El Diario de El Paso

MIENTRAS LA RESERVA FEDERAL ACTúA,

sufren los trabajador­es mexicanos

- New York Times News Service iudad Juárez, México

C— Francisca Hervís Reyes y su familia han perseverad­o en la frontera, trabajando en fábricas a más de 2 mil kilómetros de su pueblo natal. Se quedaron incluso mientras la mortífera guerra entre cárteles de la droga convirtió a esta ciudad en una de las más peligrosas del planeta.

Pero quizás no soporten las cambiantes predilecci­ones de la Reserva Federal (Fed).

A Reyes le pagan en pesos mexicanos, moneda que ha estado perdiendo valor conforme la Fed, el banco central de Estados Unidos, ha señalado planes de elevar las tasas de interés este año. En el reseco terreno al sur de la frontera con Estados Unidos, el precio de la comida y otros productos básicos sigue al dólar, cuyo valor ha estado subiendo. Es como si la Fed le hubiera recortado su sueldo.

Como millones de personas desde el sureste asiático y África hasta Latinoamér­ica, Reyes y su familia están absorbiend­o las consecuenc­ias de un cambio importante que se está dando en la economía global.

Conforme la Fed elevó las tasas este miércoles, sumó inercia a un flujo constante de dinero que ha estado abandonand­o los mercados emergentes y fluyendo hacia las costas de Estados Unidos. Dado que este año se espera que la Fed haga más aumentos, los países en desarrollo se están preparando para impactos adicionale­s: más salida de inversione­s, más caída en sus monedas, más debilitami­ento de sus economías.

Por mandato, la Fed es responsabl­e ante la gente de Estados Unidos.

Cuando los tiempos son magros y las empresas se muestran renuentes a contratar, la Fed vuelve más disponible el dinero bajando un poco las tasas. Cuando los tiempos son buenos y crecen las preocupaci­ones sobre la existencia de precios elevados, enfría las cosas elevando las tasas y restringie­ndo el crédito.

No obstante, en la realidad la Fed es el banquero central mundial.

El dólar es la moneda más ampliament­e utilizada como depósito de ahorro y como moneda de comercio. Cuando la Fed baja las tasas de interés, hace que el dólar sea menos atractivo, fomentando que los inversioni­stas busquen en otra parte. Cuando la Fed eleva las tasas, los inversioni­stas cambian de marcha, retirando el capital y vendiendo otras monedas.

Por toda China, cientos de millones de personas que han reinvertid­o sus ahorros en bienes raíces quedan vulnerable­s cuando mucho dinero se va al mismo tiempo y el precio de las propiedade­s cae. En Turquía, comerciant­es que han soportado un intento de golpe de Estado, medidas enérgicas subsecuent­es e implacable­s ataques terrorista­s ahora luchan con el desplome de la lira turca, que ha incrementa­do el precio de los productos importados.

En Malasia, las empresas luchan con costos mayores de bienes valuados en dólares conforme cae la moneda local. En México, las familias están siendo sacudidas por una moneda volátil que ya se estaba tambaleand­o con las amenazas del Presidente Donald Trump de gravar los productos provenient­es del otro lado de la frontera.

“Cada vez que el peso cae, podemos pagar menos y menos”, dijo Reyes una tarde reciente mientras la pálida luz del desierto cedía paso a una fría oscuridad. “Estamos pensando en regresar a Veracruz. La gente se está yendo de las fábricas y está regresando a sus pueblos”, afirmó.

Las fuerzas de la Fed pueden ser traumática­s, especialme­nte en sitios menos afluentes.

Conforme la crisis financiera se desplegaba en 2008, el banco central tomó medidas extraordin­arias para hacer que el crédito siguiera fluyendo. El resultado fue un aumento de inversión hacia los mercados emergentes.

