El susto de los robots
Washington— Somos una sociedad tan llena de ansiedad que hasta los problemas que aún no han ocurrido y que, casi con certeza, no ocurrirán nos preocupan. Los robots son un ejemplo apto. Hasta McKinsey and Co., la poderosa firma consultora, profesa esa preocupación. Imaginamos hordas de robots que destruyen puestos de trabajo, dejando a millones de familias de clase media sin trabajo ni ingresos. Cálmense. A menos que adoptemos políticas autodestructivas, ése es un desastre que evitaremos.
Una de las cosas por las que se destaca la economía norteamericana es su capacidad de crear puestos de trabajo. Quizás duden de eso si escuchan a Donald Trump y Hillary Clinton, quienes prometen personalmente crear millones de puestos bien remunerados. Es un engaño. La abrumadora mayoría de los puestos de trabajo son creados por el mercado privado, no por el gobierno ni por los políticos.
Sí, hay recesiones. Dos de ellas en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial fueron bastante severas (las de 1981-82 y 200709). Tuvimos niveles de desempleo terribles. Pero tarde o temprano, la máquina de creación de puestos de trabajo se reafirma.
En 2015, el empleo sumó 149 millones, de 99 millones en 1980 y 137 millones en 2000.
¿Y los robots? En verdad, no son un problema nuevo. Siempre hubo nuevas tecnologías y productos que eliminan industrias y ocupaciones enteras. Pero los puestos perdidos y las industrias destruidas dan paso, con el correr del tiempo, a nuevas industrias y trabajos.
Los automóviles reemplazaron a las calesas; los teléfonos inteligentes están reemplazando a las líneas terrestres.
Los robots son simplemente el último capítulo en esa narrativa. Seguro, algunos puestos de trabajo desaparecerán. Pero otros se materializarán. A menudo, los incrementos ocurren tan silenciosa y lentamente que sólo se notan cuando se convierten en una parte importante de la fuerza laboral.
Justo el otro día, la Oficina de Censos dio a conocer un informe sobre los trabajadores de la ‘tecnología de la información’, una categoría laboral que no existía en 1970. Desde entonces, sus números aumentaron 10 veces, creciendo de 450 mil a 4.6 millones. Son puestos bien remunerados; la remuneración media en 2014 fue 80 mil 665 dólares.
La misma lógica se aplica a los robots. Alguien debe diseñarlos, venderlos, mantenerlos y arreglarlos. Esos individuos compran viviendas, envían a sus hijos a la universidad, toman vacaciones y tienen gastos de salud. La economía es un proceso circular, en que los costos de un individuo representan el ingreso de otro. Si los robots recortan gastos, los ahorros irán a algún lado –precios más bajos, jornales más altos, ganancias más elevadas o más inversiones de las empresas. Todo eso potencialmente aumenta la demanda.
Nada de ello degrada las penurias –a veces tragedias– de los trabajadores que pierden sus puestos a causa de nuevas tecnologías y de competidores. Los trabajadores cuyas destrezas y contactos se vuelven obsoletos enfrentan tiempos difíciles. Pero ése es un problema de larga data que ha resistido muchos esfuerzos por resolverlo.
Hay dos peligros para el futuro. Uno, es que los nuevos puestos creados por nuevas tecnologías requieren conocimientos que escasean, lo que deja a los trabajadores no especializados sin ingresos y a la economía con escasez de habilidades.
El segundo peligro es que el Gobierno dañe o destruya el proceso de creación de puestos de trabajo.
Vivimos en un sistema económico que crea ganancias.
El principal papel del Gobierno es mantener las condiciones en las que contratar a empleados sea redituable.