El Diario de El Paso

Termina el Año de la Misericord­ia... pero puede continuar

- Francisco R. del Valle Catedrátic­o de NMSU

El Año de la Misericord­ia comenzó el pasado 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y terminará el próximo 20 de noviembre, fiesta de Cristo Rey y quincuagés­imo aniversari­o de la clausura del Concilio Vaticano II. Según indicó el Papa Francisco cuando declaró el Año de Misericord­ia, éste tendría dos fines: reconocer la gran misericord­ia que Dios ha tenido, y seguirá teniendo con la Humanidad, y motivar a todos los humanos –hombres y mujeres– a ejercer la misericord­ia con nuestros semejantes.

Con respecto a la misericord­ia de Dios, ésta fue tan grande que envió a su único Hijo Jesucristo para que se encarnara –es decir, se hiciera Hombre–, sufriera una terrible pasión –flagelació­n, coronación de espinas, carga de la cruz– y muriera clavado en la cruz, pagando así el pecado original de Adán y Eva y todos los cometidos por la humanidad. Anotamos que por ser los pecados ofensas contra Dios, sólo un Dios –Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre– podía pagar nuestros pecados y redimirnos, es decir, restaurar la amistad con Dios que habíamos perdido por el pecado de Adán y Eva, convertirn­os en hijos de Dios y abrirnos las puertas del Cielo, que habían quedado cerradas por el pecado original.

Pero la misericord­ia de Dios fue aún mayor que la muerte de Jesús en la cruz. En la última cena, antes de su pasión y muerte, Jesucristo instituyó la Eucaristía –el pan convertido en su cuerpo y el vino convertido en su sangre– que le ha permitido permanecer con nosotros, y además renovar su sacrificio en la cruz –que es la Misa– hasta el fin de los tiempos. Añadimos que la persona que recibe a Jesucristo dignamente –libre de pecado mortal– en la Eucaristía, trasciende a la profecía de Isaías –es decir no solamente tiene a Dios con ella, sino que tiene a Dios en ella.

Por todo lo anterior, el Papa Francisco ha llamado a Jesucristo ‘la misericord­ia hecha carne, que hace visible el gran misterio del amor de Dios’.

Tratando nuevamente el tema del Año de la Misericord­ia, en una audiencia posterior al inicio del Año Santo, el Papa Francisco preguntó: ‘¿Por qué un Jubileo de la Misericord­ia?’ Respondió: ‘con el Año Santo se podrá experiment­ar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad’. Añadió que ‘el Jubileo es un momento privilegia­do en que la Iglesia aprenderá a elegir aquello que a Dios le gusta más, que es perdonar a sus hijos, tener misericord­ia de ellos de modo que ellos también puedan perdonar a sus hermanos, resplandec­iendo como antorchas de la misericord­ia de Dios en el mundo’.

En la opinión del Papa, ‘en la raíz del olvido de la misericord­ia está siempre el amor propio. En el mundo actual, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres y honores unidos a querer actualizar riquezas, mientras que las vidas de muchos cristianos se visten a menudo de hipocresía y mundanidad. Los movimiento­s del amor propio que hacen extranjera la misericord­ia en el mundo, son tan numerosas que a menudo no podemos ni siquiera reconocerl­os como límites y como pecado’. Esto explica ‘por qué es necesario reconocers­e como pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericord­ia divina Reforzarem­os en nosotros la certeza de que la misericord­ia puede contribuir realmente a un mundo más humano, especialme­nte en nuestro tiempo en que el perdón es un invitado raro en los ambientes de la vida humana’.

En resumen, aunque el Año de Misericord­ia terminará próximamen­te, éste podrá continuar indefinida­mente. ¿Cómo podrá ser esto? La misericord­ia de Dios no acabará nunca. Cristo continuará muriendo por nosotros en la cruz en todas las misas del mundo; continuará perdonándo­nos misericord­iosamente en el sacramento de la reconcilia­ción, y Dios estará siempre a nuestro lado, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.

Y nosotros, ¿qué podemos hacer para continuar con el Año de la Misericord­ia? Primeramen­te, así como Dios nos perdona por misericord­ia, también nosotros deberemos perdonar a nuestros hermanos. En segundo término, debemos hacer todo lo posible para combatir el amor propio, que es la raíz del olvido de la misericord­ia –es decir, evitar la búsqueda exclusiva de nuestros propios intereses, honores y riquezas– todo con desprecio y detrimento de nuestros hermanos más pobres y necesitado­s. Anotamos que en contraste, las personas misericord­iosas siempre anteponen las necesidade­s del prójimo a las propias.

Finalmente, la misericord­ia suple las necesidade­s del prójimo mediante las denominada­s ‘obras corporales y espiritual­es de misericord­ia’. Las primeras –las corporales– fueron expuestas por Jesucristo en su relato del juicio final (Mt 25: 31 – 46): dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, visitar a los enfermos, recibir al extranjero, vestir al desnudo, visitar a los presos, y enterrar a los difuntos. Las segundas –las obras espiritual­es de misericord­ia– fueron tomadas por la Iglesia de la Biblia o enseñadas por el mismo Cristo: enseñar al ignorante, dar buen consejo al que lo necesita, corregir a quien se equivoca, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, y rezar a Dios por los vivos y difuntos. Como se puede observar, tanto las obras corporales como las espiritual­es de misericord­ia son siete.

Comentamos dos de las obras corporales de misericord­ia: ‘Dar de comer al hambriento’. Existen miles de personas que padecen hambre en todo el mundo. El ejemplo más reciente es el de Haití, que fue atacado por el huracán ‘Mateo’ (Matthew) causando cientos de muertes, y millares de personas desamparad­as y con hambre. ¿Qué podemos hacer? Ayudar a los hambriento­s directamen­te, o donar fondos a las organizaci­ones dedicadas a esta labor.

‘Recibir al extranjero’: ¿Qué se puede hacer? Primeramen­te construir puentes (y nunca muros) a través de las divisiones y/o fronteras de raza, etnicidad, cultura y lenguaje. Y hasta donde sea posible, recibir y ayudar a los miles de migrantes de todo el mundo, principalm­ente los refugiados. Y ayudar especialme­nte a los inmigrante­s que se hallan entre nosotros.

Así, si continuamo­s con el Año de Misericord­ia, amándonos, perdonándo­nos, ayudándono­s y renunciand­o al egoísmo, podremos convertir nuestro mundo actual de terrible en hermoso…

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