Comparten armonía en fiesta musical fronteriza
Paseño de nacimiento y criado en Juárez, fundó Festival en 2007, que cada año une a personas de México y EU en Tijuana al son de música jarocha y zapateados
San Diego — Una zona resguardada parecida a una prisión no es la ubicación más obvia para una reunión musical. Pero el sábado, tal como lo han hecho cada año desde el 2008, los músicos se reunieron a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México, portando instrumentos de cuerda tradicionales mexicanos y zapatos de danza con tacones de madera.
A través de la malla metálica de la verja, de rombos demasiado estrechos por los que no pasa ni el dedo meñique, los músicos reunidos en el lado estadounidense se las ingeniaron para reconocer las caras de amigos y colegas musicales que acudieron a la reunión por el lado de Tijuana.
El sábado, unos 60 músicos viajaron a la zona altamente vigilada, curiosamente conocida como “Friendship Park” (Parque de la Amistad) para un evento anual dedicado a la música conocido como Fandango Fronterizo.
En un ambiente en el que se mezcla el júbilo de la fiesta con la sobriedad de la manifestación política, el Fandango es una valiente afirmación del son jarocho, una tradición musical de cientos de años de antigüedad proveniente de las zonas rurales de Veracruz, el estado sureño que colinda con el Golfo de México, que tiene fuertes raíces españolas, africanas e indígenas.
El Fandango en la frontera no comenzó como un acto abiertamente político.
Pero con los años, a manera que el debate nacional en torno a la inmigración se convierte cada vez más controversial y mientras continúa la violencia en México, el simbolismo del evento se ha tornado más agridulce y serio.
El fandango en sí es una costumbre comunitaria entre músicos que se reúnen en un círculo, la cual en turno dio origen al son jarocho.
La idea del evento fue de Jorge Castillo, un bibliotecario y músico de 57 años, de barbas canosas que nació en El Paso, Texas, y creció en Ciudad Juárez, México.
Castillo compró su primera jarana, un instrumento de cuerda, en el 2007 y comenzó a asistir a los fandangos en San Diego.
Al igual que muchos aquí, pronto se sintió frustrado por el hecho de que muchos de sus colegas no contaban con papeles y no podían cruzar la frontera.
Un día que trabajaba como voluntario para la limpieza de una playa cerca de la frontera, Castillo tuvo una revelación: “Cuando vi la cerca, y a la gente del otro lado, pensé. ‘¡Wow, este es el lugar perfecto para un fandango!”.
Cuando el evento tuvo su debut, “No sabíamos cómo nos íbamos a sentir”, según recuerda Castillo.
“Fue algo muy poderoso. Lo único que puede cruzar la frontera, a parte de los pájaros y el viento, es la música”.
‘Espian’ por el huequito
Desde entonces, la cerca se ha tornado cada vez más militarizada: Los agujeros, que solían estar lo suficientemente grandes para pasar paletas de hielo y mangos preparados desde el lado mexicano han sido tapados.
A manera que el muro se hace cada vez más grueso y alto, “hay mayores dificultades para mantener una sincronización en ambos lados de la frontera”, dijo Adrián Florido, un organizador de muchos años. Para ver a nuestros amigos a través de la cerca, hay que cerrar un ojo y espiar al otro lado”. Organizar un evento binacional en un espacio altamente politizado y controlado por la federación no es cosa fácil. (El año pasado el Fandango por poco fue cancelado debido a que existían inquietudes de que se metía contrabando al país dentro de los estuches para los instrumentos).
Su planeación toma seis meses, y por lo regular se hace por Skype.
Para llegar al deprimente muro de metal —en la esquina al extremo sur del territorio continental de EU— los músicos deben cargar con sus instrumentos por una milla y media (2.4 kilómetros) desde un estacionamiento, siguiendo las marcas de neumáticos de los vehículos de la Patrulla Fronteriza dibujadas sobre la arena de la playa Imperial Beach a lo largo del Océano Pacífico.
Sus filas están conformadas por personas que pueden cruzar legalmente la frontera y por aquellas que no tienen permiso. “El Fandango es una manera de transformar algo que es muy doloroso para los inmigrantes en un espacio que tiene la capacidad de darnos la sanación”, dijo Carolina Martínez, una música de 34 años originaria de Medellín, Colombia, cuyos padres aún residen en su ciudad natal.
Por costumbre el evento es una amalgama entre la música, el verso poético y la percusión que se realiza con los pies, creada por las bailarinas en trajes típicos, con amplias faldas zapateando elaborados ritmos sobre una plataforma de madera.
El Fandango es una manera de transformar algo que es muy doloroso para los inmigrantes en un espacio que tiene la capacidad de darnos la sanación”
Carolina Martínez Música de 34 años originaria de Medellín, Colombia