La prueba latina del Partido Republicano
Nueva York— En su editorial, ‘La prueba latina del Partido Republicano’, The New York Times dice lo siguiente: Los dirigentes republicanos expusieron el plan de acción para la recuperación de su partido después de la derrota que sufrió Mitt Romney en la contienda por la Presidencia en el 2012. ‘Si los hispanos piensan que no los queremos aquí, cerrarán los oídos a nuestra política’, advertía el llamado informe de la autopsia, y se hacía notar que Romney había recibido 27 por ciento del voto latino, en comparación con 44 por ciento que obtuvo George W. Bush en el 2004. Con un cita del texano Dick Armey, el que fuera líder republicano en la Cámara de Representantes, se prevenía en el informe: ‘No puedes decirle a alguien que es fea y esperar que vaya contigo al baile de graduación’.
Sin embargo, es justo eso mismo lo que están haciendo los republicanos ahora. Donald Trump ha emergido como el portador del estandarte del Partido Republicano, mientras que hace que los latinos y otras minorías sean los chivos expiatorios por atizar los temores y resentimientos del votante blanco de clase trabajadora. Trump insiste en que ganará el voto latino, pero empezó su campaña con la promesa de construir un muro a lo largo de la frontera con México para bloquear a la gente que ese país ‘nos está mandando’ a Estados Unidos, y dijo: ‘Están trayendo delitos. Son violadores’. Hace poco, generó otra oleada de consternación al acusar a un juez federal, nacido en Estados Unidos, de estar prejuiciado porque tiene ascendencia mexicana.
La candidatura de Trump ha metido en un embrollo a otros candidatos republicanos. Pueden amarrar a su grupo a la campaña de Trump para propinarles palizas a los inmigrantes y esperar que las tácticas para suprimir votantes debiliten a los crecientes segmentos de electores que se han movilizado ante la posibilidad de derrotarlo. O pueden repudiarlo y reconocer que alejar todavía más a los votantes que no son blancos puede dañar gravemente al Partido en el largo plazo.
Además de ser contraproducente, denigrar a grupos de personas es moralmente aberrante. Los republicanos les están enviando estas señales a millones de ciudadanos y aspirantes a ser estadounidenses: no son bienvenidos; este país no es su hogar.
Esta hostilidad ha vigorizado el esfuerzo de los latinos y otros grupos, el cual ya lleva una década, para aumentar su participación política. Más de 27 millones de latinos serán elegibles para votar en noviembre, un incremento de 60 por ciento respecto de hace una década. Las organizaciones cívicas y los medios en español están haciendo una gran campaña para registrar electores y hacer que los residentes permanentes obtengan la ciudadanía en los estados indecisos, con la esperanza de destrabar el poder de un bloque elector, cuya participación en las elecciones ha sido baja, en términos históricos.
‘Si yo fuera un dirigente del Partido Republicano en el ámbito estatal, estaría buscando cómo eso me podría afectar ahora, pero también en el juego largo’, dijo Mindy Romero, la directora del Proyecto de Participación Cívica Californiana en la Universidad de California, en Davis.
La evolución política de California ofrece una lección a los republicanos. En 1994, Pete Wilson, a la sazón el gobernador, fue el campeón de la iniciativa en las boletas para prohibirles servicios públicos a los inmigrante no autorizados, cuando participó para reelegirse en una contienda electoral muy reñida. Ganó y se aprobó la iniciativa, conocida como Propuesta 187. Sin embargo, la campaña divisoria en exceso sobre la medida, a la cual rechazaron los tribunales, desencadenó un aumento en la participación política de los latinos que ha hecho que el Partido Demócrata domine en el estado desde entonces.
Los dirigentes republicanos en otros estados observaron a California con alarma. Mientras que algunos han tratado de hacer que el Partido sea más incluyente, la táctica prevaleciente ha sido la de, en forma solapada, desalentar a los votantes de las minorías. Texas y Arizona están entre los estados cuyas legislaturas, dominadas por los republicanos, han aprobado leyes sobre la identificación y, además, han hecho que las normas para votar sean más estrictas bajo la extensa apariencia de evitar el fraude electoral.
Los blancos representan ahora 70 por ciento del electorado, en comparación con 85 por ciento en 1980. Los demógrafos proyectan que para el 2060, los blancos serán 46 por ciento del padrón electoral, en tanto que el bloque latino crecerá del actual 13 por ciento a 27 por ciento. Dadas esas tendencias, es sorprendente que el Partido Republicano haya asumido una línea más dura en cuanto a la inmigración.
‘Es una estrategia contraproducente en el largo plazo’, notó el representante demócrata por Texas, Joaquín Castro. ‘Pero el centro de atención para muchos de los políticos aquí es el corto plazo. Muchos de ellos no piensan que estarán en la política dentro de 20 años’.
Ese pareciera ser el cálculo del senador republicano por Arizona, John McCain. McCain, quien enfrentará a un fuerte oponente demócrata en noviembre, ha optado, a regañadientes, por respaldar a Trump. La mayoría de los republicanos en contiendas competidas parecen inclinados a hacer lo mismo. Una rara excepción es el senador por Illinois, Mark Kirk, quien anunció la semana pasada que, honradamente, no podía apoyar a Trump, ‘sin importar el impacto político que ello tenga en mi candidatura o en el Partido Republicano’.
Quizá cambien las cosas después de las elecciones en noviembre, dijo el representante Ruben Gallego. La forma para hacernos retroceder en todo esto es tener una victoria absoluta en las casillas electorales y obligar al Partido Republicano a sostener una conversación sobre lo que necesita hacer para poder sobrevivir’, explicó. Claro que esa es la misma conversación que tuvieron en el 2012 y de la que después hicieron caso omiso.