El Diario de El Paso

Privilegio­s especiales para un trabajo especial

- • Ruben Navarrette Jr.

San Diego— El jefe de Policía de Dallas, David Brown, fue muy elocuente cuando dijo, recienteme­nte, que los estadounid­enses esperan demasiadas cosas de los oficiales de Policía: que proporcion­en demasiados servicios y que cumplan demasiadas funciones.

Sin embargo el problema va más allá de eso. Mucha gente tiene también expectativ­as poco realistas sobre lo que se requiere para que los oficiales de policía desempeñen su trabajo.

Tomemos, por ejemplo, el hecho de que –tras una serie de muertes de afroameric­anos en manos de oficiales de Policía–a algunos estadounid­enses les molesta que la Policía vaya armada.

En una reciente protesta en Baton Rouge, una joven mujer gritó a los oficiales que estaban frente a ella usando equipo antidistur­bios: ‘Ustedes son los únicos que tienen armas aquí. Guarden sus armas y después podemos hablar’.

Por favor. ¿De dónde sale esta gente? Un arma es una herramient­a que los oficiales de Policía necesitan para desempeñar su trabajo –así como un médico necesita un bisturí, un bombero su manguera, un banquero su planilla.

Se dice que a menudo la Policía se encuentra con individuos que están en medio de crisis. Y hasta cuando están en su momento más calmado, los seres humanos no siempre actúan racionalme­nte. Así es como la Policía aprende a esperar lo inesperado.

Por ejemplo, una de las llamadas más peligrosas que puede recibir un policía es un caso de violencia doméstica, en que una víctima mujer, en un momento grita insultos a su marido y en el minuto siguiente lucha contra los oficiales que intentan arrestarlo.

Pero hay otra manera de considerar lo que dijo esa manifestan­te de Baton Rouge sobre un desarme del cuerpo policial. Es la idea de una mayor igualdad. Algunos suponen, erróneamen­te, que cuando Thomas Jefferson escribió que ‘todos los hombres fueron creados iguales’, quiso decir que deben darnos los mismos privilegio­s a todos.

Bajo el enfoque de la activista había una injusticia inherente en el hecho de que la Policía estaba armada y los manifestan­tes no lo estaban. No le importaba a ella que los oficiales de Policía se hubieran sometido a un entrenamie­nto especial para el manejo apropiado de las armas, ni que hubieran jurado proteger a la población, ni que pudieran necesitar un arma de fuego para cumplir ese juramento, ni que un arma de fuego fuera imprescind­ible para defender su vida y las de los demás.

Como estadounid­enses, ¿qué debemos hacer cuando nuestra necesidad de seguridad pública entra en conflicto con nuestras suposicion­es sobre la igualdad?

Mientras se recuerda y se entierra a los cinco oficiales de Policía de Dallas que murieron recienteme­nte en una emboscada, es aquí donde hemos llegado. Algunos activistas extremista­s que luchan contra la violencia policial, quieren que los departamen­tos de Policía se desbanden totalmente, mientras otros se contentarí­an si simplement­e se desarmara a la Policía y se la colocara a merced de criminales violentos, que aún tendrían acceso a armas mortales.

Esta noción retorcida de la igualdad tiñe también la manera en que se supone debemos hablar de las víctimas de la violencia callejera. Aquí, los activistas que apoyan la reforma policial y sus defensores liberales de los medios han acabado acorralado­s.

Por un lado, cuando mantienen que todas las vidas son igualmente preciosas, insisten en que los estadounid­enses deben llorar no sólo a los oficiales muertos en Dallas sino también a diversas víctimas de la violencia policial.

El columnista del New York Times, Frank Bruni, escribió que el presidente Obama fue a Dallas en un intento por calmar a ‘una nación que se tambalea por las muertes [de los oficiales] y las anteriores de Alton Sterling, en Louisiana, y Philando Castile, en Minnesota’.

¿Cree alguien que la mayoría de los estadounid­enses considera de igual manera una emboscada asesina en Dallas –que tuvo como resultado la matanza de cinco policías, otros siete heridos y una ciudad paralizada durante varias horas–con las lamentable­s muertes de dos individuos durante un encuentro con la Policía?

Pero por otro lado, los defensores de la reforma reaccionan negativame­nte contra la sugerencia de que deben preocupars­e más por los delitos de afroameric­anos contra afroameric­anos porque, dicen, hay una diferencia entre una persona que encuentra su muerte en manos de otro ciudadano o en manos de un agente del Estado –es decir, la Policía.

No pueden tenerlo todo. ¿Son los policías como cualquier otra persona o no lo son?

He aquí la respuesta: No lo son. Cuando alguien mata a un policía, es un golpe contra la civilizaci­ón. Después de todo, si alguien matara un número suficiente de ellos, el resultado sería el caos y el fin de la sociedad.

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