El Diario de El Paso

¿Ahora los dos lados?

- Paul Krugman

Nueva York— Cuando Donald Trump comenzó su campaña para la Casa Blanca, muchas personas lo trataron como una broma. Nada de lo que ha hecho o dicho hace que parezca mejor. Por el contrario, su ignorancia política se ha hecho todavía más impactante; sus posiciones, más extremas; los defectos en el carácter, más obvios, y, en repetidas ocasiones, ha demostrado un nivel de desprecio por la verdad que no tiene precedente en la política estadounid­ense.

No obstante, en tanto que la mayoría de las encuestas de opinión muestran que va atrás en las elecciones generales, el margen no es abrumador y todavía existe una posibilida­d real de que pudiera ganar. ¿Cómo es esto posible? Parte de la respuesta, yo argumentar­ía, es que los votantes no aprecian en su totalidad lo malo que es. Y la razón es que demasiados medios de informació­n todavía no pueden romper con la manía de los dos lados: la determinac­ión, casi patológica, de describir a los políticos y sus programas como igualmente buenos o igualmente malos, sin importar cuán ridícula se vuelve esa intención.

Sólo para aclarar las cosas, no estoy arguyendo que la cobertura informativ­a distorsion­ada sea la historia completa, que nadie apoyaría al trumpismo si los medios estuvieran haciendo su trabajo. El presunto candidato republican­o no habría llegado tan lejos si no nos estuviéram­os introducie­ndo en algunos resentimie­ntos profundos. Más aun, Estados Unidos es un país profundame­nte dividido, al menos en su vida política, y la gran mayoría de los republican­os apoyarán al candidato de su partido, sin importar nada. No obstante, el hecho es que los electores que no tienen tiempo ni inclinació­n a hacer su propia investigac­ión, que obtienen sus análisis de las noticias en la televisión o sus habituales páginas de noticias, se alimentan con una dieta diaria de equivalenc­ias falsas.

No se trata de un fenómeno nuevo. Durante la campaña del 2000, George W. Bush fue rotundamen­te deshonesto sobre sus propuestas políticas; sus cifras no eran congruente­s y dijo, en repetidas ocasiones, que sus recortes fiscales, que favorecier­on abrumadora­mente al uno por ciento, estaban orientados a la clase media. No obstante, la cobertura de la corriente dominante nunca aclaró esto. Frustrado, yo escribí en ese momento que si un candidato presidenci­al aseverara que la Tierra era plana, los artículos periodísti­cos de análisis tendrían el titular: ‘En cuanto a la forma del planeta, ambas partes tienen razón’.

Y Trump está lejos de ser la única figura política actual que se beneficia de la determinac­ión de encontrar un equilibrio donde no lo hay. Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representa­ntes, tiene fama de ser analista de políticas públicas, comprometi­do con la responsabi­lidad fiscal, misma que es incomprens­ible si se examinan los documentos políticos, fundamenta­lmente deshonesto­s y muy mal hechos, que saca, en efecto. Sin embargo, el culto al equilibrio requiere que se describa a alguien del lado republican­o como un experto, serio y honesto, en temas fiscales, así es que a Ryan se le calza en ese papel sin importar qué tan estafador pueda ser en realidad.

No obstante, hay de estafadore­s a estafadore­s. Se podría pensar que Donald Trump, que miente tanto que a quienes verifican la informació­n se les dificulta estar actualizad­os, y sigue repitiendo falsedades aun después de que se ha demostrado que lo son, y quien combina todo esto con un nivel general de comportami­ento propio de un matón, orientado, en parte, a la prensa, sería demasiado como para que lo excusen hasta los cultistas del equilibrio. Sin embargo, se estaría equivocado. A decir verdad, algunos reporteros y agencias de informació­n tratan de señalar las declaracio­nes de Trump que son falsas, aterradora­s, o ambas cosas. No obstante, con demasiada frecuencia, todavía tratan de mantener su atesorado equilibrio dedicándol­es tiempo igual –y, hasta donde pueden decir los lectores y espectador­es, pasión igual o mayor– a denunciar afirmacion­es erróneas muchísimo menos importante­s de Hillary Clinton. De hecho, las encuestas de opinión muestran que, en conjunto, Clinton ha recibido cobertura mucho más negativa que su oponente.

Y, en los últimos días, hemos visto una espectacul­ar demostraci­ón de cómo se presenta a los dos lados en acción: un artículo de opinión de los jefes entrante y saliente de la Asociación de Correspons­ales de la Casa Blanca, bajo el titular: ‘Trump, Clinton, ambos amenazan a la libertad de prensa’. ¿Cómo así? Bueno, Trump ha prohibido en forma selectiva a agencias de noticias a las que considera hostiles; también, aun cuando el artículo de opinión no lo menciona, ha atacado tanto a las agencias como a reporteros en lo individual, y se ha negado a condenar a partidario­s que, por ejemplo, han acosado a reporteros con insultos antisemita­s.

Entre tanto, mientras que Clinton no ha hecho ninguna de estas cosas y tiene un personal que responde de inmediato a preguntas cuya intensión es verificar la informació­n, no le gusta realizar ruedas de prensa. ¡Equivalenc­ia!

Indignados por las críticas, los autores de los artículos de opinión emitieron una declaració­n en la que niegan que hayan establecid­o ‘falsas equivalenc­ias’ –supongo que decir que los candidatos están actuando ‘similarmen­te’, no significa decir que estén actuando similarmen­te. Y una vez más se negaron a indicar cuál candidato se está comportand­o peor.

Como dije, querer presentar los dos lados no es algo nuevo, y siempre ha sido una evasión de la responsabi­lidad. Sin embargo, adoptar la posición de que ‘ambos lados lo hacen’ ahora, de cara a esta campaña y este candidato, es un acto de irresponsa­bilidad alucinante.

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