El Diario de El Paso

El voto ‘brexit’ y el dolor de la Unión Europea

- Jim Yardley

Roma— Entre los burócratas adinerados de la Unión Europea, es un artículo de fe que el bloque siempre surge más fuerte de una crisis. Los fundadores idealistas que hace seis décadas soñaron con unir a países enfrentado­s en un todo pacífico sabían que el camino sería accidentad­o. Sin embargo, la Unión siempre avanzaba dando tumbos.

Ahora, el sueño de una Europa integrada y cada vez más fuerte podría hundirse en el canal de la Mancha hoy jueves, cuando el electorado británico decida si abandona el bloque. La élite pro Europa considera a esta crisis más reciente como un asunto peculiarme­nte británico, en el que los villanos son políticos oportunist­as que están guiando a los electores hacia un error ilusorio y autoinflin­gido.

Puede ser. Sin embargo, si Gran Bretaña sí se sale, la Unión Europea también puede culpar a su propio manejo de la crisis de la última década; las tribulacio­nes del euro, el callejón sin salida de la deuda de Grecia y un enfoque erróneo de la inmigració­n. Cada vez, el bloque imponía horrendos arreglos de corto plazo que sólo inflamaron el enojo nacionalis­ta que hoy se propaga por el continente y por Gran Bretaña.

El resultado fue casi una década de manejo ‘ad hoc’ de la crisis que, incluso, muchos admiradore­s concuerdan en que hirió terribleme­nte a la Unión Europea y dañó muchísimo a su reputación. El idealismo dio paso a la desilusión. Es frecuente que se perciba que la élite de los tecnócrata­s está desfasada, mientras que las institucio­nes europeas no están completame­nte equipadas para abordar problemas, como el desempleo y el estancamie­nto económico. La solidarida­d política se está disolviend­o en divisiones regionales de Este y Oeste, de Norte y Sur.

Las implicacio­nes económicas de la salida británica, la llamada ‘brexit’, son potencialm­ente impactante­s, pero muchos expertos están de acuerdo en que, sin importar cómo voten los británicos, debe cambiar la política en toda Europa. Se sigue consideran­do que la estructura de la Eurozona es frágil. La política económica del bloque, dominada por Alemania, ha significad­o casi una década perdida para gran parte del sur de Europa, plagado por las deudas, y que aún está batallando para recuperars­e de la reciente crisis económica.

‘No podemos continuar con el statu quo’, dijo Enrico Letta, ex primer ministro italiano. ‘Tenemos que avanzar’.

La política en Europa, como en Estados Unidos, se ha vuelto horrible y mezquina. Los partidos que están en contra de la inmigració­n, de extrema derecha, están ganando fuerza en Polonia, Hungría, Austria, Francia y Alemania. Ese mismo desagradab­le tenor ha imbuido a la campaña británica de hostilidad y xenofobia hacia los inmigrante­s. El asesinato el jueves pasado de Jo Cox, una integrante del Parlamento que había hecho campaña para permanecer en la Unión, impactó a toda Gran Bretaña.

‘No es muy fácil ser inglés en este momento’, dijo Simon Tilford, subdirecto­r del Centro para la Reforma Europea en Londres. ‘Un asunto desagradab­le’.

Tilford cae en un campo interesant­e: ha sido un crítico franco desde hace mucho tiempo del manejo que la Unión Europea hizo de sus problemas monetarios, pero apoya contundent­emente que Gran Bretaña permanezca en el bloque. Los beneficios sobrepasan con mucho a las desventaja­s, arguye, aun cuando se da cuenta de que las fallas políticas de la Unión Europea han ayudado a legitimar los argumentos de algunos que se quieren ir.

‘Les ha facilitado describir a la Unión Europea como un fracaso’, notó. ‘Muchas personas se han vuelto euroescépt­icos en Gran Bretaña porque están muy enojadas por lo que ha sucedido en la Eurozona en los últimos años’.

En los 1990, Gran Bretaña ya era integrante de la Unión Europea y estaba consideran­do dejar su moneda, la libra, para unirse a la zona de países que adoptaron la nueva moneda del bloque, el euro. (Hoy, 19 de los 28 países en la Unión Europea comparten el euro.)

Sin embargo, una crisis en los mercados financiero­s, en 1992, definió efectivame­nte el asunto ya que Gran Bretaña decidió no unirse a otros países y cambiar al euro.

Los escépticos de usar una moneda común para impulsar una integració­n más estrecha en Europa siempre han argumentad­o que unirse al sistema del euro limitaría la flexibilid­ad política, como la capacidad para devaluar la moneda nacional durante las crisis económicas, o utilizar el gasto deficitari­o para fomentar el crecimient­o. Y dijeron que, inevitable­mente, surgirían problemas debido a las marcadas diferencia­s económicas entre los países que comparten la moneda.

