Formación del cerebro infantil
Nueva York— Primero, una prueba: ¿Cuál es el "vegetal" consumido más comúnmente por infantes estadounidenses? Respuesta: La papa frita. El mismo estudio que dio a conocer esa tragedia nutricional también arrojó que en cualquier día dado, casi la mitad de los infantes estadounidenses bebe refresco o bebidas similares, poniendo posiblemente a los niños en una trayectoria hacia obesidad o diabetes.
Sin embargo, para muchos niños, los problemas empiezan incluso antes. En Virginia Occidental, arrojó un estudio, casi un quinto de los niños nace con alcohol o drogas en su sistema.
Por tanto, muchos enfrentan una lucha cuesta arriba desde el día de su nacimiento.
Tengan todo esto en mente a medida que Hillary Clinton, Bernie Sanders y Donald Trump luchan en torno a impuestos, salarios mínimos y si las cuotas universitarias se vuelven gratuitas en universidades públicas. Esos son debates legítimos, pero los mayores obstáculos y mayor desigualdad a menudo tienen su origen en las primeras etapas de la vida.
Si queremos que más niños entren a universidades, deberíamos invertir en preescolares.
De hecho, preescolar pudiera ser un poco tarde. Investigación del cerebro en los últimos 12 años pone de relieve que el momento de la vida que más pudiera darle forma a nuestros resultados como adultos es del embarazo y hasta los 2 o 3 años de edad.
"El camino al logro universitario, mayores salarios y movilidad social en Estados Unidos empieza en el nacimiento", destaca James Heckman, economista ganador del Nobel por la Universidad de Chicago. "La mayor barrera para la educación universitaria no son las altas colegiaturas o el riesgo de endeudamiento estudiantil; está en las habilidades que los niños tienen cuando ingresan por primera vez al jardín de niños".
Heckman no es un delicado y sentimental humanitario. Él es un genio matemático reconocido por su trabajo en econometría. Sin embargo, está concentrando su trabajo en la educación temprana para niños en desventaja porque considera eso como, quizá, la inversión pública de mayor rendimiento en el mundo actual.
Él mide los ahorros económicos de inversiones en la primera infancia –porque menos dinero se gasta después en cortes juveniles, prisiones, atención médica y asistencia social– y calcula que programas de educación temprana para niños necesitados se pagan solos varias veces.
Una de las paradojas de la política estadounidense es que este es un tema respaldado por evidencia abrumadora, goza de apoyo bipartidista, pero Washington se ha estancado con respecto a él. Gallup encuentra que los estadounidenses favorecen por más de 2 a 1 el cuidado universal previo al jardín de niños (conocido como pre-K), en tanto Clinton y Sanders son firmes defensores. Trump también ha vertido comentarios de aprobación (aunque búsquedas en línea tanto de "Trump" como "preescolar" arrojan en su mayoría comparaciones de él con un preescolar).
Dejemos en claro que lo que se necesita no es sólo educación sino también ayuda para familias que empiezan en el embarazo, a fin de reducir el riesgo de que los niños nazcan con adicciones y para incrementar las perspectivas de que sean criados con mucho juego y conversación. (Para los 4 años de edad el hijo de profesionales ha oído 30 millones más palabras que un menor bajo el cuidado del estado).
La mejor métrica de pobreza infantil pudiera no tener nada que ver con los ingresos, sino la frecuencia con que se le habla y lee al menor. Así que es en la infancia temprana donde yacen las raíces de la desigualdad.
Un libro de la Fundación Russell Sage, "Demasiados niños dejados atrás", nota que de 60 a 70 por ciento de la brecha de aprovechamiento entre niños ricos y pobres ya salta a la vista para el jardín de niños. El libro recomienda invertir en la infancia temprana, pues es cuando los programas suelen tener el mayor impacto.
Es cierto que progresos cognitivos del preescolar al parecer se desvanecen para el tercer grado, pero hay diferencias que persisten en resultados de vida. Muchos años más tarde, estos ex alumnos de pre-K tienen menores probabilidades de ser arrestados, de abandonar la educación superior, de recibir asistencia social y de estar desempleados.
Una ola de investigación reciente e neurociencia explica por qué la infancia temprana es realmente crucial: es en ese momento cuando el cerebro se desarrolla más rápidamente. Los niños que crecen en la pobreza enfrentan altos niveles de la hormona del estrés, cortisol, que cambia la arquitectura del cerebro, comprometiendo áreas como la amígdala y el hipocampo.
Una nueva serie de ensayos de la editorial Harvard Education Press, “The Leading Edge of Early Childhood Education”, dice que este "estrés tóxico" de la pobreza daña circuitos cerebrales responsables del control de impulsos, memoria funcional, regulación emocional, procesamiento de errores y un saludable funcionamiento metabólico. Programas de la infancia temprana protegen esos jóvenes cerebros.
Así que en su campaña presidencial, pasemos más allá de los debates sobre cuotas escolares sin costo y salarios mínimos para impulsar algo que pudiera tener incluso mayor importancia: programas de infancia temprana para niños necesitados.
"Es en los primeros mil días de vida que el escenario es programado para volver realidad potencial individual", escribe Roger Thurow en su poderoso e importante libro nuevo sobre el apalancamiento de la primera infancia, "Los primeros mil días". "Si queremos moldear el futuro, mejorar verdaderamente el mundo, tenemos mil días para hacerlo, madre por madre, hijo por hijo".
Las guerras de la educación de Estados Unidos se parecen a la I Guerra Mundial, con cada bando atrincherado y exhausto pero ninguno logrando gran progreso. Así que trascendamos el atolladero y enfoquémonos en invertir en los niños más necesitados de Estados Unidos.
Rescatamos bancos porque eran demasiado grandes para venirse abajo. Ahora, ayudemos a niños que son demasiado pequeños para caer.