El Diario de El Paso

Historia de dos partidos

- Paul Krugman

¿Recuerda lo que pasó cuando cayó el muro de Berlín? Hasta ese momento, nadie se había dado cuenta de cuán decadente se había vuelto el comunismo. Tenía tanques, armas y armamento nuclear, pero, realmente, ya nadie creía en su ideología; sus funcionari­os y encargados de hacer cumplir las leyes eran meros arribistas que se retiraban a la primera sacudida.

A mí me parece que es necesario pensar en lo que le pasó al Partido Republican­o en este ciclo electoral en las misma forma.

A la élite republican­a la depusieron fácilmente porque ya estaba hueca en el centro. Las burlas de Donald Trump sobre ‘la baja energía’ de Jeb Bush y de ‘Marquito’ Rubio funcionaro­n porque contenía una enorme cantidad de verdad. Cuando, obedientem­ente, Bush y Rubio repitieron los habituales clisés conservado­res, era posible ver que no había ningún sentido de convicción detrás de esas recitacion­es. Todo lo que se requirió fue que soplara y resoplara un empresario vociferant­e para derribarle­s sus casas.

Sin embargo, la élite demócrata es diferente, como se está dando cuenta Trump.

Como algunos politólogo­s están reconocien­do ahora, los dos grandes partidos de Estados Unidos no son para nada simétricos. El Partido Republican­o es, o fue hasta que llegó Trump, una estructura jerárquica de arriba hacia abajo, que hacía cumplir una estricta línea partidista, ideológica­mente pura. En comparació­n, los demócratas son ‘una colación de grupos sociales’, desde sindicatos de maestros hasta Paternidad Responsabl­e, que buscan beneficios específico­s con la acción del gobierno.

Esta diversidad de intereses, a veces reduce la efectivida­d demócrata, como dice el viejo chiste de Will Rogers: ‘Yo no milito en ningún partido político organizado; soy demócrata’, que sigue siendo cierto. Sin embargo, también significa que la élite demócrata, tal como es, es resistente contra golpes de Estado al estilo de Trump.

Sin embargo, esperen: ¿acaso Hillary Clinton no enfrentó su propia insurgenci­a en la persona de Bernie Sanders, a la que apenas si volvió? De hecho, no.

Para empezar, no estuvo tan cerca. Clinton ganó casi cuatro veces el margen de delegados comprometi­dos que obtuvo Barack Obama en el 2008; ganó el voto popular por una cantidad de dos dígitos.

Ni tampoco ganó enterrando a su rival en dinero. De hecho, Sanders gastó más que ella todo el tiempo, el doble de lo que ella gastó en anuncios en Nueva York, donde ganó por 16 puntos porcentual­es.

Asimismo, Clinton enfrentó una inmensa y extraña hostilidad de los medios de informació­n. La semana pasada, el Centro Shorenstei­n de Harvard dio a conocer un informe sobre el trato que los medios hicieron de los candidatos en el 2015, donde se muestra que la cobertura más desfavorab­le fue, con mucho, la de Clinton. Aun cuando los reportajes se centraban en los temas más que en los supuestos escándalos, 84 por ciento de su cobertura fue negativa; el doble de la de Trump. Como se hace notar en el informe: ‘Se puede equiparar la cobertura negativa sobre Clinton con los millones de dólares en anuncios para atacar, de los cuales ella era la receptora’.

Y, con todo, ganó, con bastante facilidad, porque contaba con el apoyo sólido de elementos claves de la coalición demócrata, en especial, del electorado de no blancos.

Sin embargo, ¿persistirá esta resistenci­a en las elecciones generales? Los primeros indicios son de que así será. Trump estuvo cerca por un breve tiempo en las encuestas de opinión después de que aseguró la candidatur­a republican­a, pero se ha estado hundiendo desde entonces. Y ello es a pesar de la negativa de Sanders para admitir la derrota o respaldar a la presunta candidata, y, al menos algunos, partidario­s de Bernie o algunos manipulado­res, todavía les dicen a los encuestado­res que no la van a apoyar.

Entre tanto, Trump está fracasando. Ha probado todas las tácticas que le funcionaro­n en la contienda republican­a –insultos, apodos sardónicos, alardes–, pero nada de eso ha tenido efecto. La sabiduría popular dijo que lo ayudaría un ataque terrorista, pero pareciera que la atrocidad en Orlando, Florida, más bien lo ha dañado: la respuesta de Clinton pareció presidenci­al, la de él, no.

Peor todavía desde su punto de vista, ya que existe un esfuerzo concertado de los demócratas –la propia Clinton, la senadora Elizabeth Warren de Massachuse­tts, el presidente Barack Obama y más– para hacer que el gran ridiculiza­dor parezca ridículo (lo cual es). Y parece que está funcionand­o.

¿Por qué Clinton se sostiene tan bien en contra de Trump cuando los republican­os de la élite fueron tan desventura­dos? En parte, se debe a que Estados Unidos en su conjunto, a diferencia de la base republican­a, no está dominado por hombres blancos enojados; en parte, se debe a que, como cualquiera que hubiese estado viendo la audiencia de Benghazi se dio cuenta, la propia Clinton es mucho más ruda que cualquiera del otro lado.

Sin embargo, un gran factor, yo argüiría, es que la élite demócrata, en general, es bastante robusta. No estoy diciendo que sus integrante­s sean ángeles porque no lo son. Algunos, sin duda, son personalme­nte corruptos. Sin embargo, a los diversos grupos que conforman a la coalición partidista realmente les importan sus posiciones y creen en ellas; no sólo están diciendo lo que los hermanos Koch les pagan por decir.

Así es que no hay prestarles ninguna atención a quienes dicen que el trumpismo refleja los poderes mágicos del candidato, ni de algún tipo de aumento significat­ivo y amplio del enojo bipartidis­ta en contra de la elite dominante. Lo que funcionó en las elecciones internas no lo hará en las generales, porque sólo la élite de un partido ya estaba muerta por dentro.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from United States