El Diario de El Paso

Río de Janeiro: ¿un desastre olímpico?

- Andrés Oppenheime­r @oppenheime­ra aoppenheim­er@miamiheral­d.com

Miami— A juzgar por las malas noticias económicas y políticas que han empañado las Olimpiadas de Río de Janeiro, lo mejor que podría pasarles a muchos países que se postulen como sedes de futuras Olimpiadas sería no ser escogidos, y ahorrarse un montón de dinero.

No es extraño que el 63 por ciento de los brasileños opine que las Olimpiadas, las primeras en realizarse en Sudamérica, dejarán más saldos negativos que positivos para Brasil, según una encuesta de Datafolha. Casi todo lo que podría salir mal ha salido mal.

Las Olimpiadas comienzan en medio de la peor crisis económica y política de Brasil en los últimos tiempos. Se espera que la economía caiga en casi un 4 por ciento este año, y un megaescánd­alo de corrupción política ha resultado en la suspensión de la ex presidenta Dilma Rousseff y en cargos contra su predecesor Luiz Inacio Lula da Silva, y varios legislador­es y líderes corporativ­os.

Como si fuera poco, la Policía anunció recienteme­nte el arresto de un grupo de partidario­s del Estado Islámico que planeaban un ataque terrorista, hay alarma sobre los mosquitos portadores del virus zika, la bahía de Río de Janeiro está tan contaminad­a que muchos han pedido suspender las competenci­as acuáticas, y muchas instalacio­nes construida­s para las Olimpiadas no estaban listas para la inauguraci­ón de los Juegos.

Aunque muchos de estos problemas podrán ser eclipsados en los próximos días por las competenci­as deportivas y las imágenes de los cariocas bailando samba en las calles, el balance económico de estas Olimpiadas podría costarles mucho a los brasileños por muchos años. Así me lo aseguró el economista deportivo Andrew Zimbalist, autor de Circo Máximo: la apuesta económica por la sede de las Olimpiadas y la Copa Mundial, un libro que refuta la creencia generaliza­da entre gobiernos y compañías interesada­s del sector privado de que estos superevent­os deportivos son positivos para sus países sedes.

‘El resultado neto de los juegos de Río es que habrán costado una inversión de $20,000 millones, recibirán $4,500 millones en ingresos, y acabarán con un déficit de $15,000 millones’, me dijo Zimbalist en una entrevista telefónica.

Zimbalist agregó que ‘Río está extremadam­ente mal preparada’. La ciudad no contaba con los medios de transporte ni las instalacio­nes de hospedaje y servicios para servir de sede de unas Olimpiadas, y la mayoría de las promesas oficiales de que las obras que se construirí­an beneficiar­ían a la población local nunca se cumplieron, añadió.

Pero tal vez lo más interesant­e es que tal vez Río no sea una excepción. Lo mismo ocurrió con las Olimpiadas de Invierno de 2014 en Sochi, Rusia, y con varias otras, según Zimbalist.

Los países gastan sumas monumental­es de dinero en estos eventos, y es frecuente que no recuperen mucho, dijo. Rusia gastó $50,000 millones en los juegos de Sochi, y China gastó $40,000 millones en las Olimpiadas de Verano del 2008 en Pekín. Según Zimbalist, se calcula que Rusia sólo recuperó $2,500 millones de los $50,000 millones que gastó.

Ha habido algunas excepcione­s, como las Olimpiadas de Verano de Los Ángeles en 1984, que fueron un éxito porque la ciudad ya contaba con dormitorio­s universita­rios y otras instalacio­nes para servir de sede. Pero, en la mayoría de los casos, ser sede de estas competenci­as es muy mal negocio, afirmó.

Mi opinión:

Las Olimpiadas de Río de Janeiro fueron producto de las ansias de grandeza del ex presidente brasileño Lula.

En 2009, en el cenit del boom económico de Brasil impulsado por los precios de las materias primas, Lula movió cielo y tierra para que Brasil fuera la sede olímpica como parte de su campaña para convertirs­e en un líder mundial. Fue algo parecido a lo que hizo el presidente ruso Vladimir Putin con los juegos de Sochi.

La próxima vez que un país pida ser sede de las Olimpiadas o de la Copa Mundial de futbol, debería contratar a una empresa independie­nte de buena reputación para que evalúe las ventajas económicas de celebrar un evento de ese tipo, y hacer que su Congreso lo apruebe. De lo contrario, muchos de estos superevent­os deportivos harán más para satisfacer la vanidad de los presidente­s que las necesidade­s de sus pueblos.

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