El momento de la verdad para los medios de información
Nueva York – La responsabilidad de los medios de información por el éxito político de Donald Trump se debatirá durante un buen tiempo, en tanto que las palabras del mandamás de la cadena Les Moonves sobre su candidatura (“Puede no ser bueno para Estados Unidos, pero vaya que si sí lo es para CBS”) la ponen en el centro de la atención. Sin embargo, desde el momento en el que Trump entró en la contienda presidencial en el 2016, ha sido gran noticia, y con razón. Una ventaja en las encuestas de opinión se convirtió en una delantera en el conteo de delegados y, luego, surrealistamente, en la candidatura del Partido Republicano.
¿Fue ridículo? Inconmensurable. ¿Relevante? Sin lugar a dudas. Siempre que el reporteo sobre él fuera escéptico – y, después de cierto punto, la mayor parte lo era – había más razones para apuntar los reflectores hacia él en lugar de quitárselos.
Eso está a punto de cambiar, enormemente. Está destinado a perder las elecciones y nosotros, en los medios, perderemos la lógica de que sus solas palabras garantizaban a la noticia como un vistazo al carácter de una persona que contiende por el empleo más significativo del mundo.
Sin embargo, él seguirá siendo la misma atracción de feria de pueblo que es hoy. Y nos enfrentaremos a una prueba de fuego: ¿Nos importa, principalmente, promover discusiones constructivas y proteger a esta bendita y atormentada democracia nuestra? ¿O estamos más interesados en denigrarnos por tener audiencia y clics?
Tal como Trump es un candidato como ningún otro, puede ser una prueba como ningún otro antes que él.
Mitt Romney no causó ningún alboroto después de su derrota hace cuatro años, y aun si lo hubiese hecho, él era Mitt Romney: un hombre decente y un servidor público capaz, aunque no podía decirse que fuera muy taquillero. Siguió adelante. Igual que nosotros.
La situación fue muy parecida con John McCain en el 2008, John Kerry en el 2004 y Al Gore en el 2000. Una vez que habían perdido completamente en su intento por llegar a la presidencia, ya no aseveraron ningún reclamo para estar en el centro del escenario, y ninguno había levantado las fortunas de los medios al punto en el que haberlos dejado ir pudiera haberse visto como un riesgo financiero. Trump ha sido una gran ayuda singular y una droga singularmente potente.
Necesitamos reglas para dejarlo, lineamientos para las circunstancias en las que la cobertura que hagamos de él sea legítima y aquéllas en las que no lo sea. Esta distinción es mucho más crucial porque él parece estar posicionado para debilitar a instituciones importantes y al propio proceso democrático. Podemos darle mayor o menor credibilidad a ese esfuerzo con intensa atención o no.
El antecedente contemporáneo más cercano a Trump es Sarah Palin. Como compañera de fórmula de McCain en el 2008, ella consiguió una celebridad chiflada que trascendió tanto la campaña como la política, y el apetito por ella – en los medios y en el electorado – no decayó después de las elecciones. Ni tampoco su placer por que la notaran.
Siguió aventurándose a salir en diversas formas y hubo varios signos de que se había convertido en un símbolo y en una portavoz de un sector político considerable. No la abandonamos.
Sin embargo, nunca se alzó tan grande como Trump y su alcance se redujo en formas en las que él podría no hacerlo. Nunca tuvo a su alrededor el tipo de asesores y la maquinaria mediática preparada que ha reunido Trump, en especial desde que integró a su equipo a Stephen Bannon de Breitbart News. Ella no tenía el dinero que tiene Trump. Ella no tenía las década de práctica en manipular a los periodistas que él tiene.
Ya está preparando una artimaña: el posible rechazo a los resultados electorales. ¿Qué tanto deberíamos consentir este berrinche y por cuánto tiempo? Si Trump realmente junta la estrategia y los recursos necesarios para presentar impugnaciones legales en los estados donde lo permitan los resultados, si contrata abogados y presenta documentos, ese es, incuestionablemente, un acontecimiento con valor periodístico. ¿Si simplemente enfurece? No lo es.
Bien puede ser que esté usando a esta campaña para girar hacia una nueva empresa mediática, lo cual sería una auténtica historia de negocios. Sin embargo, no sería una excusa para grabar cada uno de sus insultos, ni ocuparse de su oposición interminable a la política y el gobierno.
Su perspectiva continuará importando – dentro de límites – si hay prueba de que cuenta con un verdadero movimiento político: mítines, infraestructura o la formación de candidatos a su imagen y semejanza. Sin esa evidencia, apenas si es lo que Jay Cost de The Weekly Standard, dijo sobre él la semana pasada: que es el hablador del invierno.
Quizá el mismo Trump le ahorre a los medios tomar decisiones duras. Podría retirarse suavemente a dormir (hey, han pasado cosas más extrañas). O, a la mejor, finalmente agotó la curiosidad y la paciencia de todos, salvo por una muy pequeña fracción de estadounidenses, de tal forma que los periodistas no tengan ningún incentivo económico para seguir con él.
El mayor poder reside en la audiencia – que también carga con gran parte de la culpa. Las agencias de noticia nunca antes habían podido juzgar con tanta rapidez y precisión a qué responden nuestros consumidores. Si éstos no hubiesen demostrado un interés tan intenso en Trump, es probable que nosotros tampoco. Y si le dan la espalda a Trump, es probable que la mayoría de nosotros también lo hará, sin gran ambigüedad ni retraso.
Sin embargo, no podemos dejarles todo esto en la puerta. Hay ajustes que deberíamos hacer, sin importar la métrica.
Una es tonal. La deshonestidad, malevolencia, vulgaridad y falta de preparación alentaron al tipo de periodismo político que no solo es antagonista, sino indignado, insistente y sarcástico; y con toda razón. Sin embargo, ese estilo no puede convertirse en lo nuevo normal, no en un país que ya está polarizado. Deberíamos moderar las cosas después de Trump.
¿Y si sigue pegando entre lectores y espectadores? Deberíamos demostrar algo de valor y contenernos.
Sí, es una necesidad económica – una cuestión de sobrevivencia – que mezclemos cosas populares con otras más importantes, utilizando a aquéllas para financiar a estas últimas: videos preferidos para reportear sobre el Pentágono; un Kardashian por un Jamenei. Sin embargo, Trump no es piltrafa inocua, no si sus palabras y acciones después de la campaña casan con lo que dijo e hizo en ella. Tiene el potencial de hacer un mayor daño y está amenazando con ello.
No podemos ignorarlo abiertamente porque se tienen que hacer importantes análisis de los resultados, porque es un personaje central en el drama sobre a dónde va el Partido Republicano a partir de aquí y porque ha capturado la imaginación y ha dado rienda suelta a las frustraciones de decenas de millones de estadounidenses.
Sin embargo, tampoco podemos rendirnos ante él en la forma en la que lo hemos hecho algunas veces en los últimos 16 meses, en los que hemos hecho la crónica hasta de esos discursos y mítines que resultaron ser solo presentaciones para vender sus propiedades y productos. Su ajuste de cuentas viene el 8 de noviembre. El nuestro será un poco después de eso.