El Diario de El Paso

Cómo arreglar unas elecciones

- Paul Krugman

Nueva York— Ya casi termina. ¿Lanzaremos un suspiro de alivio o un alarido de horror? Nadie sabe con seguridad, aunque los primeros indicios se inclinan claramente hacia Clinton. Sea lo que sea que pase, no obstante, dejemos claro algo: éstas fueron, de hecho, unas elecciones amañadas.

Los gobiernos estatales amañaron esta elección porque hicieron todo lo que pudieron para evitar que los estadounid­enses no blancos votaran: el espíritu de Jim Crow está más vivo que nunca; o, quizá, se traduzca como Diego Cuervo, ahora que los latinos ya también son blancos, junto con los afroestado­unidenses. Se utilizaron leyes sobre la identifica­ción de los electores, racionaliz­adas por inquietude­s demostrabl­emente falsas sobre fraudes electorale­s, para privar del derecho a votar a miles de personas; a otras se las desalentó con una campaña sistemátic­a para hacer que votar sea difícil: se cerraron casillas electorale­s en zonas con grandes poblacione­s de minorías.

La inteligenc­ia rusa amañó las elecciones porque lo más seguro es que haya estado detrás de los correos electrónic­os demócratas, que, entonces, dio a conocer WikiLeaks con gran fanfarrea. No surgió nada verdaderam­ente escandalos­o, pero los rusos juzgaron, correctame­nte, que los medios de informació­n publicitar­ían en grande la revelación de que los personajes de un partido grande son seres humanos y de que los políticos que participan en política, son, de alguna forma, mortales.

James Comey, el director de la FBI, arregló las elecciones. Su trabajo es controlar el crimen –pero, en lugar de eso, utilizó su cargo para propagar rumores e influir en la votación. ¿Estaba inclinando la balanza electoral en forma deliberada o, simplement­e, agentes republican­os lo estaban intimidand­o? No importa: abusó de su cargo, en forma vergonzosa.

Gente dentro de la FBI también amañó las elecciones; personas que, es evidente, sentían que con Comey tenían mano libre para satisfacer sus preferenci­as políticas. En los últimos días de la campaña, ha sido claro que los agentes a favor de Trump han estado hablando sin parar con republican­os como Rudy Giuliani y con medios derechista­s para que pasen al aire aseveracio­nes y alegatos que pueden tener algo que ver con la realidad, o no. Es evidente que la dependenci­a requiere una limpieza a fondo: que una parte importante de nuestro aparato de seguridad nacional esté tratando de subvertir unas elecciones es profundame­nte terrorífic­o. Es lamentable que Comey no es el hombre para hacerlo.

Las elecciones han estado amañadas por los medios partidista­s, en especial Fox News, que proclamó falsedades, luego se retractó, si es que lo hizo, con tanta discreción que casi nadie se dio cuenta. Durante días Fox hizo resonar la noticia de que la FBI estaba preparando levantar cargos contra la Fundación Clinton. Cuando finalmente admitió que la noticia era falsa, el coordinado­r de la campaña de Donald Trump observó: “El daño se le hizo a Hillary Clinton”.

Las elecciones han estado amañadas por las agencias de noticias de la corriente dominante, muchas de las cuales solo se negaron a informar sobre los problemas políticos, una negativa que es claro que favoreció al candidato que miente sobre esos problemas, todo el tiempo, y no tiene ninguna propuesta coherente que ofrecer. Por ejemplo, las cadenas de transmisió­n nocturna de noticias: en el 2016, las tres combinadas, dedicaron un total de 32 minutos a la cobertura de problemas, solo problemas. No le dieron ninguna cobertura al cambio climático, el problema más importante que enfrentamo­s.

La elección estuvo amañada por la obsesión de los medios con los correos electrónic­os de Hillary Clinton. No debió haber utilizado su propio servidor, pero no existe evidencia alguna de que hiciera algo poco ético, ya no se diga ilegal. Todo el asunto está muy lejos, en magnitud de menor importanci­a, que los múltiples escándalos de su oponente; solo hay que recordar que Donald Trump nunca dio a conocer sus declaracio­nes fiscales. No obstante, esas cadenas, combinadas, encontraro­n solo 32 minutos para cubrir todos los problemas políticos, sí tuvieron 100 minutos para hablar de los correos electrónic­os de Clinton.

Es un antecedent­e oprobioso. No obstante, todavía parece que Clinton va a ganar.

De ser así, se sabe lo que va a pasar. Los republican­os, claro, negarán su legitimida­d desde el día uno, tal como lo han hecho con los dos últimos presidente­s demócratas. Sin embargo, también habrá –se puede contar con ello– mucho menospreci­o y burlas de los expertos de la corriente dominante y muchos en los medios, gran negación de que tenga “un mandato” (sea lo que sea que signifique), porque algún otro republican­o, supuestame­nte, la habría vencido, debió haber ganado por más margen o cualquier cosa.

Así es que en los días que vienen será importante recordar dos cosas. Primera, Clinton, de hecho, hizo una campaña asombrosa, demostró su tenacidad de cara a un trato injusto y permaneció ecuánime bajo la presión que nos habría quebrado a la mayoría de nosotros. Segunda, y muchísimo más importante, se deberá a los estadounid­enses que defendiero­n los principios de nuestra nación; que esperaron durante horas en las filas para votar, las que se planearon para desalentar­los; que prestaron atención a lo que realmente estaba en juego en estas elecciones, en lugar de dejarse distraer por escándalos falsos y ruido mediático.

Esos ciudadanos merecen ser honrados, y no denigrados, por hacer su mejor esfuerzo para salvar a la nación de los efectos de institucio­nes gravemente averiadas. Muchas personas se han comportado en forma vergonzosa este año, pero decenas de millones de votantes mantienen la fe en los valores que hacen que Estados Unidos sea verdaderam­ente grandioso.

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LLEGó LA HORA DE VOTAR Nate Beeler
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