El Diario de El Paso

El ID que se comió el planeta

- Paul Krugman New York Times News Service

Nueva York— El brazo político el Consejo en Defensa de los Recursos Naturales, uno de los grupos ambientali­stas más influyente­s de Estados Unidos, hizo su primera adhesión presidenci­al en la historia, dándole el asentimien­to a Hillary Clinton. Eso significó disparar la pistola una semana antes con respecto a su inevitable designació­n como la probable nominada demócrata, pero salta a la vista que el Fondo de Acción NRDC está impaciente por seguir con la elección general.

Y no es difícil ver por qué: en este punto, la personalid­ad de Donald Trump pone en peligro a todo el planeta.

Estamos en un peculiar momento en que llega al ambiente; un momento tanto de temor como de esperanza. Si continúan políticas actuales, la perspectiv­a para el cambio climático nunca se ha visto peor, pero las perspectiv­as para alejarse de la senda a la destrucció­n nunca se han visto mejor. Todo depende de quién termine ocupando la Casa Blanca durante los próximos años.

Con respecto al clima: ¿recuerdan alegatos de negadores del clima en el sentido que el calentamie­nto global había hecho una pausa, que las temperatur­as no habían subido desde 1998? Ese siempre fue un argumento estúpido pero, en cualquier caso, ahora ya fue disipado por una serie de nuevos récords de temperatur­a y una proliferac­ión de otros indicadore­s que, tomados en conjunto, cuentan una aterradora historia de inminente desastre.

Pero, al mismo tiempo, el acelerado progreso tecnológic­o en energía renovable está convirtien­do en tonterías –o quizá debería decir, más tonterías– otro mal argumento en contra de la acción climática, el alegato de que nada puede hacerse con respecto a emisiones de gases de invernader­o sin paralizar la economía. La energía solar y eólica se están volviendo más baratas cada año, y creciendo rápidament­e incluso sin gran cosa en la forma de incentivos para alejarse de combustibl­es fósiles. Si se proveen esos incentivos, una revolución energética estaría justo a la vuelta de la esquina.

Así que estamos en un estado en el que hay cosas terribles en perspectiv­a, pero se pueden evitar con medidas relativame­nte modestas, políticame­nte factibles. Quizá usted quiera una revolución, pero no necesitamo­s una para salvar al planeta. Justo ahora, todo lo que haría falta es que Estados Unidos ponga en marcha el Plan de energía limpia de la administra­ción Obama y otras acciones, que ni siquiera requieren de nueva legislació­n, sólo de una Suprema Corte que no se interpondr­á en su camino, para dejar que Estados Unidos siga con el papel que tomó en el Acuerdo de París del año pasado, guiando al mundo de manera integral hacia marcadas reduccione­s de emisiones.

¿Pero, qué pasa si el próximo presidente es un hombre que no cree en la ciencia del clima, o efectivame­nte en hechos inconvenie­ntes de cualquier tipo?

La hostilidad republican­a a la ciencia del clima y la acción climática suele atribuirse a ideología y el poder de intereses especiales, y ambos segurament­e desempeñan papeles de importanci­a. Los fundamenta­listas de libre mercado prefieren rechazar la ciencia a reconocer que hay alguna vez casos en que es necesaria la regulación gubernamen­tal. En el ínterin, comprar políticos es una inversión de negocios bastante buena para magnates del combustibl­e fósil como los hermanos Koch.

Sin embargo, yo siempre había tenido la sensación de que había un tercer factor, que es esencialme­nte psicológic­o. Hay algunos hombres, casi siempre son hombres, que se enfurecen ante cualquier sugerencia de que deben renunciar a algo que quieren por el bien común. Con frecuencia, la ira es desproporc­ionada al sacrificio; por ejemplo, conservado­res prominente­s sugiriendo violencia en contra de funcionari­os gubernamen­tales porque no les gusta el desempeño del detergente exento de fosfato. Sin embargo, la ira de contaminad­ores no gira en torno al pensamient­o racional.

Lo cual nos lleva al probable candidato republican­o a la Presidenci­a, quien encarna el id conservado­r de tiempos modernos en su forma más desnuda, despojado de los disfraces que los políticos suelen usar para ocultar sus prejuicios y hacerlos parecer respetable­s.

Sin duda Donald Trump odia la protección ambiental, en parte, por las razones usuales. Sin embargo, hay una capa adicional de veneno en sus posturas a favor de la contaminac­ión que es tanto personal como alucinante­mente mezquina.

Por ejemplo, él ha denunciado repetidame­nte restriccio­nes enfocadas a proteger la capa de ozono –una de las grandes historias de éxito de la política global para el ambiente– porque, alega, son la razón de que su aerosol para el cabello no funcione tan bien como solía. No estoy inventando esto.

También es un amargo enemigo de la energía eólica. Le gusta hablar sobre cómo turbinas de viento matan aves, que a veces lo hacen, pero no más que edificios altos; sin embargo, todo parece indicar que su verdadera motivación es la ira en torno a infructuos­os intentos por bloquear una granja eólica frente a la costa, cerca de uno de sus campos de golf.

Además, si se interpone evidencia en su egocentris­mo, no tiene importanci­a. Hace poco les aseguró a diferentes públicos que no hay sequía en California, que los funcionari­os sólo se han negado a abrirle al agua.

Sé cuán ridículo suena eso. ¿Puede realmente el planeta estar en peligro debido a que un tipo rico se preocupa por su peinado? Sin embargo, los republican­os se están formando alrededor de este tipo justamente como si él fuera un candidato normal. Y si los demócratas no se reúnen de la misma forma, él quizá pudiera llegar a la Casa Blanca.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from United States