El nuevo espectáculo de las noticias
Chicago— En los días posteriores al ataque de 09/11, los expertos en salud mental rogaron que la población no se sumergiera, junto con sus familias, en la vasta cobertura de muerte y terror.
Los expertos explicaron que darse un festín con las imágenes de sucesos traumáticos podía conducir a consecuencias serias mentales y físicas, que podían provocar ansiedad, pánico y una sensación de impotencia. ¿Cuánta gente necesita escuchar ese mismo mensaje hoy en día?
Los padres, especialmente de adolescentes, deben comprender el poder de esas imágenes y de sus discusiones. Los jóvenes que están en una edad caracterizada por la protesta social, la justicia social y un pobre control de los impulsos, pueden caer víctimas de la desesperación, la ira y de sentimientos de apabullante vulnerabilidad al ver tanta carnicería.
Lamentablemente, a diferencia de 2001, los padres no pueden simplemente apagar el televisor familiar. Estamos casi inevitablemente sumidos en la incesante cobertura de noticias de Internet y en las charlas de los medios sociales, de las que parece casi imposible poder escaparse.
Y hay en todo ello un aspecto desagradable. Aunque sin duda muchos de los millones de individuos cautivados por la lucha racial y la violencia que desgarran nuestro país están preocupados y buscan enterarse, una gran porción de consumidores de las noticias posteriores contribuyó a que se convirtieran en un espectáculo.
No se puede exagerar la importancia de que los estadounidenses comprendan los factores pertinentes a la interacción entre las minorías y las fuerzas del orden. Son factores que se complican en acontecimientos cuyo telón de fondo es el terrorismo interno.
Pero una vez que se combina nuestra necesidad de enterarnos y comprender con el hecho de que todos tenemos un estudio de video y un monitor de TV en nuestros celulares, se comienza a sentir que la recolección de información nos ha llevado de ser una nación obsesionada con la TV realidad a una nación adicta a los traumas de la vida real.
Y lo que es muy seductor para los que hacen dinero con las malas noticias es que la forma de presentar el trauma refleja penetrantemente la vida diaria de muchos estadounidenses.
Pensemos en la cobertura de los asesinatos en el club nocturno de Orlando. En los perfiles de los que perdieron su vida, era difícil separar las imágenes y videos cuidadosamente posados de las víctimas de aquellos del asesino.
¿Cuántas fotos vanas de Omar Mateen sosteniendo suavemente su mentón elevado frente al espejo de su baño recuerda usted haber visto?, ¿no eran inquietantemente similares a las imágenes posadas y llenas de autoadmiración de los selfies presentados en las historias de las víctimas –y, para el caso, a las que nuestros pares y nuestros hijos presentan en Instagram y Facebook?
Todo es parte de un nuevo espectáculo noticioso cuidadosamente curado. En años pasados, los medios empaquetaban una historia importante y en proceso con un logo y un tema musical diseñado para dicha historia. Hoy en día, son las selfies, las pantallas de los medios sociales, los hashtags pegadizos, los enlaces gráficos, los videos en tiempo real. Todo contribuye a que uno se identifique y ‘comparta’ las noticias de último momento con el fin de que se vuelvan virales.
El problema no es que ‘todo el mundo es periodista’, como dijo a CBS News, Sree Sreenivasan, ex funcionario jefe digital del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y de la Universidad de Columbia, con respecto a la capacidad de Facebook de transmitir en tiempo real. Es que todo el mundo es un mirón. ¿Y con qué propósito?, ¿y a qué precio? ¿Los millones de personas que se zambullen en la cobertura de noticias posterior a los ataques –y que se convierten en parte del drama al volver a presentar el contenido en las redes sociales, o a expresar sus exclamaciones de dolor o de indignación y después esperar a la respuesta de los demás– están meramente compartiendo información importante?
¿O acaso la obsesiva inmersión en las tragedias, impulsada por los medios sociales, ayuda a alimentar las divisiones políticas, la cólera y, sí, el narcisismo que contribuyen a una mayor violencia?
Incluso si eso no ocurre, ¿empaparse en toda la tragedia, cliquear en interminables galerías de fotos y videos de la carnicería e instintivamente republicar o, peor aún, exponer a familiares y amigos más vulnerables a ellos, es acaso la mejor manera de encaras los sucesos?
¿Acaso ciudadanos emocionales, tensos, coléricos y horrorizados que simpatizan con la tragedia, van a producir soluciones para nuestros problemas nacionales de racismo y violencia?
No debemos hacer la vista gorda a las imágenes gráficas y los videos de esos horrores ni a los importantes asuntos que estos actos de violencia descubren. Pero debemos hacer un esfuerzo para consumir esos artículos con cuidado y reflexivamente.
Pregúntese a qué se está exponiendo usted y a qué expone a los demás y por qué. ¿Está usted ayudando a una causa al circular esas miserias?, ¿está contribuyendo a la comprensión –o al odio, la ira y el prejuicio?
Y lo que es más importante, ¿qué puede hacer en la vida real que vaya más allá de volver a presentar las noticias, convirtiéndose en parte del problema y no en parte de la solución?