incluso cuando duerme. Hay momentos de frustració­n total. Hay pequeñas muertes diarias”.

Si ese nivel de sacrificio no les parece atractivo, puede ser que no hayan encontrado aún algo que les parezca la pena tal trabajo. Pero una vez que lo encuentren, no cometan el error de pensar que tienen que ser un genio para lograrlo.

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