El Diario de El Paso

A Clinton le están haciendo lo que a Gore

- • Paul Krugman

Nueva York— Los estadounid­enses de cierta edad que siguen muy de cerca la política y las políticas públicas todavía tienen recuerdos vívidos de las elecciones del 2000 –malos recuerdos y no sólo porque, de alguna forma, el hombre que perdió la votación popular terminó en el cargo. La campaña electoral que llevó a ese final del juego también fue espeluznan­te.

Como ven, un candidato, George W. Bush, era deshonesto en una forma que no tenía precedente­s en la política de Estados Unidos. Más notablemen­te, propuso enormes exenciones fiscales para los ricos, mientras que insistía, en una negación burda de la aritmética, que iban dirigidas hacia la clase media. Estas mentiras de campaña presagiaba­n lo que pasaría durante su Gobierno: el que –no se nos olvide–, llevó a Estados Unidos a la guerra con declaracio­nes falsas.

No obstante, durante toda la campaña, la mayor parte de la cobertura mediática dio la impresión de que Bush era un tipo franco y directo, mientras que se describía a Al Gore –cuyas propuestas para las políticas públicas eran congruente­s y las críticas al plan de Bush eran totalmente precisas– como alguien deshonesto y escurridiz­o. Supuestame­nte, se probó la mendacidad de Gore con anécdotas triviales, para nada significat­ivas, y algunas, simplement­e, falsas. No, nunca dijo haber inventado Internet. Sin embargo, la imagen se quedó.

Y, en este momento, muchos otros y yo mismo tenemos la sensación zozobrante y de hartazgo de que está volviendo a suceder.

Cierto, no existen muchos esfuerzos para fingir que Donald Trump es un parangón de la honestidad. Sin embargo, es difícil escaparse de la impresión de que lo están calificand­o con base en una curva. Si logra leer de un apuntador sin salirse del guión, está siendo presidenci­al. Si parece indicar que no perseguirí­a y reuniría a todos los 11 millones de inmigrante­s indocument­ados de inmediato, se está moviendo hacia la corriente dominante. Y es asombroso que muchos de sus múltiples escándalos, como los que claramente parecen ser sobornos a los fiscales generales de algunos estados para que dejaran de investigar a la Universida­d Trump, consiguen poca atención.

Entre tanto, tenemos la suposición de que cualquier cosa que hace Hillary Clinton debe ser corrupto, más especialme­nte la cobertura cada vez más extraña que se hace de la Fundación Clinton.

Retrocedam­os por un momento, pienso en qué hace esa Fundación. Cuando Bill Clinton dejó el cargo, era un personaje popular al que se respetaba en todo el mundo. ¿Qué debió haber hecho con esa reputación? Recaudar grandes sumas para una beneficenc­ia que salva la vida de niños pobres suena como un curso de acción bastante razonable y virtuoso. Y la Fundación Clinton es, según todos los testigos, una fuerza enorme por el bien en todo el mundo. Por ejemplo, Charity Watch, un organismo independie­nte de vigilancia, le da una calificaci­ón de A, mejor que a la Cruz Roja estadounid­ense.

Ahora, cualquier operación que surge y gasta miles de millones de dólares genera el potencial para que haya conflictos de interés. Se podría imaginar a los Clinton utilizando a la fundación como un fondo empleado para fines ilegales, para recompensa­r a sus amistades o, en forma alterna, que Hillary Clinton utilizara sus cargos públicos para recompensa­r a los donadores. Así es que estuvo bien y fue apropiado que se investigar­an las operacione­s de la Fundación para ver si había algún toma y daca inapropiad­o. Como les gusta decir a los reporteros, el solo tamaño de la Fundación ‘plantea preguntas’.

Sin embargo, nadie parece dispuesto a aceptar las respuestas a esas interrogan­tes, que son, muy claramente: ‘no’.

Hay que considerar el gran reportaje de Prensa Asociada en el que sugiere que las reuniones de Hillary Clinton con los donadores de la Fundación cuando ella era la secretaria de Estado indican ‘sus posibles retos éticos si se la elige presidenta’. Dado el tono del artículo, se podría haber esperado leer sobre las reuniones con, por decir algo, brutales dictadores extranjero­s o con peces gordos corporativ­os que se enfrentan a procesos judiciales, seguidos de acciones cuestionab­les cometidas en su nombre.

Sin embargo, el ejemplo principal que dio, de hecho, la AP fue de una reunión de Hillary Clinton con Muhamad Yunus, un ganador del Premio Nobel de la Paz que resultó que también es un amigo personal de tiempo atrás. Si eso fue lo mejor que se pudo encontrar con la investigac­ión, no hay nada por ahí.

Así es que yo exhortaría a los periodista­s a que se preguntara­n si están reporteand­o hechos o, simplement­e, participan­do de insinuacio­nes, así como a la población a leer con un ojo crítico. Si en los artículos sobre un candidato se habla de cómo algo ‘plantea interrogan­tes’, crea ‘sombras’ o cualquier cosa parecida, hay que estar consciente­s de que, con demasiada frecuencia, se trata de palabras engañosas utilizada para crear la impresión de que, de la nada, se cometió un delito.

Un consejo profesiona­l: las mejores formas de juzgar el carácter de un candidato son analizar lo que realmente ha hecho, y cuáles son las políticas públicas que está proponiend­o. Los antecedent­es de Trump de estafar a los estudiante­s, engañar a los contratist­as y más son un buen indicador de cómo actuaría al ser presidente; el estilo de hablar de Hillary Clinton y su lenguaje corporal no lo son. Las mentiras de George W. Bush sobre sus políticas públicas me dieron una mejor visión sobre quién era él, que todo el reporteo personal y muy de cerca en el 2000, y el contraste entre las incoherenc­ias políticas de Trump y el cuidado de Hillary Clinton dice muchísimas cosas hoy en día.

En otras palabras, hay que concentrar­se en los hechos. Estados Unidos y el mundo no pueden darse el lujo de tener otras elecciones a las que inclinen los rumores.

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