El ‘showman’ hace especular a Washington
WEl discurso estaba escrito y lista la estrategia para pronunciarlo. Y, entonces, el presidente Donald Trump empezó a hablar y al plan se lo llevó el viento. A menos de que ese haya sido el plan desde un principio. Cuando Trump se sentó con presentadores de televisión en una comida no oficial en la Casa Blanca, se suponía que presentaría un avance de su primer discurso ante el Congreso. En su lugar, de pronto, abrió la puerta a una iniciativa de ley sobre inmigración por la que, potencialmente, se podría permitir que millones de inmigrantes no autorizados se queden en el país legalmente.
Tal legislación del presidente “constructor del muro”, agitaría la política en la capital y Trump les dijo a los presentadores que, de hecho, nada de eso estaba en el discurso, como estaba escrito hasta ese momento. Sin embargo, volteó hacia los asesores y les sugirió que quizá debería incluirse. Cuando terminó el almuerzo, ellos se apresuraron a alertar a sus colegas, incluidos Stephen K. Bannon y Stpehen Miller, los organizadores de las medidas enérgicas del presidente sobre la inmigración.
Una vez más el más insólito de los presidentes había hecho pedazos el guion y provocado agitación en su joven gobierno. Una vez más, Washington se quedó tratando de imaginar cuál era su estrategia. ¿Se trataba de un genio loco, un líder con improvisación que propone una medida como la de Nixon va a China para reformar a la inmigración después de enfatizar la deportación de los “bad hombres? ¿O de un simple loco, un aficionado político, indisciplinado, incapaz de resistirse a decirles a sus invitados lo que él cree que quieren oír, aun a costas de su propia base política?
Al final, no incluyó eso en el discurso. Y, con todo, mostrándose a la altura de la ocasión, el martes por la noche, Trump sonó tan presidencial como nunca lo había hecho desde que tomó posesión del cargo. Invocó a Abraham Lincoln y a Dwight D. Eisenhower, proclamó el mes de la Historia Negra, condeno el vandalismo antisemita, celebró a emprendedores estadounidenses, como Alexander Graham Bell y Thomas Edison, y prometió una “renovación del espíritu estadounidense”. Siguió cuidadosamente el texto escrito en los teleprónteres como en ningún otro discurso importante en su presidencia.
No obstante, persistió la paradoja. Llamó a trabajar “más allá de las diferencias partidistas”, apenas unas horas después de que le dijo “incompetente” a la dirigente demócrata en la Cámara de Representantes, la representante por California, Nancy Pelosi. “Declaró que “el momento de los pleitos triviales quedó atrás”, solo unas semanas después de haberse involucrado en una guerra en Twitter con Arnold Schwarzenegger por los índices de audiencia de “Celebrity Apprentice”. Rindió un homenaje emotivo a un SEAL de la Marina caído, el mismo día en el que responsabilizó de su muerte a “los generales”.
Y, luego, estuvo ese globo sonda sobre la inmigración. Por lo menos, Trump, el “showman”, mantuvo la atención justo donde quería: directamente en él mismo. Para cuando subió a la tribuna de la Cámara de Representantes el martes por la noche para lo que fue el equivalente funcional a un discurso sobre el Estado de la Unión, ya había generado suspenso considerable en torno a lo que realmente diría y de cómo se recibiría.
Mientras los legisladores se esforzaban para escuchar un cambio potencial, él alardeó de deportar a “integrantes de pandillas, narcotraficantes y criminales” y dijo que “los malos están saliendo en este momento”. Presentó a los invitados en el palco de la primera dama, cuyas familias habían sufrido a manos de los criminales que estaban ilegalmente en el país.
Sin embargo, habló de “reformar a nuestro sistema de inmigración ilegal” al decir, como lo ha hecho antes, que Estados Unidos debería basar su admisión de extranjeros en el mérito. “Yo creo que la reforma a la inmigración, verdadera y positiva, es posible siempre y cuando nos concentremos en los siguientes objetivos”, añadió, “mejorar los empleos y los salarios para los estadounidenses, fortalecer la seguridad de nuestro país y restablecer el respeto por nuestras leyes”.
Si esto fue una distracción intencional, seguía siendo poco claro para cuando concluyó y volvió a recorrer la avenida Pensilvania. Se trata, después de todo, de una Casa Blanca que se deleita con lo que sus actuales ocupantes se refieren a “falsa cabeza” porque el presidente da la impresión de moverse en un sentido, cuando realmente lo está haciendo en una dirección completamente diferente, aun si desvía la atención de una controversia, creando otra.
Así, los aliados y adversarios se quedan con dificultades para entender qué es lo que realmente cree Trump. En conversaciones privadas, un desconcertado senador Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana, ha dicho que Trump parece inseguro de su posición sobre problemas críticos. Por tanto, muchos buscan formas de influir en un presidente maleable, propenso a lanzar ideas improvisadas, dependiendo de su público.
Los asesores de Trump han dicho en privado que querían que este discurso fuera más optimista que el de toma de posesión, una jeremiada de 18 minutos en contra de lo que llamó “la matanza estadounidense” y la elite a la que culpa de ella. Ivanka Trump, la hija del mandatario, durante meses, ha expresado en privado su inquietud sobre el tono duro de la retórica de su padre.
Ningún presidente en los tiempos modernas se había presentado a pronunciar su primer discurso ante el Congreso con índices tan bajos; solo 42 por ciento en la encuesta de opinión de Gallup más reciente. En sus 40 días de pasar apresuradamente de una crisis a otra, muchas de ellas creadas por él mismo, había sembrado dudas profundas no solo entre los demócratas e independientes, sino hasta entre muchos republicanos. Su reto para este discurso era ir más allá de estos momentos y establecerse como presidente.
Un alto funcionario gubernamental describió a la elaboración del discurso como “un proceso parecido a un acordeón”, que se extiende para incluir a múltiples contribuyentes dentro y fuera del gobierno, y luego se retrajo para solo incluir a unas cuantas personas. Además de Bannon y Miller, estuvieron Vince Haley, un ex asesor de Newt Gingrich, y Mario Loyola, un escritor conservador, según dos altos funcionarios del gobierno. También estuvieron involucrados otros asesores, como Kellyanne Conway.