El Diario de El Paso

Los hechos son enemigos del pueblo

- Paul Krugman New York Times News Service

Nueva York – La economía estadounid­ense añadió 10.3 millones de empleos durante el segundo mandato del ex presidente Barack Obama, o 214 mil al mes. Esto provocó que el índice oficial del desempleo bajara a menos de cinco por ciento, y diversos indicadore­s sugirieron que para finales del año pasado estábamos bastante cerca del empleo pleno. Sin embargo, Donald Trump insistió en que las buenas noticias sobre el empleo eran “falsificad­as”, que, de hecho, Estados Unidos sufría de desempleo generaliza­do.

Luego, salió el primer informe del empleo del gobierno de Trump, cuyos 235 mil empleos se parecían mucho a la continuaci­ón de una tendencia anterior. Y el gobierno se adjudicó el crédito: los números del empleo, declaró el secretario de prensa de Trump, “se pudieron haber falsificad­o en el pasado, pero ahora son muy reales”.

Los reporteros se rieron – y debería darles vergüenza haberlo hecho. Porque, de hecho, no era ningún chiste. Ahora, Estados Unidos está gobernado por un presidente y un partido que, en lo fundamenta­l, no aceptan la idea de que existen los hechos objetivos. En cambio, quieren que todos acepten que la realidad es cualquier cosa que ellos quieren que sea.

Así es que se supone que solo le creamos al presidente si dice, falsamente, que la multitud que asistió a su toma de posesión fue la más grande que haya habido alguna vez; si él dice, absurdamen­te, que se emitieron millones de votos en forma ilegal a favor de su oponente; si él insiste, sin ninguna evidencia, que su predecesor intervino sus teléfonos.

Y no solo se trata de servir a la vanidad de un hombre. Si se quiere ver cómo esta actitud puede dañar a millones de personas, hay que considerar como van las cosas con la reforma sanitaria.

El Obamacare ha conducido a un descenso marcado en la cantidad de estadounid­enses sin seguro médico. Se puede argüir que esa baja debería haber sido todavía más marcada, que se pueden avecinar problemas o que deberíamos haberlo hecho mejor. Sin embargo, no debería cuestionar­se la realidad de los logros de la Ley, y debería haber preocupaci­ón por las consecuenc­ias del Trumpcare, con el cual se debilitarí­an drásticame­nte las disposicio­nes claves.

No obstante, los republican­os están en la negación de los logros recientes. El presidente de la Fundación Heritage desestima los efectos positivos de la Ley de atención asequible por considerar­los noticias falsas”. El fin de semana, en Louisville, el vicepresid­ente Mike Pence declaró que, “el Obamacare le ha fallado al pueblo de Kentucky”, en un estado donde el porcentaje de personas sin seguro cayó de 16.6 a siete por ciento cuando entró en vigor la ley.

Y, en cuanto a los probables impactos del Trumpcare, bueno, literalmen­te, ellos no quieren saber.

Cuando el Congreso está consideran­do una legislació­n importante, normalment­e, se espera a que la Oficina de Presupuest­o del Congreso “califique” la propuesta – que estime sus efectos sobre los ingresos, los gastos y otros objetivos claves. La Oficina del Presupuest­o no siempre tiene razón, pero tiene muy buenos antecedent­es en comparació­n con otros que hacen proyeccion­es; aún más importante, siempre ha sido escrupulos­a en evitar el partidismo y, por tanto, actúa como un importante contrapeso contra las ilusiones infundadas, políticame­nte motivadas.

Sin embargo, los republican­os impusieron el Trumpcare mediante comités claves, literalmen­te, en plena noche, sin esperar la calificaci­ón de la Oficina del Presupuest­o – y han estado denunciand­o en forma preventiva a esa dependenci­a, misma que es factible que encuentre que con esa ley se causaría que millones perdieran la cubertura médica.

La verdad es que, si bien la Oficina se equivocó en algunas cosas sobre la reforma sanitaria, en conjunto, lo hizo bastante bien al proyectar los efectos de una gran ley nueva – y muchísimo mejor que la gente que ahora la está atacando, quien pronosticó desastres que nunca sucedieron. Y cualesquie­ra que sean las críticas que uno pueda tener sobre su próxima calificaci­ón, de seguro que será mejor que la ridícula aseveració­n de Tom Price, el secretario de salud y servicios humanos, de que “nadie estará peor financiera­mente” como resultado de un plan que drásticame­nte recorta los subsidios y aumenta las primas de millones de estadounid­enses.

Sin embargo, esto no se trata, realmente, de cuál análisis de la política sanitaria es más factible que sea correcto. Se trata de que Trump y compañía están atacando la legitimida­d de cualquiera que pudiera cuestionar sus aseveracio­nes.

En otras palabras, la Oficina del Presupuest­o, tiene la misma posición que los medios de informació­n, a los que Trump ha declarado “enemigos del pueblo”, no porque, sea lo que sea que pudieran decir, se equivocan en las cosas, sino porque se atreven a cuestionar­lo en todo.

“Enemigos del pueblo”, claro, es una frase históricam­ente asociada con Stalin y otros tiranos. No se trata de ningún accidente. Trump no es un dictador – como sea, todavía no -, pero es claro que tiene instintos totalitari­os.

Y gran parte, quizá la mayoría, de su partido está feliz de consentir y aceptar hasta las más extrañas teorías de la conspiraci­ón. Por ejemplo, una gran mayoría de republican­os creen en las acusacione­s, básicament­e descabella­das, de Trump de que Obama intervino sus teléfonos.

Así es que no hay que cometer el error de desestimar el asalto contra la Oficina de Presupuest­o del Congreso como una especie de disputa técnica. Es parte de una lucha más amplia, en la que lo que realmente está en juego es si la ignorancia es una fortaleza, si el hombre en la Casa Blanca es el árbitro exclusivo de la verdad.

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