Equívocos de Trump en sus alegatos vs comercio entre México y EU
Lde las acometidas favoritas de Donald Trump, muy efectiva para atraerse el apoyo de amplias capas populares en la presente campaña por la Presidencia, ha sido su ataque al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, sus siglas en inglés), que fue negociado y firmado a principios de la década de 1990 entre Estados Unidos, México y Canadá.
Trump acusa al NAFTA y a otros acuerdos de comercio internacional de ser severamente desfavorables a Estados Unidos, de haber propiciado la salida de fábricas y empleos del país y, en general, de provocar un déficit en la balanza comercial estadounidense.
Su intención, de acuerdo a su plataforma electoral, es renegociarlo de inmediato asuma la Presidencia y si los otras naciones no conceden cambios para beneficio de los trabajadores del país, Estados Unidos se retirará del acuerdo.
Por añadidura, Trump ha planteado que impondrá sanciones o aranceles a empresas estadounidenses que se llevan fábricas y empleos a México e impuestos adicionales (vía el Impuesto al Valor Agregado) a las importaciones de Estados Unidos provenientes de suelo mexicano.
Retóricamente es fácil encontrar en el comercio con México o con China, y en los desequilibrios que la globalización ha causado en Estados Unidos y también en esos otros países, al responsable o chivo expiatorio de las penurias de millones de trabajadores industriales y manufactureros estadounidenses que han perdido sus empleos y su forma de vida.
Pero las realidades son diferentes a lo que el discurso de Trump plantea y quiere hacer creer a los votantes.
En principio, es claro que el NAFTA, la globalización y la salida de empresas y puestos de trabajo a países de mano de obra más barata han golpeado fuertemente a los trabajadores y las clases populares, pero no se trata de un caso exclusivo de Estados Unidos.
Por ejemplo, el NAFTA devastó el campo mexicano y forzó la migración de enormes cantidades de campesinos y agricultores desplazados por la competencia de importaciones de granos estadounidenses, donde los granjeros están fuertemente subsidiados.
Ciertamente la producción y comercialización de hortalizas y frutos mexicanos hacia Estados Unidos creció, pero en buena parte en el ámbito de empresas agropecuarias de capital privado, muchas de ellas extranjeras.
Los campesinos y, además, los obreros y los pequeños empresarios mexicanos no han visto esos mismos beneficios y por el contrario se han visto sujetos a presiones, bajos salarios, malas condiciones de trabajo, competencia salvaje y crecimiento económico estancado.
Por otro lado, el NAFTA ha tenido un impacto favorable en México y ha generado empleos manufactureros (con salarios mucho menores a los de Estados Unidos) y ampliado el monto de las exportaciones mexicanas, pero muchos de esos beneficios se han concentrado en empresas trasnacionales (varias estadounidenses incluidas), es decir en la reducción de costos y, presumiblemente la ampliación de la rentabilidad de esas grandes corporaciones.
El trabajador estadounidense o el mexicano no son protagonistas en esa ecuación y, por ello, el malestar que existe ante el NAFTA en Estados Unidos y México es importante.
Y Trump no es el primer personaje, ni en Estados Unidos ni en México, en hablar de la necesidad de renegociar, ajustar o eliminar el NAFTA.