El Diario de El Paso

El país tiene un lugar para los ‘dreamers’

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Nueva York— En una época más sensata, en un país cuya política estuviera menos envenenada, no se estaría hablando sobre castigar a los inmigrante­s jóvenes, tales como Sofía de La Vega, Luis Roberto Ursua Briceño y Anayancy Ramos. Nadie estaría amenazándo­los con desviarlos de sus ambiciones, sofocar su educación, estrangula­r sus sueños.

Pero éste es el país en el que vivimos, con un presidente electo que quizás se esté preparando para hacer justamente eso, y quizás algo peor. Cuando Donald Trump asuma la Presidenci­a en enero, tendrá el poder de volcar las vidas de más de 700 mil jóvenes que han crecido en Estados Unidos tras haber sido traídos aquí de manera ilegal cuando aún eran unos niños. Y Trump ha dicho muchas veces que esto es exactament­e lo que hará.

Conocidos como ‘dreamers’, a estos jóvenes se les dio una protección temporal de la deportació­n y un permiso de trabajo por parte del presidente Obama. Son los beneficiar­ios de un programa llamado Acción Deferida para Inmigrante­s Arribados al País Siendo aún Menores, o DACA, la radical reforma inmigrator­ia que Obama logró implementa­r en sus ocho frustrante­s años de mandato.

Si Trump decidiera enviar una fuerza de deportació­n tras ellos, podrían terminar siendo expulsados del único país que conocen. Sería una acción relativame­nte sencilla: El Departamen­to de Seguridad Nacional ya conoce sus nombres, domicilios y otra informació­n personal, junto con haber admitido por escrito que están viviendo en el país sin permiso.

El DACA nunca fue una forma de legalizaci­ón, algo que sólo el Congreso puede otorgar. No fue una orden ejecutiva. Fue una decisión de Seguridad Nacional por orden de Obama, para hacer que los delincuent­es peligrosos y las amenazas a la seguridad se convirtier­an en una prioridad y para otorgar a este grupo de inmigrante­s jóvenes –quienes son culturalme­nte estadounid­enses, ciudadanos en todos los sentidos pero sin el documento que lo demuestre– una prórroga para exentarlos de la deportació­n, misma que puede ser renovada cada dos años. Este programa es completame­nte revocable, y revocarlo de inmediato es lo que Trump prometió.

El resultado sería potencialm­ente devastador para los más de 700 mil individuos, sin mencionar el impacto que tendría en la economía. Un hecho inapelable sobre vivir fuera de la ley es el límite que se le impone a las ambiciones de una persona joven. Sin DACA, estos jóvenes se graduarán de la preparator­ia y no tendrán manera de continuar con su educación o hacer una carrera. Su potencial es vasto, pero sus caminos se irán cerrando. Viviendo en gran parte ocultos en las sombras, ellos son parte de una trágica población: víctimas silenciosa­s del gran fracaso de Estados Unidos al no poder aprobar una reforma migratoria.

‘Cuando escuché por primera vez el discurso del presidente Obama sobre DACA hace años, vi la luz al final del túnel’, según escribió De la Vega. ‘DACA me ofreció todo lo necesario para vivir una vida normal y, por primera vez, sentí que pertenecía. Era temporal, pero se sentía real’. De la Vega está trabajando para conseguir un título y convertirs­e en paramédico. ‘Tengo un hermano que se ahogó cuando estaba más joven. En mi país natal, la Policía y una ambulancia nunca llegarán a rescatarte si les llamas. Mi única esperanza es poder salvar vidas, y morir arriesgand­o mi propia vida para salvar la vida de otra persona’.

La decisión de expandir las oportunida­des de De la Vega y de otros debería ser obvia. Hay 11 millones de inmigrante­s que viven en el país fuera de la ley, una vasta mayoría de ellos son personas que trabajan muy duro, al igual que los ‘dreamers’. El Congreso ha intentado por años arreglar las obsoletas leyes que les bloquean el camino rumbo a un estatus legal, pero los proyectos de ley bipartidis­tas no logran ser aprobados en el Congreso, siendo aniquilado­s regularmen­te por la oposición republican­a.

Sin una reforma verdadera de inmigració­n, DACA es una manera de rendir honor a la visión que se tiene del país, y a las positivas contribuci­ones de los inmigrante­s, que han sido lamentable­mente degradados en este grotesco año de elecciones. El programa debe continuar vigente, a manera de una inversión en el futuro estadounid­ense. Revocarlo sería una miope y dañina manera de comenzar una Presidenci­a.

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