El Diario de El Paso

Violencia en Centroamér­ica obliga éxodo de migrantes a la frontera

- Jay Root/The Texas Tribune

San Salvador – La primavera pasada, María del Tránsito tenía cinco hijos adultos. Desde entonces cuatro de ellos fueron asesinados. Murieron de dos en dos, con tres días de distancia, ejecutados en este país centroamer­icano al cual las pandillas en guerra han sumergido en un sangriento caos. Gustavo es el único que queda. Lo último que se supo sobre el hombre de 24 años fue que estaba intentando ponerse a salvo en Houston

También Araceli Amaya, de 25 años, ha intentado huir de la violencia del este país después de ver que a su hermano lo mataron “enfrentito de nosotros”. Capturada viajando por México y enviada de nuevo a su lugar de origen, dice resultar casi seguro que vuelva a intentar llegar a Estados Unidos.

Geremías Gómez, de 28 años se encuentra en la misma situación: huyendo de las pandillas en su natal El Salvador, lo capturaron en México cuando iba a Estados Unidos. Tiene todas las intencione­s de dirigirse nuevamente al Norte a la primera oportunida­d.

“Preferiría irme vivo que esperar hasta que me sepulten”, dijo Gómez. “Es difícil dejar a la familia. Pero tampoco puedo arriesgar mi vida”.

Se trata de una ponderació­n que cada mes están haciendo miles de centroamer­icanos, y su huida colectiva ha modificado de manera fundamenta­l la naturaleza de la inmigració­n ilegal a lo lago de la frontera sur de Estados Unidos.

Durante decenios, la mayoría de las personas que cruzaban ilegalment­e eran mexicanos obligados por necesidade­s económicas a irse al Norte, pero hace poco expertos determinar­on que en la actualidad son más los mexicanos que abandonan Estados Unidos que los que llegan. Sin embargo, ha explotado la migración de tres países pequeños pero empobrecid­os de Centroamér­ica.

Tan grande fue hace dos años el éxodo desde el “Triángulo Norteño” de Guatemala, Honduras y El Salvador que, por primera vez desde que se lleva la cuenta, en el 2014 la Patrulla Fronteriza aprehendió más ciudadanos no mexicanos que mexicanos. Resulta casi seguro que esto vuelva a suceder en el 2016, según indican las cifras más recientes. Impacto en Texas Las implicacio­nes en las políticas de Estados Unidos y Texas no son triviales. Probableme­nte las estrategia­s para el control fronterizo —y la retórica política— dirigidas a contener a los inmigrante­s económicos mexicanos de poco sirvan para la desesperac­ión de los centroamer­icanos que huyen de la miseria y la violencia —o francament­e para salvar sus vidas.

La geografía y la tradición hacen del sur texano el punto más cercano y común para entrar ilegalment­e desde Centroamér­ica. A partir del inicio del año fiscal 2014 hasta agosto del 2016, en la frontera entre Estados Unidos y México se aprehendió a más de medio millón de migrantes oriundos del Triángulo Norteño —al menos el 85 por ciento de los mismos en Texas, según datos analizados por The Texas Tribune. La mayoría no han sido deportados y se cree que aún se hallan aquí, dicen expertos.

Estos viajeros presentan desafíos nuevos y diversos para corporacio­nes policiacas, saturados tribunales migratorio­s, educadores y prestadore­s de servicio social. Entre ellos están miles de menores y familias enteras que, en vez de intentar colarse sin ser detectados al país, se entregan ellos mismos a la primera persona uniformada que se topan.

Según el análisis del Tribune, en los primeros 11 meses del año fiscal 2016 los tres países del Triángulo Norteño han enviado a la Patrulla Fronteriza más personas por cápita que cualquier otro país latinoamer­icano.

“Lo que estamos viendo es una nueva dinámica fronteriza y un nuevo paradigma”, dijo Faye Hipsman, experto sobre Centroamér­ica en el Instituto de Política Migratoria. “El modelo de vigilancia fronteriza que hemos estado usando durante los últimos decenios —quizá no esté diseñado para esta nueva población. No está particular­mente bien equipado para manejar personas con alegatos humanitari­os y refugiados de verdad, y distinguir quién es quién”.

Para muchos de estos nuevos migrantes, prácticame­nte ningún nivel de seguridad fronteriza impedirá que se internen a EU. Están demasiado desesperad­os.

Esta primavera, el Tribune entrevistó a docenas de emigrantes centroamer­icanos con destino a Estados Unidos. Muchos contaron historias de terribles roces con pandillas. Otros mencionaro­n una pobreza devastador­a.

Últimament­e el número migrantes procedente­s de El Salvador ha eclipsado al de los que huyen de Honduras y Guatemala, en los tres países las condicione­s son similares. Además de la violencia, existe una impactante desigualda­d en ingresos, alto desempleo entre jóvenes y bajas tasas de graduación de preparator­ia, sobre todo en Guatemala. Cerca del 60 por ciento de los hondureños y guatemalte­cos viven en la pobreza.

Para cuando pasan por uno de los innumerabl­es cruces informales sobre el río Suchiate que divide a Guatemala y México, como a mil 200 millas al Sur de Brownsvill­e, Texas, muchos ya han recorrido cientos de millas. Los expertos dicen que la mayoría intentan llegar a EU con 'polleros', después de entregarle­s entre 6 y 9 mil dólares por la travesía.

Los que no pueden pagar saltan por México de albergue en albergue, dirigiéndo­se a la frontera de Estados Unidos, tomando lo que podrían ser decisiones de vida o muerte y a menudo viajando a través de calor abrasador o humedad asfixiante.

Preferiría irme vivo que esperar hasta que me sepulten. Es difícil dejar a la familia. Pero tampoco puedo arriesgar mi vida”

Geremías Gómez, de 28 años

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cuatro de los 5 hijos de María del Tránsito fueron asesinados

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