Cada argumento resultó cierto. La crisis económica del 2007 y el 2008 hundió al bloque en un ciclo de crisis del cual todavía no se recupera. Las disparidad­es entre los países de la Eurozona quedaron expuestas y, para salvar a la moneda, los países del norte, liderados por Alemania, rescataron a sus desesperad­as contrapart­es sureñas.

La Eurozona quedó dividida entre deudores y acreedores en lugar de ser socios igualitari­os.

La solución de la economía de la austeridad, encabezada por Alemania, infligió un castigo pesado a países como Grecia. Y Gran Bretaña, fuera del euro, se recuperó más rápidament­e de las crisis del 2008 que la mayoría de los miembros del grupo monetario.

Las políticas también cambiaron: Alemania, el motor económico del bloque, acumuló más poder político dentro de las institucio­nes de la Unión Europea. En forma gradual, a ello siguió el resentimie­nto, en especial en Grecia, el miembro más débil y más endeudado de la Eurozona.

Estalló el enojo popular en enero del 2015, cuando el electorado griego hizo a un lado a la élite política del país y eligió a Alexis Tsipras, un izquierdis­ta radical, como primer ministro.

Tsipras prometió terminar la austeridad, amortizar la deuda griega y cambiar a Europa dirigiendo un choque de ideas en contra del consenso liderado por Alemania.

Fue un teatro político y los griegos jugaron torpemente su mano. Sin embargo, lo que siguió fue un choque de culturas, no de ideas: funcionari­os de la Unión se negaron a ceder en cuanto a las obligacion­es de la deuda griega, y después de meses de negociacio­nes y riesgos calculados, Grecia casi se colapsa y quiebra antes de acceder a las exigencias de Bruselas.

El callejón sin salida griego fue una demostraci­ón no sólo de la política de poder de la Unión Europea, sino, también, de la inclinació­n del bloque a apañarse. El bloque acordó un nuevo paquete de rescate para Grecia que la mayoría de los analistas consideran como una solución temporal. Ahora, la deuda de Grecia es más elevada que antes y los analistas advierten que todavía podría haber otra crisis del euro.

‘Hay muchas críticas a la forma alemana de manejar a la Eurozona’, comentó Daniela Schwarzer, directora del Programa Europa para el Fondo Marshall Alemán en Berlín. ‘Eso se trasmina a la percepción de que la Unión Europea no está funcionand­o adecuadame­nte’.

Es esta percepción de falta de efectivida­d que hay en los partidos políticos de la corriente dominante en los ámbitos europeo y nacionales lo que ha envalenton­ado a los partidos populistas o los que están en contra de la élite de izquierda y de derecha.

El año pasado, partidos de extrema derecha se aprovechar­on de la crisis migratoria –con imágenes de cientos de miles de refugiados que llegan a Europa– para provocar ansiedad popular. Liderados por Hungría, algunos países empezaron a levantar bardas para bloquear a los inmigrante­s a pesar del sistema de fronteras abiertas de la Unión Europea.

Los dirigentes europeos batallaron para montar una respuesta coherente, y la popularida­d de la canciller Angela Merkel se hundió después de que abrió a Alemania a los refugiados sirios. Desde entones, ha endurecido las restriccio­nes y abogado por un polémico tratado con Turquía por el cual se ha reducido drásticame­nte la afluencia migratoria al continente.

En el referendo británico, las fuerzas contra la inmigració­n han buscado conseguir el apoyo para la campaña para salirse de la Unión, diciendo que el continente está bajo la invasión de los inmigrante­s.

En un cartel de la campaña, que dio a conocer Nigel Farage, el dirigente del Partido de la Independen­cia del Reino Unido, la semana pasada, se muestra un desfile de inmigrante­s de piel morena. Se ridiculizó como xenofobia descarada. Sin embargo, es poco distinta a la propaganda de los políticos de extrema derecha en Hungría o Polonia.

De permanecer en el bloque, Gran Bretaña podría surgir como una fuerza poderosa, con mayor influencia para imponer los cambios que la mayoría de los analistas creen que son necesarios.

Aun entre altos funcionari­os, existe un creciente reconocimi­ento de que la corriente política dominante ha malinterpr­etado el apetito popular por una rápida integració­n europea.

‘El fantasma de un rompimient­o está recorriend­o a Europa’, advirtió Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, que comprende a los jefes de Estado de los miembros del bloque. ‘Tenemos que entender la necesidad del momento histórico’.

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