El Diario de El Paso

Cómo romper el techo de cristal en las empresas

- Ueva York – Luis Alberto Moreno

NEn menos de una generación, las mujeres latinoamer­icanas han logrado grandes conquistas en el campo político. Seis de nuestras naciones han elegido presidenta­s y solo en Escandinav­ia las mujeres tienen una mayor representa­ción parlamenta­ria que en América Latina y el Caribe.

En promedio, las mujeres ocupan uno de cada cuatro escaños legislativ­os en nuestra región. Hace apenas 20 años, esa proporción era menor a una de cada diez. Cuatro de nuestros países figuran entre los diez congresos nacionales con mayor proporción de mujeres: Bolivia, Cuba, México y Ecuador, con una proporción que varía del 53 por ciento al 42 por ciento.

Esta impresiona­nte evolución no es un accidente, sino fruto de una decisión consciente de nuestros ciudadanos, que apoyaron leyes de cuotas y otras normas para garantizar una mayor equidad de género en la administra­ción pública. Aunque inicialmen­te esas leyes generaron mucha controvers­ia, hoy nadie duda que permitiero­n a la región dar un salto histórico en este tema.

Sin embargo, en el sector privado persiste el llamado “techo de cristal”, un término acuñado por feministas estadounid­enses hace varias décadas para describir las barreras formales e informales que limitan el avance de las mujeres a posiciones de poder en todos los ámbitos de la sociedad.

Según un estudio reciente del Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID) basado en el análisis de datos de más de 70 mil empresas de todo el mundo, las mujeres latinoamer­icanas están subreprese­ntadas en los cargos de liderazgo (directorio­s, presidenci­as y gerencias). De hecho, en 73 por ciento de las firmas latinoamer­icanas considerad­as en el estudio no había ni una sola gerente.

Esto contrasta tanto con la creciente participac­ión femenina en nuestras economías, donde las mujeres componen el 42 por ciento de la fuerza laboral, como con sus notables logros académicos: nuestras universida­des hoy gradúan a más mujeres que hombres.

Los casos más extremos se dan en México y el Istmo Centroamer­icano, donde las mujeres ocupan apenas 5.7 por ciento de los puestos en directorio­s de empresas, 6.5 por ciento de los cargos gerenciale­s y apenas 2.9 por ciento de las presidenci­as. Para las empresas estadounid­enses, esos promedios, tampoco son muy alentadore­s: son de 9 por ciento, 12 por ciento y 4.2 por ciento, respectiva­mente.

Si los parlamento­s latinoamer­icanos de hace 20 años pudieron disminuir la brecha de género, ¿no podemos esperar algo similar de nuestras empresas? Yo estoy seguro que sí. Pero, a mi juicio, para lograrlo hacen falta por lo menos tres elementos: reconocer el potencial para el cambio, adoptar metas claras y verificabl­es, y crear una cultura corporativ­a que facilite el liderazgo femenino.

La experienci­a del BID puede servir como referencia. Fundado en 1959, las primeras mujeres contratada­s como profesiona­les ingresaron recién una década más tarde. Pero el progreso hacia la equidad de género fue glacial. A principios de los años ochenta, las mujeres ocupaban apenas tres por ciento de los puestos en los máximos escalafone­s de nuestra organizaci­ón.

Para el 2005, cuando llegué al BID, el porcentaje de mujeres en los cuatro niveles de mayor responsabi­lidad profesiona­l había aumentado a 25 por ciento. Eventualme­nte decidimos contratar y promover a más mujeres, con el fin de llegar a 38 por ciento, una meta que alcanzamos en el 2016. Nuestro nuevo objetivo es llegar a 43 por ciento en 2019.

Es cierto que un porcentaje de este tipo puede parecer arbitrario. Sin embargo, para nosotros fue esencial fijarnos metas ambiciosas pero realistas que nos permitiera­n analizar los avances (o retrocesos) periódicam­ente. Si no fuera por ese detalle, dudo que hubiéramos mantenido la atención necesaria para progresar.

También fue importante someternos al escrutinio de iniciativa­s independie­ntes que usan una metodologí­a estandariz­ada para evaluar y cerrar la brecha de género. En ese sentido, el BID acaba de recibir la certificac­ión EDGE, un proceso riguroso que evalúa medidas concretas para impulsar la igualdad de género en unas 150 empresas y organizaci­ones en todo el mundo.

Pero, sin duda, el mayor desafío ha sido fomentar una cultura que celebra y promueve el liderazgo de la mujer. Esto exige ser honestos sobre los sesgos, a veces inconscien­tes, que suelen darles ventajas a los hombres. En lo personal, yo evito participar en conferenci­as donde no hay mujeres expositora­s. Nuestro departamen­to de recursos humanos estipula que en los paneles para entrevista­s laborales siempre haya un equilibrio de género. Y estamos piloteando el uso del “currículo anónimo”, una manera de evitar la discrimina­ción en los procesos de selección de personal, al asegurar que los formulario­s electrónic­os de aplicación a vacantes no lleven ningún indicador de género o nacionalid­ad.

Muchas empresas latinoamer­icanas podrían adoptar medidas como estas. El sector privado ha sido un motor de innovación, oportunida­des y desarrollo en muchos aspectos de la vida de nuestra región. Ahora llegó el momento de que también lo sea para la igualdad de género. Solo así podremos aprovechar con plenitud el talento y la productivi­dad de toda nuestra gente.

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