El Diario de El Paso

Para romper el ciclo de la pobreza en EU

- Nicholas Kristof

Pine Bluff, Arkansas— Este es el tipo de personas de las que no han hablado los candidatos a la presidenci­a de Estados Unidos: un tierno y sonriente chico de 13 años llamado Emanuel Laster. Emanuel tiene tres televisore­s en su habitación; dos de ellos son modelos de pantalla plana y enorme. Pero no hay comida en su casa. En cuanto a los televisore­s, al menos uno de ellos no funciona. El día que visité su casa aquí en Pine Bluff se suponía que les iban a cortar la electricid­ad por falta de pago. La madre de Emanuel apostó a su perro en el patio con ánimos de disuadir al técnico de la compañía de luz. (Parece que le dio resultado).

La casa, sucia y caótica, con la puerta principal rota, apesta a mariguana. Los televisore­s y la cama de Emanuel le dan un toque de aspiracion­es de clase media, pero fueron comprados a crédito y corren el riesgo de ser embargados. La cocina está atestada de platos sucios y casi nada más. “Me da mucha hambre”, afirma Emanuel. Si Emanuel viviera en Alepo, Siria, quizá nosotros nos angustiarí­amos, brevemente y sin ningún resultado, por sus cuitas o se discutiría en un debate presidenci­al. Pero no; él vive en los escombros de esta tierra de nadie de pobreza, narcóticos y desesperan­za en nuestro propio país y, por tanto, es invisible.

“Me gustaría ir a la universida­d” afirma Emanuel, que tiene buenas calificaci­ones en la escuela. “Sería el primero de mi familia. Quiero ser agente policía, bombero o juez”. Pero reconoce que no hay un solo libro en toda la casa.

La ambición de Emanuel es encomiable pero los niños de la pobreza se enfrentan con traicioner­os obstáculos en su camino al éxito.

Emanuel ya ha sido detenido robando en tiendas –“Ya no lo hago”, asegura firmemente con una voz que suena a bochorno y arrepentim­iento– y su madre, Christina Laster, se preocupa por él. Las pandillas empiezan a reclutar a sus miembros cuando estos tienen 14 años. Y los amigos de Emanuel cargan navaja.

Todos los años, yo celebro un concurso para elegir a un estudiante universita­rio para que me acompañe en un viaje de reportaje, por lo general para escribir acerca de la pobreza, las enfermedad­es y el hambre en algún país de África o Asia. Este año, en parte porque los candidatos presidenci­ales no han considerad­o la pobreza interna, realicé el recorrido del concurso aquí mismo en Estados Unidos. La ganadora del concurso fue Cassidy McDonald de Wisconsin, estudiante de periodismo en la Universida­d de Notre Dame. Ella me acompañó en una desgarrado­ra jornada a través de ese otro país, empezando aquí en Pine Bluff.

Lo que muchos estadounid­enses no entienden de la pobreza es que no es tanto cuestión de falta de dinero sino de no verle la salida. Más del 80 por ciento de los hogares estadounid­enses que viven por debajo del umbral de pobreza cuentan con aire acondicion­ado en su casa, por lo que en términos materiales están incomparab­lemente mejor que las familias pobres de la India y del Congo. Pero su vida puede ser en otros sentidos.

Demasiados niños estadounid­enses tienen deparada una vida de fracasos al nacer en lo que podríamos llamar la “clase rota”, en la que la violencia, las enfermedad­es mentales, las drogas y el maltrato sexual moldean la infancia. Sí, muchos de esos jóvenes a veces cometen estupidece­s, pero la sociedad les falla mucho antes de que ellos le fallen a la sociedad.

No hay remedios infalibles para erradicar estos problemas, pero sí hay un “botiquín infalible”, una serie de políticas que pueden hacer mella. Las iniciativa­s para la primera infancia, en particular, han tenido buenos resultados, como los han tenido también las campañas para promover el empleo, como es el crédito fiscal por ingresos devengados. Los programas de capacitaci­ón financiera ayudan a las familias a manejar su dinero, lo que les evita comprar enormes televisore­s a crédito.

Una indicación de que tenemos las herramient­as y las técnicas para reducir la pobreza es que otros países han hecho lo mismo. En Gran Bretaña, el primer ministro Tony Blair anunció en 1999 un importante combate contra la pobreza infantil y, en el curso de los siguientes cinco años, el índice de pobreza infantil pasó de 26 a 14 por ciento.

