Cuando un presidente calumnia a otro
Nueva York – Empecemos con lo que el público puede saber con certeza. El sábado por la mañana, el presidente Donald Trump no tenía ninguna evidencia cuando calumnió a su predecesor, el ex presidente Barack Obama, acusándolo de ordenar que se intervinieran los teléfonos en la Torre Trump durante la campaña electoral del 2016. De no ser así, la Casa Blanca no estaría movilizándose rápidamente para averiguar si lo que dijo es cierto.
Solo hay que contemplar la imprudencia – la mera indiferencia hacia la verdad y la autoridad moral de la presidencia estadounidense – que se reveló: sin bases, un presidente acusa de criminalidad a otro, todo en un desmán infantil, en Twitter.
The Times reportó el domingo que el director de la FBI, James Comey, estaba tan alarmado por la aseveración sin hechos que hizo Trump – en la que, implícitamente, acusó a la FBI de violar la ley al intervenir a un ciudadano estadounidense a solicitud de un presidente – que le estaba solicitando al Departamento de Justicia para que públicamente dijera que era falso. En otras palabras, el director de la FBI estaba demandando que el Departamento de Justicia declarara oficialmente que el presidente estaba desorientando a la población.
Estamos en un momento peligroso, que requiere que el Congreso y miembros de este gobierno vean más allá de las maniobras partidistas y tiendan hacia la salud de la democracia misma.
En cuatro tuits, coronados con uno sobre los “patéticos índices de audiencia” de Arnold Schwarzenegger en el programa “The Celebrity Apprentice”, Trump declaró como un hecho una teoría que, aparentemente, encontró en los así llamados sitios web de la derecha alterna: “Qué tan bajo ha caído el presidente Barack Obama para interbenir [sic] mis teléfonos durante el muy sagrado proceso electoral. Es Nixon/Watergate. ¡Qué tipo malo (o enfermo)!”.
Obama emitió una declaración en la que decía que ni él “ni ningún funcionario de la Casa Blanca ordenó alguna vez la vigilancia de ningún ciudadano estadounidense”. James Clapper, el ex director de inteligencia nacional, negó el domingo que el gobierno hubiera intervenido los teléfonos de la Torre Trump antes de las elecciones y dijo no tener conocimiento de ningún esfuerzo para hacerlo antes de que Obama dejara el cargo.
Los antecedentes del estallido de Trump, claro, son la investigación de la FBI de los contactos de su círculo interno con la inteligencia rusa. Sería excesivamente inusual que un presidente estuviera al tanto de los detalles de la investigación de un cuerpo de seguridad dirigida hacia sus allegados, ya no se diga, hacia él. Si la indagatoria fuera principalmente una de contraespionaje, no obstante, correctamente, podrían haberle informado al respecto. No se sabe mucho sobre ella. El mero hecho de que se esté investigando a un nuevo gobierno por, potencialmente, haberse coludido con Moscú es terreno desconocido.
Trump está tratando ahora de impulsar sus aseveraciones para una investigación congresal del gobierno de Obama. El domingo, Sean Spicer, su secretario de prensa, emitió un boletín de prensa en el que demanda a los comités de inteligencia congresales, liderados por republicanos amigables hacia Trump, “que determinen si hubo abuso del poder de investigación del poder ejecutivo en el 2016”. Devin Nunes, el presidente del Comité Selecto Permanente sobre Inteligencia de la Cámara de Representantes y miembro del equipo de transición de Trump, rápidamente dejó claro que pretende hacer la voluntad del presidente.
Los dirigentes congresales necesitan actuar más directamente que eso para salvaguardar la confianza popular en el gobierno. Al alegar criminalidad potencial en el más alto cargo de Estados Unidos, Trump se ha arrinconado solo con los tuits. Su acusación es tan sensacional – tan explosiva si resultara tener alguna base en los hechos y tan corrosiva no la tiene – que el Congreso no tienen ninguna opción creíble más que convocar a un comité selecto, bipartidista, para investigar todas las cuestiones relacionadas con la interferencia rusa en las elecciones. Y si Trump tiene confianza en su dicho, no debería tener ninguna renuencia sobre el nombramiento de un abogado independiente para llegar al fondo del asunto ruso.
En cuanto a esos funcionarios séniores de este gobierno que tienen integridad: ya se les pasó el momento para que empiecen a preguntarse si pueden continuar prestando sus nombres y exponiendo su reputación por un presidente con tan poco respeto por las instituciones nacionales y por la verdad.