Termina el Año de la Misericordia... pero puede continuar
El Año de la Misericordia comenzó el pasado 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y terminará el próximo 20 de noviembre, fiesta de Cristo Rey y quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. Según indicó el Papa Francisco cuando declaró el Año de Misericordia, éste tendría dos fines: reconocer la gran misericordia que Dios ha tenido, y seguirá teniendo con la Humanidad, y motivar a todos los humanos –hombres y mujeres– a ejercer la misericordia con nuestros semejantes.
Con respecto a la misericordia de Dios, ésta fue tan grande que envió a su único Hijo Jesucristo para que se encarnara –es decir, se hiciera Hombre–, sufriera una terrible pasión –flagelación, coronación de espinas, carga de la cruz– y muriera clavado en la cruz, pagando así el pecado original de Adán y Eva y todos los cometidos por la humanidad. Anotamos que por ser los pecados ofensas contra Dios, sólo un Dios –Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre– podía pagar nuestros pecados y redimirnos, es decir, restaurar la amistad con Dios que habíamos perdido por el pecado de Adán y Eva, convertirnos en hijos de Dios y abrirnos las puertas del Cielo, que habían quedado cerradas por el pecado original.
Pero la misericordia de Dios fue aún mayor que la muerte de Jesús en la cruz. En la última cena, antes de su pasión y muerte, Jesucristo instituyó la Eucaristía –el pan convertido en su cuerpo y el vino convertido en su sangre– que le ha permitido permanecer con nosotros, y además renovar su sacrificio en la cruz –que es la Misa– hasta el fin de los tiempos. Añadimos que la persona que recibe a Jesucristo dignamente –libre de pecado mortal– en la Eucaristía, trasciende a la profecía de Isaías –es decir no solamente tiene a Dios con ella, sino que tiene a Dios en ella.
Por todo lo anterior, el Papa Francisco ha llamado a Jesucristo ‘la misericordia hecha carne, que hace visible el gran misterio del amor de Dios’.
Tratando nuevamente el tema del Año de la Misericordia, en una audiencia posterior al inicio del Año Santo, el Papa Francisco preguntó: ‘¿Por qué un Jubileo de la Misericordia?’ Respondió: ‘con el Año Santo se podrá experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad’. Añadió que ‘el Jubileo es un momento privilegiado en que la Iglesia aprenderá a elegir aquello que a Dios le gusta más, que es perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos de modo que ellos también puedan perdonar a sus hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo’.
En la opinión del Papa, ‘en la raíz del olvido de la misericordia está siempre el amor propio. En el mundo actual, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres y honores unidos a querer actualizar riquezas, mientras que las vidas de muchos cristianos se visten a menudo de hipocresía y mundanidad. Los movimientos del amor propio que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son tan numerosas que a menudo no podemos ni siquiera reconocerlos como límites y como pecado’. Esto explica ‘por qué es necesario reconocerse como pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina Reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a un mundo más humano, especialmente en nuestro tiempo en que el perdón es un invitado raro en los ambientes de la vida humana’.
En resumen, aunque el Año de Misericordia terminará próximamente, éste podrá continuar indefinidamente. ¿Cómo podrá ser esto? La misericordia de Dios no acabará nunca. Cristo continuará muriendo por nosotros en la cruz en todas las misas del mundo; continuará perdonándonos misericordiosamente en el sacramento de la reconciliación, y Dios estará siempre a nuestro lado, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.
Y nosotros, ¿qué podemos hacer para continuar con el Año de la Misericordia? Primeramente, así como Dios nos perdona por misericordia, también nosotros deberemos perdonar a nuestros hermanos. En segundo término, debemos hacer todo lo posible para combatir el amor propio, que es la raíz del olvido de la misericordia –es decir, evitar la búsqueda exclusiva de nuestros propios intereses, honores y riquezas– todo con desprecio y detrimento de nuestros hermanos más pobres y necesitados. Anotamos que en contraste, las personas misericordiosas siempre anteponen las necesidades del prójimo a las propias.
Finalmente, la misericordia suple las necesidades del prójimo mediante las denominadas ‘obras corporales y espirituales de misericordia’. Las primeras –las corporales– fueron expuestas por Jesucristo en su relato del juicio final (Mt 25: 31 – 46): dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, visitar a los enfermos, recibir al extranjero, vestir al desnudo, visitar a los presos, y enterrar a los difuntos. Las segundas –las obras espirituales de misericordia– fueron tomadas por la Iglesia de la Biblia o enseñadas por el mismo Cristo: enseñar al ignorante, dar buen consejo al que lo necesita, corregir a quien se equivoca, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, y rezar a Dios por los vivos y difuntos. Como se puede observar, tanto las obras corporales como las espirituales de misericordia son siete.
Comentamos dos de las obras corporales de misericordia: ‘Dar de comer al hambriento’. Existen miles de personas que padecen hambre en todo el mundo. El ejemplo más reciente es el de Haití, que fue atacado por el huracán ‘Mateo’ (Matthew) causando cientos de muertes, y millares de personas desamparadas y con hambre. ¿Qué podemos hacer? Ayudar a los hambrientos directamente, o donar fondos a las organizaciones dedicadas a esta labor.
‘Recibir al extranjero’: ¿Qué se puede hacer? Primeramente construir puentes (y nunca muros) a través de las divisiones y/o fronteras de raza, etnicidad, cultura y lenguaje. Y hasta donde sea posible, recibir y ayudar a los miles de migrantes de todo el mundo, principalmente los refugiados. Y ayudar especialmente a los inmigrantes que se hallan entre nosotros.
Así, si continuamos con el Año de Misericordia, amándonos, perdonándonos, ayudándonos y renunciando al egoísmo, podremos convertir nuestro mundo actual de terrible en hermoso…