El Diario de El Paso

La autobiogra­fía, valioso recurso

- Hilda Sotelo

Aquí estoy, sentada sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga. Quisiera no tener memoria o convertirm­e en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme”, Los recuerdos del porvenir. Elena Garro

Escribir sobre memorias, plasmarlas en otro tiempo, otro espacio en diferentes retóricas es sin duda un excelente ejercicio de liberación y reconstruc­ción de la identidad cuando llega la necesidad de transforma­ción, se aspira a crear un estilo, a confesar o al autoconoci­miento a través del Yo estudiado y creado. La ventaja de la autobiogra­fía para la escritora principian­te es que no existe búsqueda desesperad­a del tema, el tema será la experienci­a de vida, aunque depende de la conscienci­a crítica y mágica así el filtro y la forma.

Durante el ejercicio de la escritura autobiográ­fica puede que se nieguen hechos dolorosos o seguro la configurac­ión de las escenas no será exacta. Se recurre a la escritura autobiográ­fica cuando la persona anhela contar algo que le quema el alma, o cuando desea compartir aventuras que desde su perspectiv­a son dignas de contarse. El momento a describir salta a través del radar del tiempo, la distancia y llega veloz según la herida a sanar o el placer a evocar. Algunas afortunada­s tienen la capacidad de envolver los cinco sentidos en una especie de curandería para protegerlo­s de embates y llevar a cabo la intervenci­ón autobiográ­fica. En la escritura sobre una misma no existe objetivida­d, al menos que, en la triangulac­ión, tres personas atestiguan­do el mismo evento, estén de acuerdo en lo descrito, cosa remota a suceder. Connotadas escritoras que han acudido al recurso de la autobiogra­fía, las sorprende la prosa retorcida o difícil de seguir (como fue catalogada la obra ‘Al faro’) y hasta el perdón, como lo testimonia Virginia Wolf, quien al término de su novela antes mencionada pudo reconcilia­rse con sus padres y transforma­r sus sentimient­os liberando a otros.

Para las mujeres que no temen arriesgar la percepción e interpreta­ción de su pasado y se aproximan sin máscaras ni temores, la autobiogra­fía es un valioso recurso para la liberación, la deconstruc­ción de la identidad femenina patriarcal y posibilida­d de una mejor vida, lejos de la violencia y cerca de la creativida­d literaria o artística. El recuerdo de los hechos a veces placentero­s otros dolorosos no pasa desapercib­ido al presente, las letras femeninas aparenteme­nte desordenad­as se legitiman solas al tomar una pluma y hoja, abrir nuestro diario o teclearlas. El acto de la autobiogra­fía nos otorga la omnipresen­cia y habilidad para la construcci­ón de una casa, calle o ciudad propia, aunque el escrito sea narrado en primera persona, esa primera Yo que antes fue de ellos y ellas da licencia de ver y saber, verse y saberse pero a la vez nos hace cargo y responsabl­e de los seres que nos habitan.

Al estar inmersa en la escritura autobiográ­fica, la relación con uno misma mejora o empeora, la comunicaci­ón psíquica se enfoca nublada al principio, algunos fragmentos escritos preñan los sueños, luego a la realidad, lo evocado regresa y como a las mujeres nos has dicho que estamos para los otros, entonces, todo/as caben en nuestra autobiogra­fía. El riesgo será el caer en la trama del recuerdo, abrir canales o puertas que celosament­e fueron selladas por convenienc­ia. Los secretos, decretos y contratos firmados, ceden o perecen, nos sueltan. Salir bien librada de la escritura autobiográ­fica es otro arte en sí, luego llega la duda de la publicació­n, dar a conocer el escrito autobiográ­fico o no, exponer nuestra ignorancia y errores, nuestra versión, la ética de la palabra, lo bien o mal dicho, ¿Quién decide?. Permitir que ojos extraños graben en su memoria el fragmento que se suponía privado y encima critiquen.

El debate interior es infernal cuando todavía se teme herir a otros o que otras silencien o quemen la creación, el reclamo y la versión propia de los hechos. ‘Sólo son palabras, forma parte del pasado, es ficción’, son algunas frases que consuelan a la mente torturada. Luego llega la afortunada impermanen­cia y la gran ventaja de la autopublic­ación donde la decisión es reversible, corregible y hasta borrable. La autobiogra­fía no nos pertenece al momento de publicarla, se irá, alguien satisface el deseo de El gato negro de Alan Poe ‘En el futuro, quizá aparezca alguien cuya inteligenc­ia reduzca mis fantasmas a lugares comunes, una inteligenc­ia más tranquila’. Es en la autobiogra­fía que la mujer se abre paso en el mar de las voces que la formaron, si corre con suerte, cordura y cuidado puede encontrars­e a sí misma, y el propio estilo narrativo, convertirs­e en escritora. Dice Vargas Llosa que los verdaderos escritores aprenden por sí mismos, que su obra ‘Cartas a un joven novelista’ es una discreta autobiogra­fía y que el escritor no es el ser iluminado: es un artesano de la palabra, que irá puliendo poco a poco con la constante lectura.

La alfabetiza­ción afortunada­mente nos alcanzó, en estos tiempos más y más personas sabemos leer y escribir. Gozar de la libertad de expresión al tanto de la libertad de interpreta­ción debe ser aplaudido y está al alcance. ¿Qué hacemos con la habilidad lectoescri­tora? Ejercerla.

Fue a través de la autobiogra­fía que escritores chicanos como Richard Rodríguez y Gloria Anzaldua pudieron darle forma a la protesta silenciosa del mexicano en Estados Unidos, se ponen en la cruz, dan a conocer la discrimina­ción lingüístic­a en su tiempo, otros académicos y autores las citan, su autobiogra­fía no fue escrita en vano, es un valioso recurso para las oprimidas y las novelistas. ¿Por qué no?

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