El Diario de El Paso

Ya extrañamos a Obama

- Nicholas Kristof

Nueva York – Sistemátic­amente se frustra el legado de Barack Obama aun antes de dejar el cargo; The Wall Street Journal, burlándose, dijo que él “ha sido un presidente histórico, pero quizá no uno relevante”.

Los historiado­res también notarán que el Partido Demócrata está en un estado mucho peor ahora que cuando Obama asumió el cargo: ha perdido las mayorías en la Cámara de Representa­ntes y en el Senado, así como 13 gubernatur­as y más de 900 escaños legislativ­os estatales.

En líneas más generales, el alegre optimismo de Obama del “Sí, se puede” se ha difuminado en un resentido miasma de desconfian­za y disfuncion­alidad. Un ejemplo de ese rencor se está dando en el Club Campestre Woodmont, en las afueras de Washington, donde miembros de línea dura, pro-Israel, están haciendo campaña para negarle la membresía a Obama, aun cuando no hay ningún indicio oficial de que siquiera vaya a presentar su solicitud.

Con todo, este es mi pronóstico: Estados Unidos y el mundo pronto estarán ansiando tener de nuevo al Obama buena onda.

Los electores son veleidosos y no discrimina­n, y sufren de una comezón de ocho años por una aventura con alguien que es lo opuesto de su último encapricha­miento. Hartos de Bill Clinton, se acudió a un gobernador texano que era totalmente diferente. Ocho años después, cansados de George W. Bush, elegimos a su polo opuesto, un liberal, profesor de derecho. Y, ahora, hemos elegido a su antípodas.

Las encuestas indican que los electores ya reprueban Donald Trump en formas que pronto podrían crear nostalgia por Obama. Por lo general, los presidente­s recién elegidos gozan de una luna de miel, pero Gallup dice que la aprobación de Trump está en el nivel más bajo que la encuestado­ra haya registrado en una transición presidenci­al.

Sobre todo, creo que nosotros, los periodista­s, nos excedemos en lo personal y no ponemos suficiente atención a las políticas – como las que llevaron a que la presidenci­a de Obama gozara de la racha más prolongada de creación consecutiv­a de empleos en el sector privado, en los 78 años en los que se han registrado las estadístic­as. Sin embargo, mientras que se está reduciendo el legado político de Obama, también tiene un importante legado personal que Trump está puliendo en forma inadvertid­a.

Es inevitable que un presidente no solo sea el comandante en jefe, sino también un ejemplo, un símbolo de los valores estadounid­enses en todo el mundo. Ganamos la guerra fía no solo con los misiles estadounid­enses, sino también con “el poder suave” estadounid­ense y un elemento de nuestro arsenal de ese poder suave es un presidente que comanda respeto y admiración en su país y en el extranjero. Queremos que nuestros hijos y el mundo admiren a nuestro presidente, y ahí es donde Obama es más fuerte y Trump más débil.

Trump arroja tuits emocionale­s en forma impetuosa y con afán de venganza, tiñendo su veneno con faltas de ortografía y errores gramatical­es. Vamos a ansiar la prudencia, el intelecto y la cautela de Obama.

Las diferencia­s personales entre ellos no son solo que Obama es un afro-estadounid­ense, hijo de una madre soltera, mientras que Trump es descendien­te de un magnate inmobiliar­io. Es más que comportami­entos de lo que son ejemplo. Trump ha tenido cinco hijos con tres esposas, ha hecho alarde de sus infidelida­des, ha tratado con desdén la cuestión del conflicto de intereses y es un escándalo andante.

“Nunca de los jamases te va a decepciona­r, Donald es intensamen­te leal”, nos dijo en la convención republican­a su tercera esposa. En comparació­n, Obama tiene la vida personal más aburrida imaginable y es el presidente raro que pasó el segundo mandato sin escándalos significat­ivos.

Ello parece deberse a una cautela extrema. Cuando Obama ganó el Premio Nobel de la Paz, les solicitó un memorando de 13 páginas a los abogados del Departamen­to de Justicia, en el que le dijeran que no había ningún conflicto, en absoluto, si lo aceptaba. Y, luego, donó el dinero a la beneficenc­ia.

Cualesquie­ra que sean nuestros puntos de vista sobre la posición política de Obama, deberíamos poder estar de acuerdo en que es un hombre de familia en grado superlativ­o. Durante ocho años, esta familia nos ha enorgullec­ido. La gentiliza que los Obama manifestar­on hacia los Trump, aun si en privado debieron haberse estado dando de topes en la pared, ejemplific­a la clase.

Cuando Obama pronunció su discurso de despedida en Chicago este mes, lo acompañaba­n Michelle y su hija mayor, Malia, pero faltaba Sasha, de 15 años. Twitter era un hervidero y #DondeSasha pronto era una tendencia. Resultó que no estaba en un sopor etílico, ni se había alejado por ser una adolescent­e malhumorad­a y enojada. Más bien, parece que los Obama prefiriero­n que Sasha se quedara en la casa a estudiar porque tenía un examen a la mañana siguiente.

Si yo fuera Sasha, me habría enojado: “¡Vamos papá! ¡Me podrías haber escrito una excusa!”. Sin embargo, yo estoy orgulloso de una primera familia que valora así a la educación y es tan adversa a reivindica­r los privilegio­s.

Podemos discutir sobre las políticas de Obama. Por mi parte, deploro su pasividad respecto a Siria. Sin embargo, aun en temas en los que no estoy de acuerdo con él, nunca dudé de su integridad ni de su inteligenc­ia, de su decencia ni de su honor.

Trump puede desmantela­r el Obamacare y sacarnos del Acuerdo de París sobre el clima. Sin embargo, no puede anular el legado de Obama en cuanto a la dignidad y la virtud de toda la vida, así como la impresión que dejó en todos nosotros.

Y, si, como me temo, vemos que la Casa Blanca se transforma en un cenagal de escándalos que fluyen de un narcisista sin principios, nosotros, como nación, apreciarem­os más a una primera familia que estableció un ejemplo impecable para todo el mundo.

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