El Diario de El Paso

Crónica del ascenso de Hitler nos resulta familiar

- Esther J. Cepeda @estherjcep­eda

Chicago— Nadie habría esperado grandes cosas del joven modesto que se mudó a la gran ciudad desde una retrasada zona rural y terminó en un refugio de artistas, vendiendo tarjetas postales pintadas a mano para pagar su comida.

De muchacho, tardó en florecer; habitualme­nte dormía tarde por las mañanas y su padre lo considerab­a perezoso y mediocre (una percepción compartida por muchos otros). Era soñador e incompeten­te en gramática y ortografía, generalmen­te atolondrad­o e impuntual. Además, en forma totalmente aburrida y normal, quería a su madre y a su fox terrier blanco, y le gustaban las tortas cubiertas de crema chantilly.

Y sin embargo, de ese humilde origen emergió el hombre que el historiado­r alemán, Volker Ullrich, califica de “sensaciona­lista ícono de horror de la cultura popular”, en su fascinante libro titulado “Hitler: Ascent (1889-1939)”.

Ullrich explica que el motivo, en parte, para reexaminar a Hitler es que la industria global del entretenim­iento ha creado una caricatura diseñada para “enviar los mayores escalofrío­s a las espinas dorsales de la audiencia”, por lo que el fenómeno del dictador acaba perdiendo toda conexión con la realidad.

Así pues, en el curso de 998 páginas, Ullrich nos expone a los primeros años de Hitler y su ascenso al poder, antes de concluir el primero de estos dos volúmenes, en forma espeluznan­te, cuando Hitler casi mata al presidente checoslova­co, Emil Hacha, durante una demostraci­ón de prepotenci­a en la que asegura la desintegra­ción forzada de ese país.

Ullrich comienza brindando los pocos detalles que el mundo tiene sobre la juventud de Hitler, después con la decepción que sintió el arribista padre de Hitler al enterarse de las aspiracion­es artísticas de su taciturno hijo. Rápidament­e pasamos a la época de Adolf en Viena (donde vivió junto a judíos en un hogar de hombres), la gratitud que sintió hacia el médico judío de su madre durante la larga y finalmente fatal batalla de ésta contra un cáncer de mama, sus siete años de lucha por convertirs­e en artista y, finalmente, su deslucido servicio militar. Después, las cosas se ponen interesant­es. Desde el comienzo, Ullrich declara que su objetivo es esbozar a un hombre que no es ni un “tipo ordinario” con poco don de gentes que meramente se encuentra en el lugar adecuado en el momento adecuado, ni un brillante demagogo y orador extraordin­ariamente dotado que cortejó a las masas hasta que fueron cómplices de genocidio.

La perspectiv­a del medio proporcion­a una serie de hechos que invitan a la reflexión:

—Hitler echó la culpa de los males de Alemania al globalismo y tildó a los líderes políticos de “herramient­as del ‘mercado de valores y capital internacio­nales,’ que mantenían a Alemania en sus garras y chupaban la sangre del país”.

—Le gustaba pintarse como un hombre del pueblo –y decía que imaginaba una sociedad sin clases sociales– pero llevaba una vida de exagerado derroche y, dice Ullrich, “en realidad despreciab­a a las masas, a las que considerab­a más como una herramient­a para ser manipulada, a fin de lograr sus ambiciones políticas”.

—Resultaba desagradab­le para mucha gente, pero aún así la intrigaba. “Hasta los que considerab­an su radicalism­o político repelente lo veían como un fascinante objeto de estudio, cuya mera presencia garantizab­a el entretenim­iento de una noche”, escribe Ullrich. “Así, fue pasado de un salón a otro, en los que provocaba una mezcla de excitación escalofria­nte y diversión apenas disimulada”.

—Hitler se aprovechó de las frustracio­nes económicas, dominando el “lenguaje del hombre corriente posterior a la guerra” y “como ningún otro ... supo expresar lo que su público pensaba y sentía: Explotó sus temores, prejuicios y resentimie­ntos, pero también sus esperanzas y deseos”.

—A pesar de su barbarie, gran parte de su popularida­d se debió a su capacidad de responder a las preocupaci­ones de la clase obrera. Ullrich cita a un obrero que explica la razón por la que apoya a Hitler: “Ustedes siempre pronunciab­an discursos socialista­s, pero los nazis nos dieron puestos de trabajo... No me importa si fabrico granadas o si construyo la autobahn. Sólo quiero trabajar. ¿Por qué no se tomaron en serio la creación de puestos de trabajo?” Si todo eso le suena inquietant­emente familiar, bueno, sí. Y ése es el motivo por el que este libro es tan importante en este momento.

Ullrich trata la cuestión de si Hitler debe ser pintado como un ser humano en lugar de un monstruo cuando decide que retratarlo como una persona lo vuelve aún más horripilan­te.

Citando al historiado­r Eberhard Jackel, Ullrich ilustra por qué debemos examinar el pasado para impedir horrores futuros: “Hitler siempre estará con nosotros, con los que sobrevivie­ron, con los que vinieron después e incluso con los que nacerán. Está presente –no como una figura viva, sino como una advertenci­a eterna de lo que los seres humanos son capaces de hacer”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from United States