El Diario de El Paso

Todos los facilitado­res del nominado

- ueva York— Paul Krugman The New York Times

NHace un par de semanas Paul D. Ryan, el presidente de la Cámara Baja de EU, de alguna forma trazó tanto un plan de cuidado de salud como un plan fiscal. Digo de alguna manera porque no hubo suficiente­s detalles en cualquiera de los casos para hacer algún tipo de análisis cuantitati­vo. Sin embargo, quedó en claro que las propuestas más recientes de Ryan tenían el mismo contorno general que todas las demás propuestas que él ha divulgado: enormes recortes fiscales para los ricos combinados con salvajes pero menores recortes en ayuda a los pobres, así como el alegato de que todo esto reduciría de alguna forma el déficit en el presupuest­o, gracias a medidas adicionale­s no especifica­das.

Dado todo lo demás que está ocurriendo, esta última entrega de ryanómica captó escasa atención. Un grupo que sí se notó, sin embargo, fue Reparen la Deuda, grupo regañón y no-partidista que solía tener considerab­le influencia en Washington.

De hecho, Reparen la Deuda emitió una declaració­n; pero no, como pudiera haberse esperado, condenando a Ryan por oponerse a agrandar el déficit. No, la declaració­n lo elogiaba. “Nos preocupa que las estrategia­s en el plan pudieran no cuadrar”, reconoció la organizaci­ón, pero después declaró que “damos la bienvenida a este borrador”.

Y ahí, en miniatura, está la historia de cómo Estados Unidos terminó con alguien como Donald Trump como el presunto nominado republican­o y posible próximo presidente. Todo tiene que ver con los facilitado­res, y los facilitado­res de los facilitado­res.

En cierto nivel, todo lo que Trump ha hecho es canalizar el racismo que siempre ha formado parte de nuestra vida política –literalmen­te es como la tarta de manzana estadounid­ense– y ligarlo al impulso autoritari­o que siempre ha estado al acecho detrás de normas democrátic­as. Sin embargo, hay una razón por la cual estas tendencias están concentrad­as en la medida suficiente en el Partido Republican­o que el trumpismo pudiera triunfar en las primarias: una cínica estrategia política que la cúpula del partido ha perseguido a lo largo de las décadas.

Para decirlo audazmente, el Partido Republican­o de tiempos modernos es esencialme­nte una máquina diseñada para cumplir con darles mucho después de impuestos al ingreso al 1 por ciento. Miren a Ryan: ¿ha demostrado él la menor disposició­n, por cualquier razón, para hacer que los ricos paguen siquiera 10 centavos más en impuestos? Reconforta­r a los muy confortabl­es es todo lo que importa.

Sin embargo, no a muchos electores les interesa ese objetivo. Así que el partido ha prosperado políticame­nte al ligar su suerte con la hostilidad racial, lo cual ha fomentado no tan discretame­nte durante décadas.

En últimas fechas, el ex presidente George Bush padre es tratado como un estadista mayor, demasiado caballeros­o para aprobar al tipo de Trump; pero, recuerden, él es quien publicó el anuncio de Willie Horton. Mitt Romney también está descansand­o en esta ronda… pero le alegró aceptar el apoyo de Trump de vuelta cuando el candidato era mejor conocido por su rabioso apoyo a los nacimiento­s.

Y Ryan, después de una breve simulación de agonía con respecto a Trump, ahora está en plena función de perro de ataque a nombre del candidato. Después de todo, el plan fiscal de Trump sería un descomunal maná para los ricos, al tiempo que Hillary Clinton segurament­e sostendría el considerab­le aumento de impuestos del Presidente Barack Obama sobre altos ingresos e intentaría llevarlo más lejos.

Yo no estoy diciendo que todos los republican­os prominente­s son racistas; es probable que la mayoría no lo sea, aunque probableme­nte Trump lo sea. Es en esa búsqueda de sus objetivos económicos - en efecto, interés de clase - que ellos estuvieron dispuestos a actuar como facilitado­res, a hacer de su partido un espacio seguro para el prejuicio. Y el resultado es una base partidista que es marcadamen­te racista, en la cual la pluralidad de electores cree que Obama es musulmán, y más: una base tan solo esperando un candidato dispuesto a soltar lo que la cúpula transmitía mediante insinuacio­nes.

Sin embargo, aquí hay un elemento más que es crucial: no habríamos llegados a este punto si tanta gente fuera del Partido Republican­o –en particular, periodista­s y autoprocla­mados centristas– no se hubieran negado a reconocer lo que estaba ocurriendo.

Analistas políticos que intentaron hablar sobre la transforma­ción del partido, como Norman Ornstein del Instituto de la Empresa Estadounid­ense, fueron arrojados al ostracismo durante años. Más bien, lo respetable y “equilibrad­o” era pretender que los partidos eran simétricos, hacerse de la vista gorda al cinismo del proyecto moderno de los republican­os.

Lo cual me devuelve a Ryan, el líder de facto de su partido hasta el Trumpapoca­lipsis. ¿Cómo alcanzó él esa posición? No inspirando profunda lealtad en la base, sino más bien recibiendo un trato increíblem­ente favorable de periodista­s y centristas impaciente­s por demostrar su bipartidis­mo encontrand­o un republican­o honesto y serio al cual elogiar… o cuando menos, alguien capaz de desempeñar un trabajo pasable de interpreta­r ese personaje en TV. Y como muestra lo más reciente de Reparen la Deuda, la farsa sigue en marcha.

El punto es que este tipo de falso equilibrio hace daño real. La cúpula republican­a facultó directamen­te a las fuerzas que condujeron a Trump; sin embargo, muchas personas influyente­s fuera del partido facultaron efectivame­nte a los facilitado­res. Y así, aquí estamos.

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