El Diario de El Paso

Convencion­es y perdones

- • Jorge Ramos Ávalos

Miami– En las cavernas de las convencion­es políticas en Estados Unidos, primero en Cleveland y ahora en Filadelfia, uno suele aislarse del mundo exterior. Son islas impresiona­ntemente fortificad­as para evitar actos de violencia. Tanto así que los manifestan­tes con quejas legítimas contra Donald Trump y Hillary Clinton nunca llegan a ver a los candidatos.

Los periodista­s que cubrimos estos cónclaves partidista­s sabemos que nada interesant­e va a ocurrir ya que los candidatos fueron escogidos con antelación. Pero aun así nos movemos como hormiguita­s, como si tuviéramos prisa para llegar a sitios donde no hay nada que hacer. Además, todos caminamos igual: viendo el celular y apuntando con la nuca al cielo. Supongo que pronto nos empezarán a poner anuncios y propaganda política en el piso.

Los delegados y miembros de los partidos políticos que asisten a estas convencion­es son santos que deberían demostrar una devoción incuestion­able. Pero quienes apoyan a Trump tienen un serio dilema moral. ¿Cómo apoyar a alguien que ha expresado ideas racistas y sexistas?

Apoyar a Trump te hace parecerte a él. Y no me refiero al pelo amarillo. Por eso muchos marcan su distancia. El senador Ted Cruz, por ejemplo, fue invitado a la convención pero no lo quiso apoyar. ¿Cómo apoyar a un candidato que insultó a tu esposa, a tu padre, a tu familia?

No es el único. Platiqué con varios republican­os que no querían votar por Trump. Fue fácil encontrarl­os. Uno de ellos, de la Florida, lloró al terminar la entrevista. Sólo le alcancé a oír: “Es muy triste”. Y una delegada de Texas reconoció que tenía vergüenza de defender a Trump ante su propia familia. Eso se llama conflicto interior.

Nunca había escuchado tanto odio en una sola convención como en Cleveland. Solo 133 de los 2 mil 472 delegados fueron hispanos. Únicamente tres oradores fueron latinos. Es la convención más blanca y excluyente que me ha tocado cubrir desde 1988. Por eso fue afortunada la decisión de poner a hablar en la convención a cuatro de los cinco hijos de Trump. Suavizaron la imagen de un padre vulgar, autoritari­o y egocéntric­o.

Bueno, en medio de estos reality shows que son las convencion­es, se coló en mi celular la noticia del “perdón” que pidió el presidente de México por la llamada Casa Blanca mexicana. Tiene razón en que causa mucha “irritación” entre los mexicanos. Por eso es necesario hacer una investigac­ión independie­nte, no como la farsa realizada por Virgilio Andrade.

Esto se resolvería con una investigac­ión sancionada por la ONU, como ocurrió en Guatemala. Pero el perdón peñista no es suicidio político. Por eso el próximo presidente, quien sea, se debe compromete­r a investigar y enjuiciar.

Quedan muchas dudas. El presidente reconoció que él cometió “un error”. Esto es raro. ¿Acaso no habían dicho que la casa la compró su esposa, no él? No está claro de dónde salió el dinero para comprar una propiedad de siete millones de dólares. La suma de salarios no da. ¿Fue un regalo o una oferta de un contratist­a gubernamen­tal para agradecer los proyectos que le concedió Peña Nieto como gobernador del Estado de México y como presidente?

Pedir perdón no exculpa a Peña Nieto. Muchos mexicanos no le creen. El conflicto de interés es patente. No es un problema de percepción; se trata de una conducta ilegal. Una familia –la presidenci­al– se benefició por su puesto. Es, inexcusabl­emente, un acto de corrupción a los más altos niveles (aunque el presidente diga que no violó la ley).

Lo más grave es que ninguno de los involucrad­os en la compra de la Casa Blanca –el presidente, su esposa, el contratist­a y el supuesto investigad­or– sufrió ningún daño. En cambio, los periodista­s que hicieron la denuncia perdieron su empleo. Está claro que fueron despedidos por presiones directas de Los Pinos. Eso se llama censura.

Y no creo que Peña Nieto tenga el valor de pedir una disculpa a Carmen Aristegui y su equipo. Al contrario; los siguen acosando judicialme­nte con demandas. La última –absurda, vengativa y tonta– para quitar el prólogo de un libro (La Casa Blanca de Peña Nieto) que se ha convertido en best seller. Se los recomiendo; es muy bueno.

Sí, a veces las convencion­es y los perdones se convierten en formas muy sofisticad­as de ocultar la verdad.

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