Toda persona puede ser un agente del bien
No es común tener la oportunidad de estar en la presencia de un hombre de relevancia global, quien tiene una íntima y profunda influencia en tu vida personal. Siendo un niño, tuve la buena fortuna de tener breves encuentros con el Lubavitcher Rebe, el rabino Menajem M. Scheerson, de santísima memoria.
Cada domingo, a partir de 1986, miles de personas acudían a ver al Rebe, en busca de sus bendiciones y consejo. El Rebe le daba a cada persona un dólar para que lo destinaran a la caridad. Él les explicaba que cuando dos personas se conocen, el encuentro debe beneficiar a un tercero: es por eso que él le daba a cada visitante la misión de la caridad para perpetuar la buena voluntad de ese breve encuentro.
Todos eran bienvenidos, sin importar la raza, color de piel o religión. Yo recuerdo las largas y diversas filas de personas en espera de reunirse con este líder mundial que genuinamente se preocupaba por esa invaluable interacción con cada individuo. Esas memorias de la infancia de recibir un dólar en estas visitas son las más preciadas que tengo. Posteriormente entendí que el dólar representaba la firme creencia del Rebe de que cada persona puede ser un agente del bien.
Mientras que el impacto global del Rebe no tiene paralelo en la historia judía, era su enfoque en el poder del individuo que inspiraba tanto a sus discípulos y admiradores. Esto motivaba a sus miles de incansables emisarios para mudarse a esos bastiones abandonados de la vida judía y llevar hasta ahí la alegría de vivir el judaísmo. Para ayudar y ofrecerle a cada judío la oportunidad de explorar y formar parte de su herencia. Ninguna comunidad era demasiado pequeña ni estaba demasiado lejos ni tan falta de esperanza.
Mi familia fue afortunada de formar parte del ejército de emisarios del Rebe, desde el establecimiento del Chabad Lubavitch en El Paso en 1986.
Yo tenía ocho años cuando El Rebe murió en el verano de 1994. Viajamos a Brooklyn para participar en el funeral multitudinario y visitamos el lugar de
Cada acto de bondad hace del mundo un mejor lugar
descanso del Rebe al día siguiente. Años después aprendí que los estudiosos de ese tiempo predijeron la desaparición del movimiento Jabad-Lubavitch (como se escribe en español), pero ocurrió justo lo opuesto.
Siendo un niño estaba consciente de la gran influencia que el Rebe tenía en nuestras vidas, la cual sólo continuó y se intensificó después de ese día de verano de 1994. Con el tiempo esta conciencia creció y maduró, resultando en mi compromiso de vida hacia el trabajo del Rebe. Este no es un fenómeno poco común. Miles de niños de mi edad compartieron esta misma experiencia. Por el transcurso de dos décadas después, esos niños de ocho años de 1994 se unieron a la red global del Jabad, la cual ha triplicado su tamaño desde aquel profético día.
Mientras que muchos se preguntan cómo fue que sucedió esto, yo prefiero enfocarme en las eternas lecciones del Rebe que continúan dando forma a las vidas de muchas personas. Durante toda su vida, él educó a todos aquellos que estaban dispuestos a escuchar que este mundo es un jardín del bien divino, y que cada ser humano es un agente que revelará esta inherente cualidad de nuestra realidad. Ninguna acción es demasiado pequeña y ninguna persona es insignificante. Esta poderosa idea resuena hoy más que nunca.
Ahora que celebraremos el aniversario luctuoso del Rebe el sábado 9 de julio, los insto a ustedes a que dediquen unos minutos de su tiempo y reflexionen sobre cómo cada uno de nosotros podemos hacer el bien todos los días. Dar a la caridad. Tratar a los demás con respeto. Mostrar más consideración por nuestras familias, amigos y vecinos. Participar en trabajos de bien y acciones de caridad. Porque cada acto de bondad hará que este mundo sea mejor y apresura el comienzo de una era cuando el bien, la paz y la libertad abundarán para todos.