Hillary tenía razón sobre la conspiración de derecha
Washington – Las épicas batallas entre los Clinton y sus torturadores de derecha llevan casi 25 años incidiendo en la política estadounidense.
Pero durante el primer año de la presidencia de Bill Clinton hubo un momento cuando pudo haberse cambiado el tóxico curso de esa historia, de no haber sido por los impulsos de Hillary Clinto hacia el hermetismo.
El 11 de diciembre de 1993 hubo una junta urgente para hablar sobre la solicitud del Washington Post de documentos sobre Whitewater Development, la fallida inversión de bienes raíces de los Clinton en Arkansas que se había tocado durante la campaña presidencial.
Los asesores presidenciales George Stephanopoulos y David Gergen abogaban por divulgar todo el expediente. Tras unos cuantos días de dura cobertura periodística, pronosticaban, el tema se olvidaría cuando se descubriera no haber nada siniestro.
El Presidente no cedió —y los dos conocían la razón.
“Hillary Clinton no ve el mundo de la misma manera que lo ven otros en lo referente a transparencia y rendición de cuentas”, dijo Gerden en entrevista reciente.
Ella no se encontraba en la habitación, pero los colaboradores sentían su presencia.
“Gergen y yo no sabíamos qué había en los documentos de Whitewater, pero, fuera lo que fuera, Hillary no quería que se supiera —y lo vetó”, escribió Stephanopoulos en sus memorias “Demasiado humano”.
Las consecuencias de la decisión de negar la información serían enormes. Creció la presión para que se nombrara un fiscal, que terminó siendo Kenneth Starr.
En las extensas indagatorias de Starr se descubrió la aventura de Bill Clinton y Mónica Lewinsky, lo cual condujo a un juicio político por jurar en falso y obstruir la justicia.
Mientras tanto, Hillary Clinton sería la única primera dama en la historia en comparecer ante un jurado federal.
Gergen, Stephanopoulos y otros colaboradores de primer nivel de aquella época sostienen que nada de esto hubiera ocurrido si Hillary Clinton hubiera sido más franca al principio.
Al observar las controversias que han asediado a la actual campaña presidencial de la candidata, sobre todo la referente a sus emails privados, Gergen se ha sorprendido ante los paralelos con aquel crucial momento de 1993.
“Hillary se ha puesto una capa protectora”, opinó Gergen. “Su primera respuesta es, cuando la gente me persiga voy a acorazarme y sospechar de sus motivos”.
Clinton sacó la lección opuesta de aquellas tempranas experiencias sobre Whitewater —una que influye en la forma en la cual actúa hoy en día. Su postura era que debió haber puesto más resistencia.
El 11 de enero de 1994, George y Stephanopoulos convencieron a los Clinton de que debieron haber solicitado una investigación independiente a fin de acallar el creciente furor mediático.
El verdadero problema, argumentó Clinton, era que “nos estaban arrastrando en lo que el analista político Jeffrey Toobin posteriormente describió como la politización del sistema de justicia penal y la penalización del sistema político”.
A partir de entonces ha crecido toda una industria en torno a los escándalos, seudoescándalos y teorías conspiratorias de Clinton.
Se han recabado y gastado incontables millones de dólares, tanto por parte de adversarios como de quienes la defienden. Se han iniciado investigaciones congresistas encabezadas por los republicanos, mientras que grupos observadores conservadores han presentado demandas. Los dos bandos libran una guerra constante vía internet, programas de radio y canales informativos de cable. En Amazon.com pueden encontrarse más de 40 libros contra Hillary. Tres de los 10 bestsellers encuadernados de The New York Times son obras donde se arremete contra los Clinton.
Hillary Clinton tenía razón cuando hizo su famosa declaración de que había una “vasta conspiración de derecha” contra ella y su esposo. La oposición era y es apasionada. Está bien financiada. Ve motivos ocultos —a veces absurdos— en casi todo lo que los Clinton hagan.
