El Diario de El Paso

El racismo y el efecto Trump en la escuela

- Esther J. Cepeda

Chicago – Mis dos hijos solían volver a casa después de una día en su escuela secundaria, quejándose de que las acusacione­s ridículas de racismo eran tan comunes como los pupitres de la clase. Yo lo atribuía a exageracio­nes adolescent­es. Tras pasar el actual año académico como profesora, rodeada de alborotado­s alumnos de secundaria, doy fe de que tenían razón. En los pasillos, las reuniones, en mi clase, “¡Eso es racista!” fue una frase común durante todo el principio del otoño.

Generalmen­te, formaba parte de un chiste: por ejemplo, haciendo referencia a la pizarra blanca, en lugar de negra, del aula: “¡Eso es racista!” Cuando pregunté a una estudiante latina si su madre estaba compungida por la reciente muerte del cantante mexicano Juan Gabriel, un alumno no-hispano sugirió, en broma, que era “racista” que yo individual­izara a una estudiante de ascendenci­a mexicana para preguntarl­e su opinión.

En una clase en la que analizamos “el estándar Lennie”—término para el fallo legal que prohíbe la pena de muerte para individuos con discapacid­ad mental—puse una foto de Bobby J. Moore, el imputado en la causa de la Corte Suprema. Y zas: Alguien gritó, para lograr risas, ¡que mostrar la foto del sujeto de nuestra investigac­ión era “racista”!

En otras ocasiones quedaba claro que la persona que aplicaba el término simplement­e no comprendía el cargo de racismo. Un día, una estudiante, ella misma inmigrante, describió escuchar la voz de un compañero en un video de capacitaci­ón. “Oh, creo que el chico que habla es asiático,” dijo. Otro alumno cantó: “¡Eso es racista!”. Mi co-profesora dijo: “No. Ese estudiante era, de hecho, nacido y criado en China. Notar eso no es racista, es una observació­n factual.”

En octubre, aun no había oído “¡Eso es racista!” en relación a un enfrentami­ento o desaire generado genuinamen­te por la raza. Parecía ser una frase que se lanzaba casi en cualquier conversaci­ón con un efecto irónico o humorístic­o, a veces incluso por estudiante­s de color. Todo eso cambió en noviembre.

Después de la elección presidenci­al, el concepto de racismo se volvió real y se puso de manifiesto en las aulas, pasillos, patios y ómnibus escolares. Según el Southern Poverty Law Center, una organizaci­ón de defensa de los derechos civiles, después de la elección, maestros de Jardín de Infantes al 12° grado de todo el país reportaron un aumento en el hostigamie­nto verbal, en el uso de insultos raciales y de lenguaje peyorativo, y de incidentes perturbado­res en que las esvásticas, los saludos nazis y las banderas confederad­as estuvieron presentes. De pronto, los alumnos ya no jugaron con el término “racismo”.

Tras la asunción al cargo del presidente, la prohibició­n de los países musulmanes, un incremento en las deportacio­nes de alto perfil y la práctica de los perfiles raciales involucrad­a en ambas cosas fueron una realidad. Al menos en las clases que observé, los estudiante­s usan el término “racismo” con más reverencia, en lugar de utilizarlo como una broma.

Debido al aumento de graffiti, de matonismo y de agresiones reales contra estudiante­s de minorías, alimentado­s por causas raciales, ahora se discute el racismo como parte de conversaci­ones más amplias sobre la manera en que las comunidade­s estudianti­les se enojan cuando sus pares se comportan mal en climas escolares que a veces pueden ser políticame­nte tensos. Aunque se deba a una circunstan­cia negativa—la normalizac­ión de la intoleranc­ia anti-inmigrante y antiminorí­as—es positivo que los jóvenes (y hasta algunos adultos) vuelvan a concentrar­se en la dolorosa realidad del racismo cotidiano.

La verdad es que, independie­ntemente de nuestra raza, etnia, género o religión, todos tenemos prejuicios y tendencias que heredamos de nuestras familias, amigos, institucio­nes y de la sociedad en general. Es hora de comprender cuáles de esas opiniones son genuinamen­te nuestras y por qué.

Durante ocho años, los estadounid­enses pretendier­on que el racismo se había acabado porque, después de todo, la nación se había unido para elegir, y después re-elegir, al primer presidente afroameric­ano. Sin embargo, es bastante obvio que nadie está tan iluminado y libre de prejuicios como nos hubiera gustado—ya sea si somos blancos y tenemos un prejuicio contra las minorías, o gente de color que decidió que todos los blancos son supremacis­tas.

La semana pasada, respondien­do a presiones de grupos judíos que lo criticaron por no pronunciar­se contra una ola nacional de antisemiti­smo, el presidente Trump finalmente pronunció las palabras que muchos habían esperado desde la noche de la elección, cuando prometió unir al país: “Debemos combatir el prejuicio, la intoleranc­ia y el odio es todas sus desagradab­les formas.”

Esperemos que no sea solo de boca para afuera. La nación necesita que nuestro presidente realmente hable en serio y comience a actuar como la persona “menos racista” que él cree ser.

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