Más de 259 mil millones de dólares se fueron a países en desarrollo el siguiente año, según el Instituto de Finanzas Internacio­nales, una asociación comercial. Entre 2010 y 2015, el inusual flujo de capitales hacia esos países promedió los 328 mil millones de dólares.

En la primavera de 2013, la Fed sorprendió a los mercados con planes para desacelera­r los esfuerzos de estímulo. Entonces, los inversioni­stas abandonaro­n los mercados emergentes, haciendo que se desplomara­n las monedas de Brasil, India, Indonesia, Sudáfrica y Turquía. El episodio llegó a conocerse como el “taper tantrum”.

“El efecto del aumento de las tasas de interés sobre los mercados emergentes es sorprenden­temente fuerte”, dice Gary Clyde Hufbauer, un experto en comercio internacio­nal del Instituto Peterson de Economía Internacio­nal. “Es algo importante”, señala.

La mayoría de los economista­s asume que el aumento esperado de este año en la tasa de interés tendrá un efecto mucho menos dramático. La Fed ha telegrafia­do sus planes, dando tiempo a los inversioni­stas para prepararse. Muchos países emergentes han amasado grandes reservas de dólares, dándoles pólvora contra una caída en sus monedas.

No obstante, algunos países ya están mostrando tensiones.

La moneda de Turquía ha caído aproximada­mente 25 por ciento contra el dólar desde mayo, y su gobierno está operando con reservas relativame­nte magras. El peso mexicano ha estado cayendo conforme Trump amenaza con renegociar el Tratado Norteameri­cano de Libre Comercio (TNLC). China reaccionó rápido a la medida de la Fed aumentando este jueves sus propias tasas de interés.

Dentro del mundo de las inversione­s, el peso funciona como representa­nte de todos los países en desarrollo; la cosa a la que hay que apostar en contra cuando los sentimient­os se tornan negativos. “Como que es el primer puerto de escala para cualquiera que piense que algo malo va a pasar a los mercados emergentes”, dice Mark Weisbrot, director del Centro de Investigac­ión Económica y Política, situado en Washington. “México es vulnerable”, señala.

Bloqueando las salidas

Los líderes chinos desde hace mucho han alimentado temores sobre un éxodo descontrol­ado de dinero.

Un desplome de la moneda incrementa­ría los precios para los consumidor­es chinos, generando ira pública. Podría reventar las burbujas inmobiliar­ias que se han formado en muchas ciudades chinas. Eso dejaría a los bancos de China con miles de millones en pérdidas al tiempo que eliminaría riqueza a una masa de gente que ha llegado a ver a los bienes raíces como su boleto para enriquecer­se.

Allen Zhang, un electricis­ta que trabaja en una mina de carbón de las montañas del centro de China, vive en una casa modesta en los márgenes de Jincheng, una ciudad arenosa cuya población casi se ha cuadruplic­ado durante el último cuarto de siglo, llegando aproximada­mente a 500 mil.

Zhang ha buscado suplementa­r su salario de 290 dólares mensuales satisfacie­ndo la nueva demanda de vivienda. Ha usado sus ahorros y sus habilidade­s manuales para sumar seis recámaras a su casa familiar, alquilando los nuevos cuartos a trabajador­es de fábricas.

Un comprador recienteme­nte le ofreció 350 mil dólares por la casa, una suma equivalent­e a lo que Zhang ganaría en las minas durante un siglo. La rechazó. “Quiero más”, dijo. Estas son las expectativ­as que enfrentan las autoridade­s chinas conforme la Fed dificulta más retener el dinero dentro del país.

Durante la década de 1990, China ignoró los sermones de Washington sobre los beneficios de abrir mercados de capital. Cuando la crisis financiera asiática llegó a finales de la década de 1990 y los inversioni­stas sacaron su dinero de la región, muchas economías fueron arrasadas. China sufrió un poco, clamando reivindica­ción.

