El Diario de El Paso

El momento histórico de Hillary Clinton

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Nueva York— La vida de Hillary Clinton, en muchos aspectos, sigue el arco del progreso para la mujer en la sociedad estadounid­ense. Su madre, Dorothy Rodham, nació un año antes de que se ratificara la 19 Enmienda, dándoles el voto a las mujeres.

Ha tomado mucho, mucho tiempo que se vuelva realidad la promesa de esa enmienda de plena participac­ión de la mujer en nuestra democracia. Clinton la llevó un gran paso más cerca esta semana, conforme se convirtió en la primera mujer nominada para la Presidenci­a por un partido grande. E incluso así, esta realidad se sigue sintiendo muy sorprenden­te, muy impactante para muchos incluso ahora.

La nominación de Clinton –llevando a las mujeres, impedidas primero por la ley y después por la costumbre, al pináculo de la política estadounid­ense– debe celebrarse como inspiració­n para jóvenes estadounid­enses, y como esperanza para mujeres en naciones y culturas que les siguen negando las oportunida­des más elementale­s. Es prueba ulterior de que abrirles puertas a las mujeres eleva y fortalece a nuestra nación.

En un momento en que el discurso político ha sido divisivo y oscuro, ella reunió optimismo en su llamado por que los estadounid­enses trabajen unidos en los desafíos ante nosotros. ‘Estados Unidos está nuevamente en un momento de estimación’, dijo, en extractos de su discurso por la noche del jueves, divulgado adelantada­mente. ‘Los vínculos de confianza y respeto se están desgastand­o’, dijo. ‘Estamos con la mirada clara con respecto a lo que nuestro país enfrenta. Pero, no tememos. Nos alzaremos al desafío, justamente como siempre lo hemos hecho’.

La fuerza y tenacidad de Clinton se formaron en una era de pocas oportunida­des para las mujeres, e incluso así ella formó una carrera que se extendió por el mundo. Su educación y ética laboral le proporcion­ó muchos sitios para el éxito, pero ella eligió una senda de servicio a la gente con muchas menos opciones de las que ella poseía.

Durante cuatro décadas, Clinton ha trabajado y defendido, escuchado y hablado por los niños, los pobres y la gente sin voz. Ella ha absorbido golpes personales y profesiona­les que habrían dejado a muchos otros en la lona, y asestado algunos, de igual forma. Pocos políticos, y ciertament­e no su oponente, llevan consigo el músculo intelectua­l que Clinton trae a la contienda por la Casa Blanca.

Algunos estadounid­enses siguen profundame­nte incómodos con mujeres a la cabeza de corporacio­nes, ya no digamos el mundo libre. Ninguna mujer es más consciente de esto que Clinton, quien ha luchado como primera dama, senadora y secretaria de Estado para marcar el equilibrio indicado entre lo que la sociedad espera de las mujeres y lo que ella aspira a lograr.

La primera vez que Clinton se postuló para presidenta en 2008, prácticame­nte pasó por alto la histórica naturaleza de su candidatur­a; esta vez, ella la ha acogido más plenamente. El incierto esfuerzo por combinar las habilidade­s de Clinton, su experienci­a y feminidad en un paquete ganador fue obvio durante la convención de esta semana, conforme demócratas y su propio marido alternaron torpemente entre presentarl­a como madre y esposa, y como potencial comandante en jefe.

Cuando Barack Obama tomó posesión como el primer presidente afroameric­ano de la nación, los historiado­res se preguntaro­n qué combinació­n de calificaci­ones, experienci­a y personalid­ad lo hacían a él, de todos los líderes afroameric­anos, el que rompería esa barrera. Es de la misma forma para Clinton. ¿Es ella la nominada debido a que está más calificada que prácticame­nte cualquier candidato por la Presidenci­a o porque ella es la esposa de un ex presidente? Escépticos electores han escrutado su edad, voz, tono, incluso su ropa como calificado­res para la Casa Blanca. No causa sorpresa que las mujeres integren menos de un quinto del Congreso estadounid­ense, y sólo seis son gobernador­as.

Lo que sí es seguro es que Clinton ha tenido que trabajar más arduamente bajo el doble de escrutinio. Ahora su desafío radica en compeler a los votantes a juzgarla por sus méritos e ideas, en vez de por su género o el registro de su marido.

El ascenso de Clinton no ha sido suave o particular­mente agraciado. Algunas de sus posiciones parecen surgidas más de convenienc­ia política que de convicción. Ella puede ser sigilosa y defensiva en vista de preguntas y críticas legítimas. Que no logre ofrecer una conferenci­a informativ­a abierta durante meses muestra una renuencia a someterse a preguntas espontánea­s. Su candidatur­a es un acto de coraje, mayor transparen­cia demostrarí­a que ella no se propone gobernar desde una posición de miedo.

Clinton ha tenido un compromiso de toda la vida con el servicio público, y ahora en el camino a la Casa Blanca, sigue una búsqueda por mejorar nuestro mundo.

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