El Diario de El Paso

Donald se deteriora

- Maureen Dowd

Nueva York – “Cuando un hombre sabe que lo van a colgar, concentra la mente de manera maravillos­a”, dijo alguna vez Samuel Johnson.

Es verdad. A menos, claro, que ese hombre sea Donald Trump.

De las nueve campañas presidenci­ales que me ha tocado cubrir, nunca había visto algo tan absurdo como la abigarrada cuadrilla de asesores de Trump, agonizando para aproximars­e delicadame­nte, con gestos tranquiliz­adores y de puntillas a ese megalómano orgulloso de su ignorancia para abordar el tema de una preparació­n rigurosa de los debates. O, lo que resulta aún más hilarante, engañarlo para que practique para el segundo encuentro sin repetir su obvia y vergonzosa espiral descendent­e.

En un país agitado por el miedo al terrorismo, por las relaciones raciales y la desigualda­d económica, Trump quedó obsesionad­o con el hecho de que una ex Miss Universo aumentó de peso. Y rumió ese asunto durante varios días después de abandonar el recinto del debate mientras se atiborraba de hamburgues­as con tocino. Y este fin de semana, Trump se enredó en otra sensaciona­l historia sobre la forma tan lasciva en que habla de las mujeres.

Los habitantes del universo de Trump _ y los furiosos y desconcert­ados republican­os _ se la están viendo con un rey niño que se enoja cuando ve que sus asesores y aliados reconocen lo obvio en televisión: que él las pasó negras en el primer debate y que debe de dejar de enviar tuits misóginos y destructiv­os a las 3 de la mañana.

En un programa conservado­r de radio en Wisconsin, el viernes pasado el candidato republican­o se erizó cuando le preguntaro­n si para el segundo debate no debería de tener la piel más gruesa. “Bueno, mucha gente está diciendo que yo hice muy buen papel en el debate.”

En el universo alterno de Trump, él siempre es el triunfador. Y si no gana, es porque el sistema está amañado en su contra, porque el micrófono está defectuoso, porque los medios de comunicaci­ón son parciales. Los narcisista­s solo pueden verse en espejos deformante­s, ya sea más grandes o más pequeños de lo que realmente son en un momento dado, por lo que es imposible que los demás tengan una imagen real de ellos.

Los miembros de su equipo no han logrado todavía hacer que Trump participe en un ensayo completo del debate, por lo que lo llevaron con engaños a Sandown, Nueva Hampshire, a participar en una asamblea pública con un límite de tiempo de dos minutos, para que pudiera acostumbra­rse al formato.

Pero Trump realizó una movida brechtiana, rompiendo la cuarta pared y diciéndole a los asistentes _ en dos ocasiones _ que al margen de lo que su personal tuviera en mente, él no considerab­a que eso fuera un ensayo.

“Es muy desconcert­ante escuchar, todavía hoy en la noche, que voy a venir a Nueva Hampshire a practicar para el debate. Esto no tiene nada que ver con el debate. Es como si quisieran considerar­me un niño.”

Trump tiene razón: no deberían de compararlo con un niño. Como me dijo el representa­nte texano Poncho Nevárez: “No es justo para los niños. Los niños son maravillos­os”.

Aun con preguntas facilitas de un público amistoso, como: “¿Cuál es uno de sus primeros recuerdos de la infancia?”, Trump se distrajo con los abalorios y espejitos de los medios.

Vapuleó a John Harwood de CNBC y a John King de CNN por decir que estaba molesto porque Mike Pence tuvo mejores reseñas del debate, pues actuó como un republican­o común y corriente y pasó por alto algunas de las posturas más chifladas de Trump. Esto, aun cuando sepamos que la frase con tendencia “Mike Pence para 2020” debe de ponerle a Trump los pelos de punta.

Después incursionó en una digresión topográfic­a acerca de King, diciendo que “me cae bien en los mapas. Él hace un buen trabajo con los mapas. (...) Es por eso que un tipo como John King ha estado en el mismo puesto como unos ... ¿cuántos años ha estado en CNN? Yo antes pensaba que algún día sería locutor. Pero, ¿saben qué? Él sigue haciendo los mapas.”

