El Diario de El Paso

No construirá

- ACCIóN DE GRACIAS Steve Sack Paul Krugman The New York Times

Nueva York – Steve Bannon, el principal estratega de Donald Trump, es un supremacis­ta blanco y proveedor de noticias falsas. Sin embargo, el otro día, en una entrevista con The Hollywood Reporter, por un minuto, sonó como un economista progresist­a. “Yo soy el tipo que está impulsando un plan de un billón de dólares para la infraestru­ctura”, declaró. “Con las tasas de interés negativas en todo el mundo, es la mayor oportunida­d para reconstrui­r todo”.

Así es que, ¿la inversión pública es un área en la que los progresist­as y el gobierno entrante de Trump pueden encontrar puntos comunes? Algunas personas, incluido Bernie Sanders, parecen pensarlo.

Sin embargo, hay que recordar que estamos tratando con un presidente electo cuya carrera en los negocios es un largo camino de promesas rotas y estafas declaradas – alguien que pagó 25 millones de dólares solo para arreglar las acusacione­s de fraude en contra de su “universida­d”. Dado ese historial, siempre hay que preguntar si es que está ofreciendo algo real o, simplement­e, está participan­do en otro trabajo. De hecho, es probable que debiera suponerse que se trata de una estafa, mientras no se demuestre otra cosa.

Y ya sabemos suficiente sobre su plan de infraestru­ctura para sugerir, con firmeza, que, básicament­e, es fraudulent­o, que enriquecer­ía a unas cuantas personas bien conectadas a expensas de los contribuye­ntes, mientras se hace muy poco para curar nuestro déficit en inversione­s. Los progresist­as no deberían asociarse con este ejercicio en capitalism­o amiguista.

Para entender lo que está pasando, puede ser útil empezar por lo que deberíamos estar haciendo. El gobierno federal puede, en efecto, pedir prestado muy barato; entre tanto, realmente necesitamo­s gastar dinero en todo, desde el tratamient­o de aguas negras hasta el tránsito. El curso de acción indicado, entones, es simple: pedir prestado con esas tasas de interés muy pero muy bajas, y usar los fondos recaudados para arreglar lo que se necesita arreglar.

Sin embargo, no es eso lo que está proponiend­o el equipo de Trump. Más bien, está llamando a enormes créditos fiscales: miles de millones de dólares en cheques expedidos a compañías privadas que invierten en proyectos ya aprobados, mismos que terminaría­n siendo de su propiedad. Por ejemplo, hay que imaginar un consorcio privado que construye una carretera de peaje por mil millones de dólares. Según el plan de Trump, el consorcio podría pedir prestados 800 mil millones de dólares mientras que da 200 millones de dólares en patrimonio neto – pero obtendría un crédito fiscal de 82 por ciento de esa suma, de tal forma que su desembolso real sería de solo 36 millones de dólares. Y cualquier ingreso futuro del peaje sería para las personas que dieron los 36 millones de dólares.

Son tres las preguntas que deben hacerse de inmediato.

La primera es ¿por qué hacerlo de esta forma? ¿Por qué no el gobierno solo gasta en la forma en la que lo hizo cuando, por ejemplo, se construyó el sistema interestat­al de carreteras? No es que los federales tuvieran problemas para pedir prestado. Y si bien involucrar a los inversioni­stas privados puede crear menos deuda gubernamen­tal directa que si se tratara de un plan claro, la carga final sobre los contribuye­nte será exactament­e igual de elevada, sino es que más.

Segunda, ¿cómo se supone que se manejarán las necesidade­s de infraestru­ctura que no se puedan convertir en centros de ganancias con este plan? Nuestras más altas prioridade­s deberían incluir cosas como reparación de diques y limpieza de desechos peligrosos; dónde está el flujo de ingresos? Quizá el gobierno pueda prometer pagar las tarifas a perpetuida­d, “rentando”, en efecto, los diques o las plantas depuradora­s de agua que se repararon; y eso hace que esté todavía más claro que, básicament­e, estemos comprometi­dos, innecesari­amente, en apoyos financiero­s para inversioni­stas selectos.

Tercera, ¿qué razón tenemos para creer que este plan va a generar una inversión nueva, en comparació­n con reinventar cosas que habrían pasado de todas formas? Por ejemplo, muchas ciudades tendrán que remplazar sus sistema hidráulico­s en los próximos años, de una forma o de otra; si ese remplazo se hace según el plan de Trump en lugar de por medio de la inversión gubernamen­tal común, no habremos construido infraestru­ctura adicional, solo habremos privatizad­o lo que habrían sido activos públicos, y la gente que los adquiera habrá pagado solo 18 centavos de dólar, mientras que los contribuye­ntes pagarán el resto de la cuenta.

De nuevo, todo esto es innecesari­o. Si se quiere construir infraestru­ctura, hay que construir infraestru­ctura. Es difícil ver alguna razón para andarse con rodeos, que es un método indirecto para ofrecerles acuerdos muy sustancios­o a unas cuantas personas, y, por lo tanto, proporcion­aría tanto los medios, como el motivo para la corrupción a gran escala. O, quizá, debería decir, es difícil ver alguna razón para este plan, a menos que la corrupción inevitable sea una caracterís­tica y no una traba.

Ahora, la gente de Trump podría hacer que todas mis sospechas parezcan tontas, si descartara­n los aspectos de los inversioni­stas privados y los créditos fiscales de su propuesta y ofrecieran un programa claro de inversión pública. Y si lo hicieran, los progresist­as deberían, en efecto, trabajar con ellos en ese tema.

Sin embargo, eso no va a pasar. El amiguismo y la autocontra­tación van a ser el tema central del gobierno – de hecho, el señor Trump ya se está reuniendo con extranjero­s para promover sus intereses empresaria­les. Y la gente que valora su propia reputación debería tener cuidado de evitar cualquier asociación con los timos que se avecinan.

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