Por ejemplo, una de las herramient­as es ayudar a las adolescent­es en riesgo a evitar el embarazo. Veamos el caso de Nataly Ledesma, chica de 17 años que conocimos en Tulsa y que se embarazó en las vacaciones después del sexto año, cuando tenía 13 años. El hombre que la embarazó tenía 28 años.

“Nunca había oído hablar de condones o de control natal”, indica. “Para cuando llevé la materia de salud familiar, en el noveno año, mi bebé tenía casi dos años”.

Si ella hubiera tenido educación sexual oportuna y acceso a métodos de control natal, asegura, probableme­nte no se habría embarazado.

En pocas palabras, lo que más hace falta no son recursos sino voluntad política. La principal respuesta pública a la pobreza en Estados Unidos es una enorme indiferenc­ia nacional. Y es por eso que yo quisiera que los candidatos hablaran más al respecto. Por eso quisiera que el pueblo y los medios exigieran que los políticos abordaran el problema.

Con demasiada frecuencia, los liberales tienen reticencia­s a reconocer que la gente que batalla y se desespera muchas veces complica sus infortunio­s automedicá­ndose o incurriend­o en conductas irresponsa­bles y destructiv­as. Y los conservado­res, por lo general, quieren para el debate ahí mismo, sin reconocer la irresponsa­ble y destructiv­a negativa de la sociedad a ayudar a los niños que, de otro modo, están condenados al fracaso.

La pobreza infantil es una llaga abierta en el cuerpo político de Estados Unidos. Es un fracaso moral en una nación en la que una quinta parte de los niños vive en la pobreza, según un índice muy común.

En Tulsa también conocimos a una muchacha casi de la misma edad que Cassidy y que constituye un perfecto contraste. De 21 años de edad, Cassidy es increíblem­ente ingeniosa y tiene un brillante futuro como periodista. Pero sabe que se ganó la lotería al nacer y que se dirige al éxito desde el momento en que tuvo como padres a un médico y una abogada en Madison, Wisconsin.

Bethany Underwood, de 20 años de edad, perdió la lotería al nacer. Su padre fue arrestado por delitos de drogas antes de que ella naciera. Su madre consumió anfetamina­s cuando estaba embarazada y luego desapareci­ó en la prisión cuando Bethany tenía tres años. Un amigo de la familia la violó cuando era pequeña y ella reaccionó a dolor automedicá­ndose.

“Empecé a fumar mariguana a los nueve años”, recuerda Bethany. A los catorce ya había ascendido a inyectarse metanfetam­inas y se había vuelto adicta. “Conseguir drogas no era problema, pues los padres de todos mis amigos consumen drogas”, asegura. “Nosotros nos las robábamos”.

Mientras Cassidy prosperaba en una escuela privada, Bethany faltaba a clases y abandonó los estudios por completo en octavo año. “Estoy en tercer año de lectura y probableme­nte en segundo de matemática­s”, indica. “Porque los de tercer año son muy buenos en matemática­s”.

Bethany huyó de su hogar cuando tenía catorce años. Con el tiempo, se estableció con un novio que vendía metanfetam­inas para ganarse la vida. Ella dice que la trataba bien, excepto por una ocasión en que la sacó del cuarto de un hotel arrastránd­ola de los cabellos.

Eso fue porque ella se inyectaba metanfetam­inas cuando estaba embarazada del bebé. El niño nació hace dos meses y ahora Bethany se encuentra en el Centro para Mujeres y Niños de Tulsa, un programa residencia­l de tratamient­o para las drogas con un excelente historial de ayudar a las mujeres a empezar su vida de nuevo.

Claro, Bethany ha tomado malas decisiones. Pero prácticame­nte cualquier que hubiera nacido en ese ambiente habría hecho lo mismo.

Y si bien debemos exigir que gente como Bethany tome mejores decisiones, también debemos de insistir en que los políticos ofrezcan mejores opciones. Las dos cosas son necesarias para reducir la pobreza.

Bethany y Cassidy son similares: las dos tienen una personalid­ad efusiva y amistosa, son encantador­as y de risa fácil. Pero efectivame­nte crecieron en diferentes planetas. Y quien tratara de culpar a Bethany por sus problemas no entiende el axioma de los Estados Unidos en la actualidad: El talento es universal; las oportunida­des, no tanto.

No es fácil alejarse de este ciclo de pobreza y jamás alcanzarem­os el éxito absoluto. Pero ni siquiera nos estamos esforzando, ni siquiera estamos poniendo atención.

No es tanto cuestión de falta de dinero sino de no verle la salida

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