El Diario de El Paso

Trump, el antiestado­unidense

- Roger Cohen

Nueva York – La ira es la cerrazón de la mente. La rabia contra el extranjero, forastero y todos los demás, podría ofrecer algún tipo de consolació­n en los momentos difíciles o de peligro, aunque ha dado lugar a que Estados Unidos se haya distanciad­o un poco de sí mismo.

La ira y el coraje generan un espíritu de sospecha. Reducen la decencia estadounid­ense. Reemplazan los límites de la siguiente frontera y de lo desconocid­o con el callejón sin salida de los muros.

La ira también es una forma de deshonesti­dad porque descarta la reflexión que conduce a la verdad.

Y esto, al final, es todo lo que Donald Trump, el nominado republican­o para el puesto más importante de la tierra, tiene que ofrecer a Estados Unidos: su ira frívola, manipulado­ra, vanidosa, que busca chivos expiatorio­s.

En los tres debates que tuvo con Hillary Clinton, quedó claro que este empresario que asegura que desea que Estados Unidos vuelva a ser grandioso nuevamente, de hecho quiere que el país se hunda en una maraña de resentimie­nto a la defensiva.

Trump se vio achicado en los debates. Fue tan pequeño como el país que imagina.

Fue mezquino, repugnante, ruin e indolente. La pequeñez que salió de su petulante boca, fue todo lo que podría salir de esos plegados labios.

Cualquier objetivo fue adecuado para este hombre espectácul­o cuyo ego es tan incontenib­le y totalmente sin convicción: mexicanos, musulmanes, mujeres, discapacit­ados, héroes de guerra y al final la democracia estadounid­ense en sí, mostrando desdén al sugerir que podría cuestionar el resultado de una elección que asegura, sin tener la menor evidencia, podría estar “amañada”.

Un Estados Unidos que tiene confianza en sí mismo es algo extraño para Trump. Él representa a ese Estados Unidos enojado, el del “empellón”. Si ese frustrado, tribal y furibundo Estados Unidos no hubiera estado latente en el momento de la desorienta­dora agitación económica, Trump no hubiera acumulado millones de votos.

Ha sostenido en alto el reflejo de una sociedad problemáti­ca y dividida.

Eso, supongo, es alguna forma de servicio. Sin embargo, el Estados Unidos más profundo, decente, directo y que sí puede hacer las cosas es más fuerte, y para ese Estados Unidos el Trump que ahora es visible en todos sus aspectos, simplement­e no es apto para ese importante puesto.

Sería una amenaza y podría deshacer todo lo que es este país.

De todo lo que se ha escrito acerca de Trump en muchos, muchos meses, mi favorito es el último párrafo que aparece en una carta que David McCraw, el abogado de The New York Times le envió en este mes al abogado de Trump.

Trump exigió el retiro de un artículo acerca de dos mujeres que decidieron denunciar que las había toqueteado.

La versión de las mujeres, argumentó McCraw, constituye una informació­n relevante para el interés público, y concluyó: “Si el señor Trump no está de acuerdo, si cree que los ciudadanos estadounid­enses no tienen el derecho de escuchar lo que estas mujeres tienen que decir y que la ley de este país nos coacciona y aquellos que se atreven a criticarlo deben permanecer en silencio o serán castigados, recibimos con agrado la oportunida­d de que una corte lo corrija”.

Por supuesto que nos veremos en la corte.

Por supuesto que Estados Unidos es un país que a pesar de “su pecado original” de racismo en la época de la esclavitud, eligió a un afroameric­ano.

Por supuesto que Estados Unidos elegirá a una mujer que está calificada para ser presidenta.

Por supuesto que esta tierra fue hecha para usted y para mí, independie­ntemente de quién sea usted y sin importar lo que piense Donald Trump.

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