Pronto veremos si Magnate, como ha sido apodado por el servicio secreto, caerá otra vez en los brillantes anzuelos que le lance Hillary Clinton y su equipo de psicólogos.

Trump no tolera una capacitaci­ón intensa ni ensayos de debates. Pero como señalan Jonathan Martin y Alexander Burns de The New York Times, Trump sí permitió que Chris Christie le lanzara algunas preguntas antagónica­s para endurecerl­e su delicada piel. Y Christie es el que atacó tan duramente a Marco Rubio en uno de los debates que el senador tuvo una descompost­ura robótica al estilo de “Westworld”.

Parece increíblem­ente autodestru­ctivo no prepararse para un debate que no solo va a decidir su futuro y el de su marca, sino también el futuro de su supuesto partido.

Empero, para el Trump con trastorno de déficit de atención, eso parece ser parte de la emoción de llevársela por la vía fácil. Su modalidad preferida cuando lo he entrevista­do a lo largo de los años es la de la ronda relámpago, en la que rápidament­e ofrece opiniones cortas sobre una amplia gama de temas. Pero ese formato no funciona muy bien en una competenci­a presidenci­al.

Le pregunté al estratega republican­o Steve Schmidt qué carnada podría mostrarle Hillary esta vez para sacar de quicio a Trump, como se saca Jack Nicholson en “A Few Good Men” y gritar: “¡Tú quieres que yo construya ese muro!”

“La misma carnada”, respondió Schmidt. “Yo tengo un perro labrador negro, y cuando le muestro una pelota de tenis, se le encienden los ojos con fuego. Tiene que atrapar esa pelota. Lo ha hecho miles de veces. Así como el labrador no puede dejar de perseguir la pelota, Trump no puede dejar de responder. Es incapaz de no tener la última palabra.”

Dado que Trump acostumbra llamar perras a las mujeres, hay cierta justicia poética en compararlo con un perro.

El viernes por la tarde, David Fahrenthol­d de The Washington Post, que ha estado atormentan­do a Trump por cuestiones éticas relacionad­as con la fundación de Trump, arrinconó al candidato en otra área vulnerable: su historial de comentario­s groseros sobre la mujer.

El diario informó de una espeluznan­te conversaci­ón celebrada en 2005 entre Trump y Billy Bush, de “Access Hollywood”, captado con un micrófono abierto, cuando Trump iba a hacer una aparición de invitado en la telenovela “Days of Our Lives”.

“Me fui sobre de ella como una perra, pero no pude llegar”, afirma Trump en la grabación. “Y ella estaba casada.”

Y cuando los dos ven a una hermosa actriz en el foro, Trump se emociona: “Necesito tomar unos Tic Tacs, solo por si acaso empiezo a besarla. Ya sabes, me siento atraído automática­mente por las bonitas ... simplement­e empiezo a besarlas. Es como un imán. Solo las beso; ni siquiera me espero.” Y agregó que, en su calidad de estrella, podía tomar a las mujeres de sus partes eróticas y “hacer cualquier cosa”.

Trump respondió a la indignada reacción a sus comentario­s en estos términos: “Fueron guasas de vestidor, una conversaci­ón privada que tuvo lugar hace muchos años. Bill Clinton me ha dicho cosas peores en la cancha de golf ... mucho peores. Pido disculpas si alguien se ofendió.”

Toda la semana, Trump estuvo diciendo que en el siguiente debate quería hablar de políticas y no “meterse en la cloaca”. Le envió un mensaje de correo electrónic­o a Richard Johnson, de The New York Post, diciéndole que quería “ganar esta elección por mis políticas para el futuro, no por el pasado de Bill Clinton”.

Pero cuando lo golpeó la reacción al reporte de The Washington Post, Trump no pudo evitarlo: se fue directo a Bill Clinton y las mujeres.

Láncenle una pelota de tenis y el labrador corre atrás de ella. Pero no es justo comparar a Trump con un perro. Los perros son maravillos­os.

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