Para cuanto Barack Obama tomó posesión, lo que Hillary había descrito como conspiración se había transformado en una institución permanente. En el inter, Hillary Clinton se ha mantenido como blanco de un tipo particularmente intenso de vehemencia.
“Con el tiempo, algunos miembros de la extrema derecha la han convertido en ‘la mala’ con el fin de despertar temor y recaudar fondos”, dijo el estratega republicano John Weaver. “¿Es ella el diablo encarnado? No. Estos críticos ni siquiera pueden explicar por qué la odian. Se trata de algo malsano para nuestra política”.
La aversión de los Clinton a la transparencia, así como su tendencia a eludir las reglas y actuar cerca del límite legal y ético, ha facilitado las cosas a sus enemigos.
Aparentemente se ha profundizado la tendencia de la pareja a estar la defensiva, lo cual preocupa a algunos amigos y asesores.
Hillary Clinton no logra deshacerse de las preguntas sobre la manera como usó una cuenta privada de email cuando fue secretaria de Estado y el ávido apetito de la Fundación Clinton por contribuciones de donantes que tienen negocios con el Gobierno.
Los sondeos muestran que sólidas mayorías de electores no la consideran honesta o confiable.
Lo anterior se debe a que las percepciones han dispuesto de mucho tiempo para asentarse. Existen numerosas lecturas a las polémicas de los años 90 y a las que persiguen hoy en día a los Clinton.
Por otra parte, muchos de los confusos rumores y teorías conspiratorias que han rondado en el transcurso de los años en torno a los Clinton han resultado infundados —hasta ridículos. Y sin embargo persisten. “Al parecer existe la creencia eterna de que este método no falla”, opinó David Brock, quien dirige un grupo de organizaciones aliadas con los Clinton y que ha estado en ambos bandos de las guerras contra ellos. Cuando una no funciona, agregó, “se crea otra conspiración”.
Todas las controversias surgidas durante los ochos años de gobierno de Bill Clinton aprovecharon el cinismo y la suspicacia que se remontan al primer “gate” —Watergate.
Watergate desató nuevas medidas legales contra la corrupción. Mientras tanto, los medios se habían vuelto más escépticos y menos dispuestos a creer todo lo que dijeran los funcionarios.
Cuando Bill y Hillary Clinton llegaron a la Casa Blanca, cazar cabezas ya formaba parte de la cultura política en Washington.
Uno de los grupos más obstinados contra los Clinton ha sido Judicial Watch, una organización conservadora fundada en 1994. Actualmente tiene 18 demandas para obligar a dar a conocer archivos públicos correspondientes a la gestión de Hillary Clinton en el Departamento de Estado.
“La infraestructura permanente alrededor de la corrupción gubernamental empezó con Watergate. Hasta Judicial Watch, todos los grupos observadores eran de izquierda”, dijo el presidente de Judicial Watch Tom Fitton. “La derecha cada vez está usando las mismas herramientas con grandes resultados”.
¿Por qué representaron los Clinton un blanco tan tentador, y por qué han seguido siéndolo todos estos años?
La pareja tenía reputación de tapar la verdad aun antes de alcanzar la Casa Blanca. Además fueron los primeros “baby boomers” en llegar a la Presidencia, trayendo los debates sin resolver que desde los años 60 habían enfrentado a izquierda y derecha.
“Representan un enorme cambio cultural, no sólo generacionalmente, sino Hillary como primera dama con una identidad profesional propia y una cartera política. Todo eso inspiró mucho miedo a los opositores de ese cambio”, dijo Brock.
Hay quien asegura que lo que molestó en realidad a la derecha fue el hecho de que Bill Clinton resultara un político tan hábil.
En cierto momento, el equipo Clinton reunió un reporte interno de 332 páginas en el cual se alegaba “un flujo de comunicación de comercio conspiratorio”.