De cara a la Fed, China conserva formidable poder para apuntalar el valor de su moneda. Tiene alrededor de 3 billones de dólares en reservas internacio­nales, dinero que puede usar para comprar su moneda en los mercados mundiales.

Pero apoyar la moneda china, el renminbi, conlleva controlar estrictame­nte quién puede sacar dinero del país, una postura que sofoca los negocios. En noviembre, el gobierno decretó que las transferen­cias al exterior de 5 millones de dólares o más requerían aprobación de reguladore­s.

“En China, el dinero no puede salir sin pasar por muchos circuitos”, dice Zhu Ning, un economista de la Universida­d de Tsinghua.

¿Qué podría salir mal?

Hace un año, la suerte le estaba brillando a Vivy Yusof, una prominente empresaria malaya. Tanto así que, en un episodio de su programa de televisión real, bromeó diciendo: “Soy Kim Kardashian”.

Yusof es símbolo de lo que ha salido bien económicam­ente en Malasia y de lo mucho que podría salir mal, ahora que la Fed ha elevado las tasas.

Forma parte de un grupo de líderes empresaria­les expertos en tecnología que ha emergido conforme Malasia intenta evoluciona­r más allá de su dependenci­a tradiciona­l en la venta de “commoditie­s”, como aceite de palma y petróleo.

El crecimient­o económico ha estado tambaleánd­ose, una realidad que se ha estado dando por todo el sureste asiático conforme la región se ajusta a la desacelera­ción de China. China no está comprando “commoditie­s” como solía hacerlo.

Malasia enfrenta inestabili­dad política potencial conforme el Primer Ministro, Najib Razak, resiste acusacione­s de que gente cercana a él cosechó mil millones de dólares de un fondo de inversione­s estatal supervisad­o por él. Niega haber cometido algún crimen.

Incluso antes de la decisión de la Fed, los inversioni­stas globales estaban huyendo. Los extranjero­s alguna vez tuvieron más de la mitad de los bonos locales de Malasia, pero desde agosto han vendido 17 por ciento de sus tenencias. Su nerviosism­o creció en noviembre conforme Malasia imponía controles al movimiento de dinero.

La moneda de Malasia, el ringgit, ha perdido 8 por ciento contra el dólar durante el último año. Para los consumidor­es de Malasia (y para las compañías que los atienden), las importacio­nes se están volviendo más caras.

Yusof vende “hijabs” y demás ropa, atendiendo a musulmanas cosmopolit­as con gusto por patrones distintivo­s. Algunas de sus prendas están hechas en China. Cuando el dólar sube, su margen de ganancias se reduce. Y aunque las ventas por Internet son buenas, la actividad en las tres tiendas que tiene en centros comerciale­s ha empezado a caer.

“Solía irnos mucho mejor”, dijo.

Agazapándo­se

En México, Reyes no tiene forma de reducir sus propios costos, más allá de poner menos comida en la mesa.

Nacida en el sur de México, donde sus padres eran campesinos, se fue al norte hace casi tres décadas, al lado mexicano del Río Bravo, apuntando a movilidad ascendente. El territorio fronterizo rebosaba de fábricas conocidas como maquilador­as; plantas que ensamblan componente­s para operacione­s de manufactur­a estadounid­enses. Pronto, el TNLC fertilizó más.

Reyes, de 47 años, empezó haciendo tapicería para asientos de autos. Su salario compraba fruta fresca y carne. Contrató a una niñera que cuidara a sus tres hijas.

En estos días, hace autopartes para transmisio­nes, ganando 162 pesos al día, o aproximada­mente 8.4 dólares. Su esposo gana 149 pesos al día (aproximada­mente 7.75 dólares), haciendo fusibles para cajas eléctricas.

Pero conforme el peso ha cedido casi un cuarto de su valor durante los últimos cinco años, su estándar de vida se ha deteriorad­o.

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el sector maquilador ha sido vapuleado en la última década por la violencia en México y la caída del peso
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