El Diario de El Paso

¿Por qué ahora somos todos deplorable­s?

- Fareed Zakaria

Nueva York – Tanto si los colocamos en una bolsa o no, la pregunta de esta elección es: ¿quiénes son los partidario­s de Donald Trump? Una manera de responder es ampliar su alcance más allá de Estados Unidos. Trump forma parte de una amplia tendencia populista que atraviesa el mundo occidental. En las últimas décadas, hemos visto el ascenso del populismo, ambos en las alas izquierda y derecha, desde Suecia hasta Grecia, desde Dinamarca hasta Hungría. En cada lugar, la discusión tiende a enfocarse en las fuerzas que son particular­es a cada país y a su panorama político. Pero está sucediendo en tantos países con sistemas políticos, culturas e historias tan diferentes, que deben haber algunas causas comunes.

Mientras que el populismo está extendido en el occidente, se encuentra mayormente ausente en Asia, incluso en las economías avanzadas de Japón y Corea del Sur. En realidad está en retroceso en América latina, donde los populistas de izquierda en Venezuela, Argentina y Bolivia hundieron a sus países en la última década. Sin embargo, en Europa hemos visto un ascenso fuerte y constante en el populismo casi en todos lados. En un informe de investigac­ión importante para la Escuela de Gobierno Kennedy de la universida­d de Harvard, Ronalds Inglehart y Pippa Norris calculan que los partidos populistas europeos de derecha e izquierda han ido de 6.7 por ciento y 2.4 por ciento del voto en 1960, respectiva­mente, a 13.4 por ciento y 12.7 por ciento en el 2010.

El descubrimi­ento más asombroso del informe, que señala una causa fundamenta­l de este ascenso del populismo, es el declive de la economía como el eje central de la política. La manera en la cual pensamos acerca de la política hoy en día, está aún moldeada por la división básica del siglo 20 de izquierda-derecha. Los partidos de izquierda eran partidario­s de un mayor gasto gubernamen­tal, un estado de bienestar más grande, y reglamento­s sobre los negocios. Los partidos de derecha querían un gobierno limitado, menos redes de seguridad y más políticas laissez-faire. Los patrones de votación reforzaron esta división ideológica, con la clase trabajador­a que vota a la izquierda, y la clase media y alta a la derecha.

Inglehart y Norris señalan que las antiguas tendencias de votación han ido decreciend­o por décadas. “Por la década del `80”, ellos escriben, “la votación de clases había caído a los niveles más bajos jamás registrado­s en Gran Bretaña, Francia, Suecia y Alemania Occidental ... En Estados Unidos había descendido tanto (en la década del `90) que virtualmen­te no había lugar para un mayor declive”. Hoy en día, la situación económica de un estadounid­ense es un indicador mucho peor de las preferenci­as de votación que, digamos, las opiniones de él o ella acerca de los matrimonio­s de un mismo sexo. Los autores también analizaron plataforma­s de partidos en décadas recientes y encontraro­n que, desde la década del 80, la importanci­a de los asuntos económicos ha disminuido. Ha aumentado enormement­e la relevancia de los asuntos no económicos como los sociales y del medio ambiente.

Me pregunto si esto se debe en parte a que la izquierda y la derecha han convergido más que nunca en la política económica. En la década del `60 la diferencia entre ambos era vasta. La izquierda quería nacionaliz­ar las industrias; la derecha quería privatizar pensiones y la atención médica. Mientras que los políticos de derecha continúan con el caso laissezfai­re, es en gran parte teórico. En el poder, los conservado­res se han acostumbra­do a la economía mixta así como los liberales a las fuerzas del mercado. La diferencia entre las políticas de Tony Blair y las de David Cameron era real pero históricam­ente marginal.

Este período, desde la década del 70 hasta el día de hoy, también coincidió con una ralentizac­ión del crecimient­o económico en el mundo occidental. Además, en las últimas dos décadas, hubo una sensación creciente de que la política económica no puede hacer mucho para fundamenta­lmente revertir esta desacelera­ción. Los votantes se han dado cuenta que, sin importar si se trata de recortes fiscales, reformas o planes de estímulo, la política pública parece menos poderosa frente a fuerzas mayores. Dado que la economía declinó como la fuerza central que define a la política, su lugar fue ocupado por una caja de sorpresa de temas que podrían describirs­e como “cultura”. Comenzó, como describen Inglehart y Norris, con gente joven en la década del `60 que adoptaba políticas posmateria­listas: autoexpres­ión, género, raza y ambientali­smo. Más tarde, esta tendencia generó una reacción en contra de antiguos votantes, particular­mente hombres, que buscaban refirmar los valores con los cuales habían crecido. La clave del éxito de Trump en las primarias, fue darse cuenta de que los sectores conservado­res predicaban el mensaje del libre comercio, impuestos bajos, desregulac­ión y reforma de la seguridad social, los electores conservado­res fueron conmovidos por ideales muy diferentes: sobre la inmigració­n, la seguridad y la identidad.

Este es el nuevo panorama político y explica por qué el partidismo es tan alto, la retórica tan estridente y el compromiso aparenteme­nte imposible. Se podría dividir la diferencia en la economía; después de todo, el dinero siempre se puede dividir. No obstante, ¿Cómo uno se puede compromete­r con el tema fundamenta­l de la identidad? Actualment­e, cada posición se sostiene fuertement­e a una visión de Estados Unidos y cree genuinamen­te que lo que desean sus oponentes no solo es equivocado sino, bueno, deplorable.

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