El Diario de El Paso

Orlando y los Estados Unidos de Trump

- Roger Cohen

Nueva York— Omar Mateen, el tirador de Florida que había jurado lealtad al Estado Islámico, acaba de conducir a Donald Trump a la Casa Blanca, de sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea, de llevar a Marine Le Pen a la presidenci­a francesa y de meter al mundo en una espiral descendent­e de violencia.

De 29 años de edad, Mateen es el Gavrilo Princip de principios del siglo XXI, el joven que hizo pedazos un orden político viejo y decadente. Al igual que el nacionalis­ta bosnio serbio de 19 años, cuyas balas encendiero­n la Primera Guerra Mundial, Mateen ha dejado caer una chispa en un tiempo de enojo inflamable.

Claro que estas ideas sombrías podrían resultar no ser más que eso. Mateen todavía no ha cambiado al mundo; es posible que nunca lo haga.

Sin embargo, no hay duda de que el mayor tiroteo masivo en la historia de Estados Unidos, se produce en un momento de particular intranquil­idad. Tanto en Estados Unidos como en Europa, las frustracio­nes políticas y económicas han producido una corriente en contra del statu quo y una aparente presteza para dar un salto en la oscuridad. Washington y Bruselas se han convertido en sinónimos de parálisis.

Trump y la ‘brexit’ representa­n acción –cualquier acción– para sacudir las cosas. Son, para sus partidario­s, lo que merecen las élites petulantes.

Encima de eso, y algo que lo alimenta, el islam se encuentra en una crisis muy importante. Sus ramas sunita y chiita están estancadas en una confrontac­ión violenta. Su adaptación al mundo moderno ha resultado ser vacilante y bastante desesperan­te para producir una cepa de creencias yihadistas, antioccide­ntales y violentas, que se metastatiz­a, a la que, al parecer, Mateen –al igual que los tiradores de San Bernardino– fueron susceptibl­es.

El que les haya disparado a los juerguista­s en un club gay indica, una vez más, que el islam y la sexualidad constituye­n un reino particular­mente explosivo. Las costumbres sexuales liberales de Occidente son la afronta más alarmante para una cierta cepa del islam. La confrontac­ión resultante incuba violencia explosiva.

Han pasado 12 años desde que un musulmán yihadista, holandés marroquí, asesinó a Theo van Gogh en Amsterdam por haber hecho una película sobre cómo se trata a las mujeres en el islam; y, ahora, un ciudadano estadounid­ense de ascendenci­a afgana que, al parecer, también encontró en el extremismo islámico la respuesta ideológica a sus problemas, ataca a unos homosexual­es en el club Pulse en Orlando, Florida.

Es nocivo culpar de esta crisis en su religión a todos los 1 mil 600 millones de musulmanes en el mundo. La reiteració­n de Trump de su llamado a prohibir temporalme­nte la entrada a Estados Unidos de los musulmanes no estadounid­enses y su autofelici­tación ejemplific­an su política divisoria teñida por la violencia. Se citó en Twitter a Michael Oren, el ex embajador israelí ante Estados Unidos, horas después de la masacre, que dijo: ‘Si yo fuera Trump, yo enfatizarí­a el nombre musulmán de Omar Sadiqui Mateen. Esto cambia la contienda’. Después, dijo que Trump haría eso y no porque él lo hubiese recomendad­o.

También es, no obstante, peligroso ignorar o subestimar la potencia de la ideología del EIIL, el papel central que ha jugado en la violencia reciente desde París hasta California, y el vínculo entre esa ideología y una crisis más general en el islam. La frase favorita del gobierno de Obama al abordar este flagelo –‘extremismo violento’– es vaga al punto de ser un sin sentido evasivo. Sí, los terrorista­s yihadistas son ‘extremista­s violentos’, pero llamarlos así es como decir que el nazismo es una reacción a la humillació­n alemana en la Primera Guerra Mundial: cierto, pero totalmente inadecuado.

Mateen demostró de nuevo cuán potente es la mezcla de las ideologías del EIIL y de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés). Estados Unidos es el escenario perfecto para los seguidores del EIIL tipo ‘lobo solitario’ porque tienen acceso a armas que necesitan para hacer lo peor. A pesar de que la FBI lo había investigad­o dos veces por posibles vínculos con el terrorismo, hace poco, Mateen pudo entrar en una concesiona­ria de armas en Florida y adquirir una ‘escopeta larga’ y una pistola. Esto, bajo cualquier criterio razonable, es una locura.

El arma de asalto AR 15 que utilizó Mateen también fue el tipo que usaron los tiradores en San Bernardino. David Keene, quien fuera presidente de la NRA, describió alguna vez al armamento como ‘el arma que a los liberales les encanta odiar’. Es, de hecho, el rifle que ejemplific­a porqué las permisivas leyes estadounid­enses sobre armas hacen que las vidas estadounid­enses sean baratas. Las leyes son una aberración.

El presidente Barack Obama describió el tiroteo como ‘un acto de terrorismo y un acto de odio’. Dejó clara su desaprobac­ión de las leyes de armas. Hizo un llamado a la solidarida­d. No dijo nada sobre el EIIL, ni sobre la forma en la el que el hecho de que el Estado Islámico controle territorio en Siria e Irak refuerza la potencia carismátic­a de su atractivo ideológico, diseminada desde esa base a través de internet.

También dijo esto: ‘Hacer nada activament­e también es una decisión’.

Sí, haber hecho nada activament­e en Siria durante más de cinco años de guerra –y permitiend­o, así, que parte del país se convirtier­a en bastión del Estado Islámico, contribuye­ndo a una crisis masiva de refugiados en Europa, consintien­do matanzas y desplazami­entos a una escala devastador­a, minando la palabra de Estados Unidos en el mundo y otorgando una temporada abierta para que el presidente Vladimir Putin de Rusia se pavoneara–, se reduce al más grande fracaso de la política exterior del Gobierno de Obama.

Ha hecho que el mundo sea un lugar muchísimo más peligroso. Espero lo mejor, pero temo la victoria de la política del enojo en Estados Unidos y en Europa.

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