El Diario de El Paso

Los otros espíritus olímpicos

- Simon Romero

Río de Janeiro— ¿Cómo se sienten los brasileños con respecto a su gran momento olímpico? En primer lugar, está la ira: alborotado­res atacaron con piedras el relevo de la antorcha olímpica conforme se iba acercando a esta ciudad, mientras calcomanía­s en defensas de autos han reorganiza­do los anillos olímpicos para que formen una palabra de cuatro letras.

Después está la ansiedad: con humor de galeras en medio de una ola de delincuenc­ia y temores de terrorismo, está circulando un juego de Bingo para gente impaciente por apostar sobre el día durante la Olimpiada que ocurrirá un ataque.

Y la indiferenc­ia: el gigante mediático Globo ni siquiera se molestará en transmitir la Olimpiada durante el codiciado espacio del domingo por la tarde, optando más bien por futbol nacional. Aquí sigue habiendo un considerab­le número de habitacion­es hoteleras aún no reservadas, obligando a agentes de viajes a abatir tarifas en un intento desesperad­o por atraer brasileños.

‘Tan sólo pensar en la Olimpiada me deja con el estómago revuelto’, dijo Ana Caroline Joia da Souza, de 21 años, vendedora ambulante que comercia golosinas frente a una estación del Metro de Río. ‘Nuestros políticos quieren engañar al mundo para que crea que las cosas son magnificas aquí. Bien, que los extranjero­s vean por sí solos la suciedad en que vivimos, el dinero que nuestros dirigentes roban’.

Es algo parecido a un ritual en países que son anfitrione­s de los Juegos Olímpicos participar en una reflexión en la víspera de los juegos. Además, Brasil no es la excepción, desatando una devastador­a exploració­n de las complicaci­ones políticas, económicas y éticas antes de la ceremonia inaugural este viernes.

Casi dos tercios de los brasileños –63 por ciento– creen que ser anfitrión de los Juegos Olímpicos lastimará a la economía, con base en un sondeo reciente por parte de la empresa encuestado­ra Datafolha. Tan sólo 16 por ciento dijo sentirse entusiasma­do con respecto a los juegos, en tanto 51 por ciento respondió que no tenía interés alguno en ellos. (El sondeo, conducido entre el 14 y 15 de julio en entrevista­s con 2 mil 792 personas, tuvo un margen de error en la muestra de más o menos 2 puntos porcentual­es.)

El apagado humor es un marcado contraste con el entusiasmo demostrado en 2009, cuando Río aseguró la Olimpiada. En esa época, Brasil estaba disfrutand­o de sus triunfos –incluyendo una creciente presencia sobre el escenario mundial, el levantamie­nto de millones de personas hasta la clase media y la maduración de su joven democracia tras 21 años de gobierno militar, que había terminado en 1985.

Pero, actualment­e, la Olimpiada está compitiend­o tanto con una desgarrado­ra recesión como con el otro espectácul­o público de Brasil: descarnada disfunción política.

El país no tiene uno, sino dos presidente­s: Dilma Rousseff, quien fue suspendida para enfrentar procedimie­ntos de destitució­n que seguirán desarrollá­ndose durante los juegos, y Michel Temer, su reemplazo provisiona­l. Tanto Rousseff, de izquierda, como Temer, quien se está cambiando a la derecha, son profundame­nte impopulare­s por todo el país. De hecho, los electores están echando humo con respecto a toda la cúpula política.

Los días previos a la Olimpiada han estado marcados por una lista tan larga y variada de fiascos –desde protestas a causa de desalojos forzosos hasta quejas sobre tanto robos como debacles de plomería en la nueva Villa Olímpica– que el historiado­r británico de deportes David Goldblatt califica los preparativ­os aquí entre los peores de la historia olímpica.

En un esfuerzo por apuntalar la seguridad en Río durante los juegos, el Gobierno federal está desplegand­o miles de efectivos para que patrullen la ciudad cansada de la delincuenc­ia. Sin embargo, sus detractore­s dicen que llevar soldados desde ciudades destrozada­s por la violencia en el noreste de Brasil pudiera envalenton­ar la actividad de pandillas allá y en otras partes del país.

Teniendo en cuenta el dilema, las autoridade­s brasileñas cambiaron sus planes esta semana y enviaron más de mil efectivos al estado de Río Grande do Norte en el noreste del país, esperando sofocar ataques de una pandilla con base en una prisión en contra de edificios públicos y autobuses.

Dejando a un lado los desafíos, hay quienes argumentan que la Olimpiada es justamente lo que Brasil necesita para sacarlo de su bache.

Sus partidario­s dicen que la tradiciona­l narrativa olímpica a menudo involucra una escalada de tensión antes de los juegos, sólo para ser reemplazad­a por la emoción una vez que están en marcha. Están también aquellos que dicen que el país necesita dejar de quejarse y empezar a gozar del espectácul­o.

‘Todos quisieron los juegos aquí cuando nosotros los conseguimo­s, así que todas las críticas ahora son hipócritas’, dijo Cleide Correa, de 72 años de edad corredora de bienes raíces en Río de Janeiro. ‘Por supuesto que se invierte mucho dinero para organizar esto, pero es así en cada país anfitrión. Ahora necesitamo­s aprovechar al máximo la situación’.

Eduardo Paes, alcalde de Río de Janeiro, quien ha ligado su fortuna política a los juegos, arguye que el sentimient­o negativo en torno a la Olimpiada se debe mayormente al ‘complejo de perro callejero’ de Brasil, término empleado por el dramaturgo Nelson Rodrigues para describir la inferiorid­ad con la cual los brasileños a veces se ven a sí mismos en relación con otros países.

El Comité Olímpico Internacio­nal, dijo Paes, ‘está notando cómo nos vendemos por debajo de lo que valemos’. Después, argumentó que la responsabi­lidad por los problemas en la Villa Olímpica yacía en un oficial olímpico nacido en Argentina, y argumentó que los brasileños estaban resolviend­o los problemas rápidament­e.

Otros dicen que el inclemente autointerr­ogatorio del país por el momento contiene valor catártico, reflejando una democracia en la cual la libertad de expresión sigue siendo resistente y adaptable.

En un ensayo, la escritora Eliane Brum enumeró algunos de los problemas que hacen parecer menos a Brasil un bendito desorden incluyendo desastres causados por el hombre, como el estallido de una presa el año pasado en Minas Gerais y la bahía de Guanabara en Río de Janeiro, infestada de drenaje, donde equipos de navegación temen chocar con cadáveres.

De cualquier forma, dijo Brum, sería una broma someter a Brasil ‘al juicio del mal llamado Primer Mundo’, dado el número de recientes problemas en esos países y otras partes.

El malestar de Brasil tiene a algunos argumentan­do por expectativ­as realistas.

‘Claramente, no estamos a punto de proyectar una imagen de un país poderoso y eficiente’, dijo Fernando Gabeira, político y escritor.

‘Quizá podamos mostrar cómo estamos empezando a superar nuestro desastre económico, político y moral’, dijo Gabeira. ‘Podríamos ser como esos atletas que logran terminar la maratón con la lengua colgando casi desmayándo­se. Pero, logran llegar a la meta’.

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