Greenspan: por qué la productividad va a la zaga
Washington – Alan Greenspan, el ex presidente de la Junta de la Reserva Federal, opinó la semana pasada sobre uno de los asuntos más acuciantes que enfrentan el gobierno de Trump y el país –el crecimiento económico lento. La explicación de Greenspan es novedosa y destinada a ser controvertida. Anticipo: Greenspan echa la culpa de la ralentización al estado de bienestar social y a la incertidumbre general.
¿Por qué debemos escuchar a Greenspan? Después de todo, ¿acaso no es él el que nos trajo la crisis financiera 2008-9? Bueno, no. Es cierto, cometió enormes errores, pero muchos otros también lo hicieron. Si Greenspan se hubiera convertido en músico profesional, la crisis financiera aún habría ocurrido. Y a pesar de la crisis, Greenspan sigue siendo un pensador económico sumamente original.
“Como observador, analista y pronosticador, fue formidable”, escribe Sebastian Mallaby, autor de una biografía de Greenspan crítica pero justa. “Comprendió las interacciones entre los mercados [financieros] y la economía real mejor que la mayoría de sus contemporáneos.”
El crecimiento económico es muy importante. Un crecimiento económico más rápido eleva los ingresos de la población y las recaudaciones fiscales del gobierno. Lamentablemente, como bien se sabe, el crecimiento económico ha sido decepcionante. Desde 2010, promedió en alrededor de un 2 por ciento anual, muy por debajo del 3 por ciento promedio desde la Segunda Guerra Mundial y la mitad del objetivo de Trump de un 4 por ciento.
Parte de la ralentización es un reflejo de la jubilación de los baby-boomers; la fuerza laboral no se está reduciendo, pero se está expandiendo más lentamente que en años anteriores. Para contrarrestar esa carga, necesitamos una mayor productividad –más eficiencia y productos valiosos– para elevar la producción. En lugar de eso, el crecimiento de la productividad se derrumbó.
La siguiente tabla, que se basa en datos de la Oficina de Estadísticas Laborales, muestra avances promedio en la productividad anual durante cuatro períodos desde 1950. 1950-70: 2.6 por ciento 1970-90: 1.5 por ciento 1990-2010: 1.9 por ciento 2010-2015: 0.4 por ciento Como se puede ver, los avances en productividad desde 2010 prácticamente desaparecieron. A este ritmo, los ingresos se duplicarán en 180 años. Como contraste, se duplicarían en 36 años si la productividad aumentara a un promedio del 2 por ciento.
Los economistas debaten intensamente qué es lo que produjo ese eclipse de la productividad. Robert Gordon de Northwestern University, sostiene que no ha habido inventos tecnológicos recientes. Otros consideran que hay demasiadas regulaciones gubernamentales, o que se trata de la resaca de la Gran Recesión (que vuelve más cautos a consumidores y empresas), o a una medición errónea (es decir, que el verdadero valor de Internet no ha sido apreciado).
Tras examinar intensamente las estadísticas económicas, Greenspan piensa que descubrió relaciones ocultas hasta este momento, que explican el crecimiento económico débil.
Lo que ocurre, dijo recientemente en el American Enterprise Institute, que es conservador, es que los gastos en “beneficios” (Seguro Social, Medicare, estampillas para alimentos y otros) desplazan el ahorro nacional bruto. Desde 1965, el ahorro cayó de un 25 por ciento de la economía (producto bruto interno) a alrededor de un 18 por ciento del PBI. Mientras tanto, los costos de los beneficios pasaron de un 5 por ciento del PBI a un 15 por ciento.
Los “beneficios” son lo que otros llaman el estado de bienestar social. Si ahorramos menos, es probable que invirtamos menos –dice ese argumento– porque los ahorros internos son la mayor fuente de fondos para los gastos de capital de las empresas. La menor cantidad de inversiones reducen el crecimiento de la productividad, porque las inversiones nuevas típicamente encarnan tecnologías más eficientes.
Ésa es la tesis de Greenspan en pocas palabras: Los beneficios están drenando los fondos para las inversiones que realzan la productividad.
Sin duda, hay advertencias. Greenspan concede que las inversiones extranjeras en Estados Unidos contrarrestan parte de la caída en los ahorros de Estados Unidos. Pero piensa que eso está declinando. Lo que también deprime las inversiones, sostiene, es la falta de confianza en el futuro –pesimismo del que culpa a las costosas regulaciones del gobierno (menciona Dodd-Frank) y las grandes incógnitas (digamos, el calentamiento global).
Así pues, dos tipos de presiones reducen las nuevas inversiones: las tasas de interés más altas, causadas por los préstamos para pagar los beneficios; y empresas cautelosas que exhiben “una notable falta de interés en invertir a largo plazo”. Invierten en software nuevo pero no en proyectos a largo plazo, como fábricas, hospitales y hoteles.
Hasta Greenspan señala que su teoría tiene problemas políticos e intelectuales. Nadie –incluyendo, parece, el presidente electo Trump– quiere reducir los beneficios. Además, a causa de la larga temporada de tasas de interés bajas es difícil creer que las inversiones se vieron desplazadas, dice. (Para los expertos, Greenspan sostiene que las tasas de interés más altas aparecen como un aumento de “spread” entre las tasas de los títulos del Tesoro de cinco años y los bonos de 30 años).
No se sabe qué pensarán los demás economistas. Una pregunta obvia es si las relaciones de Greenspan son correlaciones, y no causa y efecto.
Aún así, hay al menos una buena noticia. Las fuerzas que mueven la productividad son tan complicadas –no sólo las inversiones, sino también la habilidad de los gerentes y los trabajadores, los mercados competitivos y muchos otros factores– que los economistas no han podido predecir en el pasado grandes virajes, tanto para arriba como para abajo.
Si no, las implicancias son aleccionadoras. Como lo expresa Greenspan: “Lo que tenemos frente a nosotros ... es un enorme problema, en lo que a mi respecta, es casi insuperable”. Es difícil no estar de acuerdo con eso.