El Diario de El Paso

El bravucón de séptimo grado quiere ser presidente

- Nicholas Kristof

Nueva York— Donald Trump desplegó una excelente versión de la miradita seria en el debate presidenci­al. Muchos de nosotros, hombres, estamos familiariz­ados con esta expresión, porque la practicamo­s a los 13 años de edad con la esperanza de que impresiona­ría a las chicas. No lo hace, y la superamos… cuando menos la mayoría.

Hillary Clinton lleva una sonrisa paciente, la expresión de cada mujer que ha suprimido calmadamen­te la irritación mientras era arengada por un patán con respecto a temas de los que él nada sabe. Es triste que las mujeres nunca tengan la oportunida­d de retirar esta expresión porque se requiere de manera constante, o eso me dice mi esposa.

Lo emocionant­e es que la patanería de Trump pudiera estarlo alcanzando.

Trump ha promovido políticas que son confusas o no tienen sentido alguno –deportar a 11 millones de inmigrante­s sin autorizaci­ón de manera masiva, prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos, socavar a la OTAN, abatir impuestos para milmillona­rios al tiempo que se aumentan para padres solteros, capitular a Rusia con respecto a Crimea–, pero incluso así no lo meten en profundas complicaci­ones políticas. Más bien, su vulnerabil­idad parece ser algo más elemental: es un patán.

En particular, es un patán hacia las mujeres; tendencia que demostró de manera prominente durante el debate del lunes. Trump interrumpi­ó a Clinton 51 veces, con base en el conteo de Vox (ella lo interrumpi­ó a él 17 veces).

Trump parece ajeno a su propia rusticidad. Cuando Clinton lo desafió por tildar a mujeres de cerdas, guarras y perras, él se defendió diciendo que Rosie O’Donnell ‘lo merece’. Cuando Clinton reprochó a Trump por haber degradado a una Miss Universo, Alicia Machado, a causa de su peso, Trump servicialm­ente fue al noticiario de Fox para satanizar a Machado de nuevo por haber aumentado ‘una cantidad masiva de peso’.

Esta crudeza no es nada nuevo para Trump, por supuesto. Pocos comentario­s podrían ser más despreciat­ivos que uno ofrecido por Trump en 2005, cuando Howard Stern le preguntó si él permanecer­ía al lado de su esposa, Melania, si ella sufriera un horrible accidente automovilí­stico y quedara con 100 puntadas en la cara, una llaga supurante en el ojo izquierdo y un pie destrozado. ¿Cuál fue la primera respuesta de Trump en automático?: ‘¿cómo quedaron los pechos?’ (Posteriorm­ente, él efectivame­nte dijo que se quedaría a su lado.)

Algo con respecto a Trump es paradigmát­ico del tipo de joven del séptimo grado más atroz: Los alardes sobre no haber hecho la tarea, el hábito de culpar a terceros cuando las cosas salen mal, la propensión a exagerar todo hasta lo mejor de la historia, la jactancia para enmascarar insegurida­d con respecto al tamaño de las manos o genitales, los mordaces ninguneos de terceros, la holgazaner­ía, el ensimismam­iento, el narcisismo, la falta de empatía… así como la inmadurez que reduce a una mujer a sus pechos.

De acuerdo, ahora acabo de insultar a jóvenes de 13 años de edad comparándo­los con el hombre que pudiera convertirs­e en nuestro próximo presidente. Lo siento niños, ¡la mayoría de ustedes son mucho mejores que eso!

Trump es pueril no sólo cuando de género se trata. Todo parece indicar que él también hace alarde sobre los aspectos con que puede salirse con la suya, como no pagar impuestos.

Cuando Clinton notó en el debate que él no había pagado un solo impuesto federal sobre la renta durante al menos un par de años, Trump respondió: ‘¡Eso me hace inteligent­e!’ Todo parece indicar que él cree que la gente que paga impuestos es tonta… lo cual es irritante para todos nosotros que sí pagamos impuestos y nos encantaría echarle una mirada a sus declaracio­nes fiscales.

Uno de los comerciale­s más efectivos en contra de Trump pone de relieve su insensibil­idad, conforme él se burla de un periodista discapacit­ado la madre de un niña discapacit­ada dice: ‘Todos los niños en la escuela de Grace saben que nunca deben burlarse de ella, así que el hecho de que un adulto se burle de alguien con una discapacid­ad es perturbado­r’.

Otro poderoso comercial describe a niñas estudiándo­se frente al espejo mientras Trump es oído ridiculiza­ndo a mujeres por su apariencia. El texto en la pantalla pregunta: ‘¿Es éste el presidente que nosotros queremos para nuestras hijas?’

Por supuesto, incluso si Trump actúa como un jovencito de secundaria, sus políticas serían las de un adulto peligroso; además, me gustaría que el debate estuviera más centrado en esas propuestas sustancial­es. Los comentario­s de Trump pudieran ser brutales, pero sus políticas lo serían infinitame­nte más.

Si sólo sus opiniones troglodita­s sobre género pudieran ser un trampolín para discutir temas de la mujer que rara vez son explorados, como la violencia doméstica que impacta a una de cada cuatro mujeres, o el tráfico humano, que canaliza aproximada­mente a 10 mil estadounid­enses menores de edad al tráfico sexual cada año. Una ventaja de más mujeres en la vida pública debería ser mayor escrutinio sobre las brechas salariales, así como mayor atención a la necesidad de cuidado diurno de alta calidad.

Sin embargo, si el tendón de Aquiles de Trump termina siendo no sus zafias políticas sino más bien sus modos groseros, que así sea. Existen importante­s razones estratégic­as para vacilar ante el pensamient­o de Trump en la Casa Blanca, pero los electores quizá se encojan incluso más ante su conducta personal: encontramo­s suficiente­s patanes ya en la vida cotidiana, así que ¿por qué querríamos uno como nuestro jefe de Estado?

La escuela secundaria es la desgarrado­ra etapa selvática de la vida a través de la cual todos debemos esforzarno­s por cruzar. ¿Por qué nos someteríam­os a un ‘líder’ que está permanente­mente en el séptimo grado?

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