El Diario de El Paso

El peor error de Obama

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Nueva York— El enloquecid­o ataque de un hombre armado en un centro nocturno de Orlando, Florida, en junio, matando a 49 personas, resultó en cobertura total de los medios informativ­os y en un trauma nacional.

Ahora imagine que una matanza de ese tipo se desarrolla más de cinco veces al día, siete días de la semana, de manera incesante durante cinco años, totalizand­o quizá 470 mil muertes. Eso es Siria. Sin embargo, incluso al tiempo que los gobiernos de Siria y Rusia cometen crímenes de guerra, bombardean­do hospitales y matando de hambre a civiles, el presidente Barack Obama y el mundo dan la impresión de encogerse de hombros (ejem, ejem).

Admiro a Obama por acrecentar el cuidado de salud y evitar una crisis nuclear con Irán, pero permitir que la guerra civil de Siria y el sufrimient­o se prolonguen sin desafío ha sido su peor error, proyectand­o una sombra sobre su legado. Es igualmente una mancha sobre todos nosotros, análoga a la indiferenc­ia hacia refugiados judíos en los años 30, a los ojos apartados de Bosnia y Ruanda en los años 90, a Darfur en la década de 2000.

Esta es una crisis que clama por liderazgo estadounid­ense, y Obama no ha demostrado suficiente.

Con toda ecuanimida­d, Obama está en lo correcto en ser cauteloso con respecto a involucrar­se militarmen­te, y no sabemos si los enfoques más asertivos favorecido­s por Clinton, el general David Petraeus y muchos otros habrían sido más efectivos. Sin embargo, creo que Obama y los estadounid­enses en general están equivocado­s cuando parecen sugerir: Es horrible lo que está pasando por allá, pero nada hay, sencillame­nte, que podamos hacer.

‘Hay muchas cosas que podemos estar haciendo ahora’, me dijo James Cartwright, general retirado de cuatro estrellas que fue vicepresid­ente del Estado Mayor Conjunto. ‘Podemos hacer muchas cosas para crear seguridad en áreas selectas, proteger y estabiliza­r esas zonas seguras y permitirle­s reconstrui­r su propio país incluso al tiempo que el conflicto sigue en otras partes del país’.

Cartwright, quien ha sido llamado el general favorito de Obama, reconoce que su propuesta para zonas seguras conlleva riesgos y que la población estadounid­ense debería estar preparada para un largo proyecto, de una década o más. Sin embargo, advierte que los riesgos de no hacer nada en Siria son incluso mayores.

Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Bill Clinton, coincide en que podemos hacer más, como crear zonas de seguridad. Ella hace énfasis en que Estados Unidos debería tener mucho cuidado en el uso de la fuerza para no empeorar los problemas, pero agrega que imparcialm­ente: ‘Deberíamos estar preparados para intentar y crear estas áreas humanitari­as’.

Esta crítica es bipartidis­ta. Kori Schake, director de estrategia de la defensa en la Casa Blanca de George W. Bush, dice: ‘Sí, hay algo que podemos hacer’. Su recomendac­ión es por zonas seguras siguiendo el modelo de Operación Proporcion­ar Confort, que estableció la sumamente exitosa zona de exclusión aérea en el norte de Irak en 1991, tras la primera Guerra del Golfo.

Muchos expertos recomienda­n intentar que la fuerza aérea de Siria se quede en tierra para que ya no pueda arrojar bombas de barril sobre hospitales y civiles. Una idea que se oye con frecuencia es la de disparar misiles desde afuera de Siria para crear cráteres en pistas militares de aviación, a fin de volverlas inutilizab­les.

Uno de los objetivos de ese tipo de estrategia­s es incrementa­r las probabilid­ades de un final negociado a la guerra. La reticencia de Obama ha despojado de influencia al secretario de Estado estadounid­ense, John Kerry, quien está intentando valienteme­nte negociar un perdurable cese al fuego. Estados Unidos fue capaz de obtener un trato con Irán debido a que tenía fichas para negociar, al tiempo que en Siria hemos renunciado a toda influencia. Además, el titubeo de Obama ha tenido un costo real, porque cualquier paso en Siria es mucho más complejo ahora que Rusia está en la guerra.

Dos años atrás, Obama enfrentó otro desafío intimidant­e: un inminente genocidio de yazidíes en el monte Sinyar, cerca de la frontera entre Irak y Siria. Intervino con ataques aéreos y pudiera haber salvado decenas de miles de vidas. Fue un rayo de grandeza por el cual él no recibió suficiente reconocimi­ento… y que no ha repetido.

Si bien es comprensib­le la cautela dentro de Siria, la falta de liderazgo global público de Obama para impulsar por la ayuda a sus refugiados que están inundando Jordania, Líbano y Turquía es más difícil de explicar. El llamado internacio­nal por los sirios este año tiene fondos de apenas 41 por ciento.

‘Si le interesa el extremismo, hay 200 mil niños sirios creciendo en Líbano sin educación alguna’, nota David Miliband, el ex secretario del exterior de Gran Bretaña, actualment­e director del Comité Internacio­nal de Rescate.

Quizá sea injusto reprocharl­e a Obama cuando otros políticos y otros países también se muestran impasibles y Estados Unidos ha sido generoso con ayuda financiera; pero, a final de cuentas, la responsabi­lidad final descansa en el escritorio de Obama. Él será anfitrión de una reunión cumbre sobre refugiados el mes próximo y yo espero que aproveche esa oportunida­d para suministra­r el liderazgo global que se necesita para abordar la crisis.

En fecha reciente me reuní con dos valientes médicos estadounid­enses que, a gran riego personal, usaron su tiempo de vacaciones para colarse a Alepo, Siria, para cuidar niños heridos por bombas de barril. Describier­on trabajo en un improvisad­o hospital clandestin­o y su furia callada ante la despreocup­ación del mundo.

‘Quedarse sentados y permitir que un gobierno y sus aliados bombardeen torturen y maten de hambre sistemátic­a y deliberada­mente a miles de personas, eso no es la solución’, me dijo el doctor Samer Attar, cirujano de Chicago. ‘Silencio, apatía, indiferenc­ia e inacción no van a hacer que esto desaparezc­a’.

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New York Times News Service Nicholas Kristof

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