El Diario de El Paso

Las visiones de Bob Dylan

- Dwight Garner New York Times News Service

Nueva York— ‘Soy la primera persona que le va a exponer esto, y la última que se lo va a explicar’, declaró Bob Dylan en una entrevista de 1978. La Academia Sueca, que le otorgó a Dylan el premio Nobel de literatura el jueves pasado, nos lo expuso y no dio ninguna explicació­n a los lectores y escuchas, por mucho que ellos hubieran sido favorables a Philip Roth, Don DeLillo o Margaret Atwood.

Este premio Nobel reconoce lo que desde hace mucho tiempo sentíamos que era verdad: que Dylan es una de las voces más auténticas que ha producido Estados Unidos, un fabricante de imágenes tan audaz y resonante como cualquiera de las de Walt Whitman o Emily Dickinson.

También ha ayudado el hecho de que las palabras de Dylan se pronuncien, como dijera alguna vez el poeta inglés Philip Larkin, en ‘una voz chirriante y burlona’ que parece cargar con el peso del mito y la profecía. Larkin no era gran fan de Dylan. Le parecía que, por ejemplo, la letra de ‘Desolation Row’ estaba ‘posiblemen­te a medio cocer’.

Se necesitó de otro inglés, en este caso el venerado crítico y académico Christophe­r Ricks, para presentar los argumentos en favor de Dylan como un poeta complicado y que complica. En el sagaz libro de Ricks, publicado en 2004, ‘él lo compara convincent­emente en varios puntos con personajes tan distintos como Yeats, Hardy, Keats, Marvell, Tennyson y Marlon Brando’.

‘El de Dylan es un arte en el que los pecados se exponen al desnudo (y se lucha contra ellos), las virtudes se valoran (y manifiesta­n) y las gracias se hacen patentes’, escribió Ricks. Y agregó: ‘Los negocios humanos de todo tipo están a su alcance para la captura artística’.

Dylan, cuyo nombre real es Robert Allen Zimerman, nació en Duluth, Minnesota, en 1941 y de joven se inspiró en la potente música vernácula estadounid­ense, canciones de intérprete­s como Woody Guthrie, Hank Williams y Robert Johnson. Cuando llegó a tener una voz plenamente propia, en su trabajo de mediados a fines de los años sesenta que lo llevó a lo que quizá sea su mejor canción ‘Like a Rolling Stone’, nadie había escuchado canciones pop con letras tan oraculares y demoledora­s.

Cuando Bruce Springstee­n introdujo a Dylan en el Salón de la Fama del Rock and Roll, en 1988, describió los primeros acordes de esa canción de esta manera: ‘Ese acorde suena como si alguien abriera a patadas la puerta de la mente’. Y las palabras que siguen sacan de quicio a esa puerta. En el estribillo plantea una pregunta que no ha dejado de resonar a lo largo de la vida de Estados Unidos: ‘¿Qué se siente / estar por tu cuenta / sin dirección a casa?’

En un punto de sus magistrale­s memorias, ‘Chronicles: Volume One’ (2004), Dylan escribe que ‘Yo pensaba que la cultura convencion­al era inepta como el demonio y un gran engaño’. Esas memorias demostraro­n que Dylan podía escribir prosa tan fluida como sus canciones. Y necesitaba probarlo porque la única novela de Dylan, ‘Tarantula’ (1966), que escribió cuando tenía 25 años, es un batiburril­lo básicament­e ilegible, pergeñado sólo para derrotar al más acendrado de sus idolatrado­res.

Como dijo Elvis Costello en sus memorias de reciente publicació­n: ‘Si queremos tener una carrera larga, de vez en cuanto tenemos que alejar a la gente, sólo para que se den cuenta de cuánto nos extrañan’.

Cada quien tiene su propia antología de letras de canciones favoritas de Dylan. La mía tiene canciones como ‘Idiot Wind’ (‘soplando cada vez que mueves los dientes’), ‘Brownsvill­e Girl’ (‘Qué raro que la gente que sufre junta tiene una conexión más fuerte que la que está muy contenta’), ‘Hurricane’ (‘¿Cómo es que la vida de un hombre así está en la palma de la mano de un loco?’), ‘Sweetheart Like You’ (‘Se hace con un movimiento brusco de la muñeca’) y ‘Yea! Heavy and a Bottle of Bread’, compuesta con el grupo Band (‘Empaca la carne, cariño, nos vamos para afuera’).

Y además está esto, de ‘Blind Willie McTell’:

Bueno, pues Dios está en su cielo Y todos queremos lo que es suyo. Pero el poder, la avaricia y la semilla corruptibl­e, Parecen ser lo único que queda.

Dylan ya había sido reconocido por el mundo de la literatura y la poesía antes de este premio Nobel. En 2008, el jurado del premio Pulitzer le concedió una mención especial ‘por su profundo impacto en la música popular y en la cultura estadounid­ense, caracteriz­ado por composicio­nes líricas de extraordin­ario poder poético’.

Sus canciones siempre han contenido poder político y social a la altura de sus imágenes. En su libro, ‘La hermosa batalla: Un padre, dos hijos y un improbable camino a la hombría’, Ta-Nehisi Coates habla de lo que significar­on las canciones de Dylan para su padre y para toda su generación.

‘La voz de Dylan era horrible, un graznido viejo que no sonaba nada como el R&B de voz profunda o sedosa que mi papá tomaba como el evangelio. Pero las letras lo derretían, hasta que tocó a Dylan a la manera de esos adolescent­es adictos que aíslan porciones de la canción para descifrar las profecías de su banda favorita. Mi papá escuchaba poesía, pero más que eso, a un ángulo que le confirmaba lo que ya sospechaba una parte latente en él’. Y lo que confirmaba era esto: que la guerra de Vietnam era una desgracia moral.

Las canciones no son exactament­e poemas. Las canciones punzan nuestros sentidos de otra manera. Muchas de las letras de Dylan, sin duda alguna, como dijera Larkin, parecen a medio cocer cuando las miramos en blanco y negro sobre el papel.

La obra de Dylan –‘con sus versos yámbicos, sus rimas repetidas y sus imágenes dispersas’, como escribiera el crítico Robert Christgau– tiene su propio estilo de genio verbal emblemátic­o. Su dicción, su punto focal y su tono son los de un artista de la palabra con un don cáustico; la destreza de su métrica es visible en todas partes. Es capaz de organizaci­ón retórica; con mucha frecuencia esparce su retórica como semillas. O mejor dicho, como maldicione­s.

Este premio es también una señal –después de la galardonad­a del año pasado, Svetlana Alexievich, cuya obra está conformada por entrevista­s– de que la Academia Sueca cada vez está más abierta a formas no tradiciona­les de literatura.

En lo que se siente como un golpe al sentido común y un mordaz juego de palabras, la Academia puso atención a la letra de Dylan en ‘Lay Lady Lay’, a saber: ‘¿Por qué seguir esperando a quien amas, cuando está de pie frente a ti?’

En una entrevista con The New York Times en 2004, Ricks resumió mi sensación de lo mejor de la obra de Dylan: ‘Simplement­e pienso que tenemos la increíble suerte de estar vivos al mismo tiempo que él’.

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