Frenó valla el cruce de drogas por Chihuahuita
Vecinos del histórico barrio narran sus experiencias al estar ubicados en el filo de la frontera
L as opiniones de los vecinos sobre construir un muro o dejar intacta la cerca de más de 6 metros de altura que ya separa a su barrio Chihuahuita pueden variar. Y es que las más de 100 familias que aún viven en la zona, han lidiado con el paso de los años, la transformación urbanística, la inestabilidad económica, drogas, pandillas, violencia… todo, en los patios de sus casas. Literal. Al ser una comunidad asentada a las orillas del Río Grande, han llegado a conocer de primera mano los problemas del tráfico humano y de drogas.
Por ello concuerdan en una sola cosa: desde que se construyó una cerca más grande, el tráfico de personas y de drogas ha disminuido, al menos en ese punto. Aunque, ellos lo saben, la “muralla” de metal no ha detenido al fenómeno por completo.
“Que lo pongan. ¿Qué tiene? Hay procesos, nuestros papás vinieron así, ¿por qué ellos no pueden hacerlo así?”, responde el señor Rodríguez, que ha vivido en la zona 35 años, sobre los deseos del presidente Donald Trump de construir un muro de concreto en El Paso para detener el flujo de migrantes indocumentados.
Su esposa, Mannys Rodríguez, lo secunda. Ella es parte de una familia paseña que, asegura, lleva viviendo en este barrio por cinco generaciones. Por ello, hasta habla de los beneficios de una obra de tal magnitud.
“Va a servir de barrera contra el ruido de la calle que va a pasar por aquí”, dijo sobre la nueva vía que el Departamento de Transporte de Texas está construyendo para aliviar el tráfico de tráilers que, al día de hoy, circulan sobre la Paisano.
Los dos son miembros de la Asociación de Residentes de Chihuahuita, un barrio compuesto por una diez cuadras de residencias y apartamentos, rodeados por las vías y vagones del tren, por un lado, y una enorme malla ciclónica que se eleva por encima de sus casas, por el otro.
Hace décadas, los migrantes pasaban corriendo por el vecindario huyendo de la Patrulla Fronteriza. Tras los ataques del 11 de septiembre, la seguridad se endureció y todo cambió para bien de estos vecinos.
Un lugar tranquilo
En sus inicios, allá por la década de los 80, cuenta el señor Rodríguez, la cerca tenía cinco pies, es decir, 1 metro con 52 centímetros. En ese entonces, el canal estaba abierto y el agua corría con abundancia. “Cuando los patrulleros cambiaban de turno, se iban al centro, en picada, y a ver a quién agarraban”, contó el residente.
Gloria García vive en uno de los apartamentos que se ubican a menos de 20 metros de uno de los huecos –las tuberías de las aguas negras que desembocan en el río– por donde solían cruzar, hace seis años, los migrantes. Ha vivido en este lugar por 19 años y durante ese tiempo ha visto de todo.
“En la noche se oían golpes de cosas (o personas) que caían contra el suelo. También se escuchaban gritos, de mujeres, que tal vez las estaban violando”, relató. En otra ocasión escuchó cómo la secundaria al otro lado del río se negó a rendir homenaje a su bandera en protesta porque algunos sicarios habían dado muerte a uno de sus educadores. “Nos acostumbramos a esto”, dijo, mientras encierra a su perro, uno que se consiguió para protección de su vivienda.
La malla fronteriza ahora mide cerca de 22 pies, o 6 metros con 70 centímetros, dependiendo del lado de la frontera donde se le mida. Tanto los Rodríguez como las señoras García y Jiménez, aseguran que el barrio es un lugar seguro y que el número de migrantes intentando cruzar por esta zona ya no es el mismo de antes.
Todo gracias a la cerca. “Y no crea que quitaron casas a la gente para hacerla. No, sólo la pusieron, sin botarle la casa a nadie”, apuntó Natalia Jiménez, quien lleva viviendo en el barrio Chihuahuita desde hace 60 años.
Su apartamento está ubicado a unos cuarenta metros de la malla. Entre su hogar y ésta, están las vías del tren, luego sigue un espacio de tierra árida, después viene el canal, donde también hay otra cerca, y, por último, se vislumbra México.
Historia de conflictos
En el año fiscal 2016, la Patrulla Fronteriza realizó 408 mil 870 detenciones de indocumentados en el límite Sur, 64 mil 891 fueron en el área de Tucson, Arizona, (la segunda con mayor actividad sólo por detrás del Río Bravo), 25 mil 634 en la de El Paso, Texas y 19 mil 448 en la de El Centro, California.
Los problemas a lo largo de la frontera han sido una constante en la vida de estos residentes y muchos están entumecidos por el conflicto.
Ubicado al Sur de El Paso, al Norte del ‘Puente Negro’, el barrio Chihuahuita ha sido testigo de eventos y tendencias que redefinieron la frontera.
Desde sus casas a unos cuantos metros del río, los residentes presenciaron escenas de la Revolución Mexicana, vieron la llegada de familias huyendo de la violencia, soportaron las actividades de contrabandistas –primero de licor durante la Prohibición estadounidense, luego de droga– y se acostumbraron al paso de los migrantes no autorizados.
Los orígenes del barrio se remontan a 1814, cuando era parte del rancho de Ricardo Brusuelas. El rancho se acabó y la urbanidad explotó con la llegada del ferrocarril Santa Fe en 1881, según archivos de El Paso Community College.
Los comercios cercanos prosperaron, atrayendo residentes. En algún momento, la zona fue designada como El Primer Barrio, por ser entonces el punto más próximo a la frontera.
El crecimiento rebasó los espacios disponibles con la llegada de familias mexicanas que huían de la Revolución, y eso dio pauta a los presidios o departamentos multifamiliares.
Muchos de los edificios en Chihuahuita fueron utilizados por los vecinos para ver algunos combates entre los federales y los revolucionarios en Ciudad Juárez.
Esa proximidad con el río eventualmente trajo problemas para los residentes de Chihuahuita, según Morales y otros historiadores.
En ocasiones, los residentes del área tenían que esconderse debajo de las camas debido a las balaceras frecuentes entre agentes de la Patrulla Fronteriza y los contrabandistas, dijo Morales.
Pero, esas son historias del pasado.