El debate migratorio equivocado
Washington— La conversación –o discusión– que tenemos en torno a la inmigración está notablemente distorsionada. Todo gira en torno a los que se calcula que son 11 millones de inmigrantes ilegales, conocidos como ‘indocumentados’. En realidad, lo que importa mucho más son los aproximadamente 31 millones de inmigrantes que están en el país legalmente y aproximadamente el millón que entra legalmente todos los años.
Por supuesto, la cuestión de los inmigrantes ilegales es importante. Como sociedad, es intolerable tener tantos individuos que viven en un limbo legal, a menudo a pesar de años de conducta responsable y lícita (dos tercios de los inmigrantes ilegales han vivido en Estados Unidos 10 ó más años, informa el Pew Research Center). Aun así, un motivo poderoso para resolver el asunto –legalizar a la mayoría de los que ya están aquí e impedir nuevos influjos ilegales, incluso con una muralla– es pasar a temas mayores.
Necesitamos un sistema migratorio que dé prioridad a trabajadores especializados por sobre los no especializados, en lugar de la actual política que favorece preferencias familiares para las tarjetas verdes. Ese tipo de sistema promovería la asimilación (porque los trabajadores especializados se integran con mayor facilidad a la fuerza laboral y a la sociedad), aumentaría el crecimiento económico (porque los trabajadores especializados tienen un mayor ‘valor agregado’ que los no especializados) y reduciría la pobreza (porque muchos inmigrantes no especializados tienen ingresos por debajo de la línea de la pobreza del Gobierno).
Aunque no podemos cuantificar fácilmente estos beneficios, promoverían el bien mayor para una sociedad que envejece con una economía que titubea. Todo el que dude de la profunda influencia de la inmigración debe examinar un impresionante informe dado a conocer la semana pasada por The National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine. Se titula ‘Las consecuencias económicas y fiscales de la inmigración’. He aquí algunos puntos destacados:
• La inmigración ya no es un asunto secundario. Entre 1995 y 2014, los inmigrantes aumentaron de 24.5 millones (9 por ciento de la población) a 42.3 millones (13 por ciento de la población). Cuando se agrega al total los hijos de los inmigrantes, casi uno de cada cuatro norteamericanos es de familia de inmigrantes. Los inmigrantes están virando cada vez más de los estados de ‘entrada’ (California, Nueva York, Florida) a estados no tradicionales (Carolina del Norte, Georgia, Tennessee y Nevada).
• El número de inmigrantes ilegales se estabilizó en unos 11 millones desde 2009. El número de mexicanos que están ilegalmente en Estados Unidos se redujo de 6.4 millones en 2009 a 5.8 millones en 2014. Otros los han reemplazado. Todas esos cifras representan ‘cambios netos’ –inmigrantes ilegales que entran en Estados Unidos menos los que salen. Aunque esos flujos ahora aproximadamente se equilibran, aun son enormes, promediando entre 300 mil y 400 mil anualmente.
• Los inmigrantes pobres –mayormente de América Latina–aumentaron la pobreza en Estados Unidos. En 2011, la tasa de pobreza (la porción de individuos por debajo de la línea de la pobreza del Gobierno) era del 35 por ciento entre los inmigrantes mexicanos y sus hijos y del 22 por ciento entre los inmigrantes de El Salvador; en cambio, la tasa de pobreza era de un 11.1 entre los inmigrantes coreanos y sus hijos y de un 6.2 por ciento entre los inmigrantes indios. La tasa de pobreza para todos los norteamericanos nacidos en el país es del 13.5 por ciento.
• Los inmigrantes y sus hijos imponen costos al Gobierno, principalmente para las escuelas locales que, según decreto de la Corte Suprema, deben brindar educación a todos los inmigrantes. En cambio, el Congreso prohibió que hasta los inmigrantes legales reciban algunos beneficios federales. En 2013, calculó el estudio, los costos gubernamentales causados por los inmigrantes excedieron sus impuestos en 388 mil millones de dólares, un poco más de un 2 por ciento del producto bruto interno.
¿Qué justifica la inmigración si genera más costos gubernamentales que los impuestos? La respuesta es que los beneficios de la inmigración pueden –y, en este caso, lo hacen– ir más allá de los impuestos. Según un cálculo, los inmigrantes (incluyendo su actividad empresarial) aumentaron el tamaño de la economía norteamericana en un 11 por ciento, alrededor de 2 billones de dólares. Con la jubilación de los baby boomers, todo el crecimiento que se proyecta para la fuerza laboral de Estados Unidos entre 2020 y 2030 se genera en los inmigrantes y sus hijos, reportó el estudio.
Las ventajas de los inmigrantes aumentarían si acentuáramos la idea de los trabajadores especializados. La productividad podría ser mayor, la pobreza menor. Es interesante considerar que eso también beneficiaría a los estadounidenses poco especializados, tanto nacidos en el país como inmigrantes recientes. No tendrían que competir contra nuevos inmigrantes no especializados, que competirían por sus puestos y deprimirían los jornales.
Una cuestión aún no determinada es si contamos con la competencia política y el valor para enfrentar esos asuntos con franqueza. El estudio se apartó deliberadamente de recetas de políticas a seguir; fue más que nada un ejercicio de obtención de datos, que refleja (presuntamente) la naturaleza controvertida del tema.
La campaña presidencial ofrece poco motivo de optimismo. Donald Trump utilizó la inmigración como un tema de cuña y muestra poca comprensión de la complejidad del tema. Hillary Clinton parece decidida a aplacar a sus partidarios hispanos, muchos de los cuales sin duda apoyan preferencias familiares para inmigrar legalmente a los Estados Unidos.
Pero las realidades subyacentes no desaparecerán sin importar cuánto deseemos que lo hagan. Si no podemos manejar la inmigración para nuestra ventaja, casi con certeza funcionará para nuestra desventaja.